sábado, 13 de junio de 2020

¿Tenemos que derribar estatuas?

VENEZIA S.Zanipolo - Monumento a Bartolomeo Colleoni (Andrea del ...





El derribo, la decapitación, el hundimiento o la retirada de estatuas antropomórficas naturalistas de gran tamaño del espacio público, que está aconteciendo en diversos países en estos momentos, puede dar qué pensar en las consecuencias.
Sabemos que la furia no se dirige hacia la obra en sí, ni hacia el artista, sino a lo que o a quién la estatua representa, pero bien es cierto que el daño o la reacción apasionada o violenta recae en la estatua -seguramente porque ya no se puede atentar contra la persona representada, y con la intención o la esperanza que el daño infligido a la imagen recaiga en el modelo. De algún modo, la estatua es considerada como un fetiche, conectada de algún modo con la figura representada, y capaz de trasmitirle lo que recibe. El daño, por tanto, se dirige,en verdad, indirectamente a la persona, a través de la mediación de la imagen.
Es muy posible que estas reacciones sean inevitables: las estatuas pueden poseer la capacidad de sacarnos de nuestras casillas. La figura que posa a caballo reta al público, pero también lo hace su efigie en bronce.

Es cierto que el nombre del artista puede frenar las reacciones o puede llevar a que la obra se proteja. Nadie ha derribado la gran estatua ecuestre de bronce del condotiero (esto es, un mercenario) Colleoni -que puso a sangre y fuego el norte de Italia en el siglo XV-, en una plaza pública de Venecia, obra de Verrochio y de Leonardo. Del mismo modo, se derriban estatuas de Stalin, pero se preserva -y se expone públicamente - el dibujo que Picasso dedicó al dictador. Del mismo modo, los dos retratos ecuestres que Dalí dedicó a una de las nietas del dictador Franco no han sufrido, sí sus estatuas ecuestres del dictador. La bidimensionalidad de la pintura y el dibujo, que ofrece un mayor grado de alejamiento del natural que una estatua no debe de ser una de las causas del respeto con la que se contemplan esas obras de Picasso y Dalí: pinturas, de artistas menos relevantes, que representan a personajes o acciones que hoy no se consideran memorables o ejemplares, sí se han retirado (de la contemplación pública).

¿Qué consecuencias acarrea la desaparición de esas obras -a menudo mediocres pero muy visibles? No causan placer estético. ¿Deben ser ocultadas o destruidas? ¿Tienen razón de ser?
Las obras son testimonios de acontecimientos del pasado -que han podido cambiar el curso de la historia a costa de muertes y de exterminios. Estos hechos deben ser recordados. Se tienen que tener presentes. Deberíamos saber qué ocurrió , aunque este conocimiento no conlleve necesariamente que aquellos hechos no vayan a reproducirse. Tendríamos, cuanto menos, que ser conscientes que podemos adentrarnos o que nos estamos adentrando por sendas que llevan a la muerte o la destrucción; y, quizá, reflexionemos sobre lo que estamos haciendo o estamos a punto de emprender. Ver la cara de quien desencadenó el horror no impide que el horror acontezca, pero nos lleva a pensar si queremos que nuestro rostro se confunda con aquél.

No es necesario que ciertas estatuas estén en espacios públicos, pero sí que estén al alcance del público. Amén de explicar el origen de la obra, se debería contar qué ocurrió de lo que la estatua es un testigo o un testimonio elocuente. La obra no solo "habla" de una figura, sino de una época, unas creencias, una ideología, de una visión del mundo que posiblemente no queramos compartir. Mas para evitar esta comunión, tenemos que saber con qué y porqué comulgamos. Borrando las imágenes no borraremos la historia. Solo borraremos el recuerdo de su existencia y de sus consecuencias. Y si no sabemos nada, si vivimos sin saber nada, si no tenemos modelos y contra-modelos, indicaciones y advertencias, es posible que optemos por un senda fatal. Sin huellas, no solo no podemos saber cuales son los caminos equivocados, sino que no podemos ir a ninguna parte. No podemos vivir (como humanos), conscientes de lo que hacemos y de las consecuencias de nuestros actos. El arte, mediocre o sobresaliente, es una señal o una advertencia, un recuerdo y un anuncio, quizá la más explícita y perturbadora, que nos indica qué ocurrió y qué puede ocurrir. Cerrando los ojos ante la realidad, perdemos el rumbo.



(Para Eva, Olga, Aurelio, Carmen, Llorenç, Joana, Marcel, Dolors, Tiziano, Quim, Montse, Kerman, Joan, Favio, Marta, Anabel, Pablo)

viernes, 12 de junio de 2020

Educación estética














Aunque las recientes reacciones ante determinadas esculturas naturalistas públicas de gran tamaño en diversos países, sobre todo en los Estados Unidos, cubriéndolas de pintura, decapitándolas o derribándolas, incluso echándolas al agua, parecen contradecir lo que contamos, lo cierto es que la creación artística -las imágenes, en general, particularmente naturalistas- nos obligan a detenernos ante ellas; a reflexionar sobre lo que son y qué pretenden, qué esperan de nosotros.Tenemos que mantenernos a cierta distancia, callada, educadamente, para poder observarlas y prestar atención a lo que tienen a bien mostrarnos o contarnos.
Las obras de arte nos enseñan a comportarnos; es decir, nos ayudan a soportar, a portar sobre nuestras espaldas el mundo, aceptándolo, pese a lo que nos pueda causar. El arte nos enseña buenas maneras, a guardar las formas, a respetar lo que nos rodea. Es una lección de buena (adjetivo propio de la moral, que califica nuestras acciones) conducta. La conducción, la conducta es una manera de comportarse, de estar y de intervenir en el mundo. Conducir viene del latín ducere: guiar, orientar. La obra de arte actúa como un modelo que nos permite avanzar sin perdernos, sin perder las formas.
La propia "actitud" de la obra, siempre presente, dispuesta a mostrarse, ya es un modelo de comportamiento. Está en el mundo, ante nosotros, soportando los envites del tiempo, y nuestra propia actitud. Se mantiene incólume, y nos sigue mirando, abriéndonos lo que tiene a "bien" proponernos.
La obra de arte es, por tanto, un ejemplo de cómo estar en el mundo. Ganamos con ella (ejemplo significa ganancia obtenida, un ejemplo nos llena; una conducta ejemplar nos transforma). Su entereza nos contiene. Nos enseña a portarnos "bien", a portar, aceptar lo que nos envuelve, a soportarnos, a entendernos. Aprendemos a estudiarnos, a conocernos y a controlar nuestras reacciones. La obra de arte se muestra como un espejo en el que nos vemos plenamente. Descubrimos cómo somos, cómo estamos, y nos proporciona un modelo de cómo deberíamos estar, si querríamos estar "bien" con nosotros mismos y con el mundo, estar a "buenas".
La obra de arte nos enseña el respeto, a respetarnos; a asumir, sin rabia ni renuncia, a nuestra vida.  Del mismo modo que en determinadas circunstancias, en ceremonias, en rituales, debemos "comportarnos" -¡compórtate!, es una orden habitual que los padres lanzan a niños y adolescentes- manteniendo el porte, igualmente, la obra de arte nos cuadra. Nos pone firmes; nos enseña a ser firmes, a mantenerlos erguidos, sin dejarnos ir, abandonarnos. La obra no nos abandona. Nos vigila y nos cuida. Se yergue como un referente ético y estético.
La obra nos reta, sin duda, nos pone a prueba. Quiere saber si seremos capaces de resistir a sus tentaciones. Nos fortifica (el alma y el cuerpo). Nos invita a contenernos para no caer, tropezar, para no perder el camino. La prueba a la que nos somete debe ser superada, porque, si no, la vida deja de tener sentido: se convierte en un obstáculo insuperable que solo causa desesperación, abandono y muerte.
La obra de arte es exigente. Nos exige entereza, aguante y deseos de superación. Nos permite ir más allá de nuestra limitaciones -si la respetamos, si respetamos las reglas del juego, que regulan nuestro estar, nuestra breve estancia en el mundo. Sin obras de arte, permaneceríamos sin rumbo, y nos perderíamos. El arte es una lección permanente de cómo encontrarnos y de cómo estar, el tiempo que estamos. 

jueves, 11 de junio de 2020

MAN RAY (EMMANUEL RADNITZKY, 1890-1976): MÁSCARAS




 







































La exposición Objetos de deseo. Surrealismo y diseño, 1924-2020 (un título quizá no muy preciso, ya que el diseño implica producción industrial, seriada, mecánica, mientras que los objetos que se incluyen en la muestra son, por el contrario, piezas únicas o numeradas, más cercanas a la artesanía, a la realización manual, y no maquinal), en Caixaforum, de Barcelona, permite ver algunas obras de Man Ray, que no suelen mostrarse.
Entre éstas, algunas fotografías de máscaras.
Si un motivo caracteriza la obra de Man Ray, pintada, escultórica, dibujada, grabada y fotografiada, es, precisamente la máscara: máscaras tribales, adquiridas y coleccionadas, máscaras fabricadas -dibujadas, modeladas-, máscaras mortuorias y rostros convertidos o reducidos, mediante pintura, en máscaras.

Una máscara es un rostro desgajado, a veces literalmente, de una testa: una piel troquelada o un volumen.
La máscara es un doble del rostro. Las máscaras deben portarse; se adaptan al rostro como un guante, con cuyas formas encajan a la perfección. La máscara posee o replica los rasgos de un rostro, salvo los ojos -a veces la boca- convertidos en óculos (agujeros, oquedades) a través de los cuales se transparentan los ojos del portador. Los ojos no pertenecen a la máscara y, sin embargo, se transfieren a ésta. Y la mirada del portador cambia, encuadrada, focalizada y acotada, por los límites del óculo. De este modo, quien ve no es el rostro sino la máscara -que el rostro de otro ser que vive o revive gracias al rostro prestado-, y lo que ve es lo que la máscara ve. Gracias a la máscara, entonces, el portador adquiere el punto de vista de la máscara -del espíritu a quien la máscara invoca y remite. La máscara permite ver el mundo con otros ojos, con ojos ajenos. Ofrece la posibilidad de tener una perspectiva desconocida, inédita del mundo, la perspectiva que los poderes invisibles tienen, la vista con las que nos observan y nos juzgan. Esa mirada "otra", bajo la piel de la máscara, debía de interesar o fascinar a un artista surrealista.

La máscara permite cierto juego -en todos los sentidos de la palabra: se acopla bien al rostro, pero se puede desplazar, retirar. No es una máscara de hierro, una cárcel.

La máscara es y no es la persona. Prosopon en griego, significaba tanto rostro como máscara: una máscara era un rostro visible.  Como solo lo visible existía y era tenido en consideración, una máscara no ocultaba sino que presentaba a una persona: la "personalizaba", permitía saber quién era y que papel "jugaba" en la comunidad. Prosopon, en latín, se tradujo por persona. Mas, persona ya solo significaba máscara. Son las lenguas modernas las que han dotado a la palabra latina persona  del significado de ser humano (de "persona"), en detrimento del significado de máscara. Lo que no es óbice para que persona signifique que somos, a los ojos de los demás, lo que mostramos, cómo nos mostramos, que somos actores en el "gran teatro del mundo", y que en ausencia de máscara, de rostro compuesto, ofrecido a la contemplación mundana, no somos nada.
Juegos de espejos que, posiblemente, Man Ray debía practicar. 



 

miércoles, 10 de junio de 2020

WILLIAM KENTRIDGE (ESCENÓGRAFO, 1955): W.A. MOZART (1756-1791), DIE ZUBERFLÖTEL (LA FLAUTA MÁGICA ,1791, 2005)




El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) acogerá, en octubre, una exposición sobre la obra del dibujante y cineasta de animación sudafricano William Kentridge, procedente de Amsterdam, que, al igual que la presente antológica en el LaM de Villeneuve d´Ascq (Francia) -temporalmente cerrada-,  no incluye ni incluirá esta puesta en escena operística, quizá su mejor obra.

Podría ser atractivo contemplarla, entre subterráneos, pirámides y palacios nocturnos.

martes, 9 de junio de 2020

La mirada estética

La mirada estética es una mirada ética. Busca preservar sus centros de interés. Los respeta. La mirada estética es un signo de reconocimiento y respeto. Mantiene las distancias con las cosas -los entes y los seres que observa, a los que atiende, a los que presta atención, seres y objetos que le han llamado la atención.
La mirada estética firma una relación entre quien observa, y se abre a los entes y los seres, y éstos que aceptan entrar un un juego de miradas.
La observación cuidadosa, que no afecta a lo que o a quien es observado, exige tener perspectiva. La mirada se ejerce desde un cierto punto. Eso no implica que uno no se puede acercar para escudriñar un detalle. Pero éste solo adquiere sentido, es signo de alguna verdad, cuenta la verdad de las cosas observadas, en un indicio cierto que lleva o puede llevar a aquélla, si se inserta en una mirada global; mirada que solo se logra cuando uno recula y vuelve a observar desde la distancia. Desde ésta, el centro de interés, lo que establece un contacto con nosotros, se percibe en un entorno.
La mirada estética no extrae las cosas de su contexto, no las arranca como quien arranca una planta que podrá estudiar, antes de que se seque o se pudra. Por el contrario, la mirada estética deja aire alrededor de las cosas, las deja respirar. Las cosas no están al alcance de la mano, a nuestro alcance. No las sometemos. No son "objetos", sujetos, pendientes de nuestra mirada. No existen solo para nosotros. Somo nosotros que existimos, que nos damos cuenta que existimos, porque estamos entre las cosas, en una comunidad de seres y entes que aceptan ofrecerse a nuestra mirada. 
Una mirada que no afecta las cosas, pero que sí nos afecta: nos transforma, nos transfigura. La imagen tiene un impacto sobre nosotros. Ya no somos los mismos. La luz que emana de la imagen nos ilumina. Las cosas observadas irradian; atienen a nuestra mirada.
Bien es cierto que las cosas y los seres, sintiéndose observados pueden modificar su comportamiento y disponerse de tal modo que muestran tanto cuanto esconden; se cubren las espaldas -o se velan el rostro. Pero la mirada estética no denota avidez; se trata de una mirada distanciada, casi indiferente, una mirada educada que reconoce las cosas y las deja estar, ir o pasar; que no las fuerza a revelarse. La mirada estética sería casi la del astrónomo que mira desde una distancia tal que los cuerpos no se sienten, no se saben observados. Mas, desde una distancia semejante, la relación no se establece.
La mirada estética es una mirada en dos direcciones. observamos y nos observan. Las cosas también nos miran. La distancia debe de ser justa -un adjetivo propio del vocabulario de la ética. La mirada estética hace justicia de las cosas, y las cosas nos hacen ser justos. Contenemos nuestra pasiones, nuestras ansias de posesión, y nos "vemos" obligados" a guardar las formas. No podemos dejarnos ir, corriendo hacia las cosas hasta dejar de verlas.
La mirada estética conlleva el reconocimiento de los entes y los seres, de su singularidad, de las diferencias que puedan mantener con nosotros. Por esto se puede establecer un dialogo visual (o mudo, interior). Cada parte, observante y observado,  sabe quién o qué es, y qué espera de la relación. pero en ningún caso reduce al otro.
Un signo de reconocimiento, que esto es una mirada estética, reconoce y acepta la singularidad, las características propias, a las que concede la máxima importancia, porque en éstas, en los detalles se halla la verdad de lo que miramos, y de lo que somos.  La mirada estética debe asumir que existen cosas y seres que no se pueden ver, que no quieren mostrarse. La mirada, en este caso, no es limitada, no implica o denota la imperfección de nuestros sentidos,sino, por el contrario, nuestra altura de miras, ya que acepta -o concede- la libertad a lo que queremos mirar de no querer ser objeto de ninguna contemplación.
La imaginación, en este caso, puede suplir el abismo que se abre cuando no podemos ver nada. La mirada estética se educa. Una mirada que se ejerce con los sentidos y con el entendimiento.  pues, en último término, nos permite entender qué son las cosas, qué somos. 


Para V.G., como resultado de sus enseñanzas ayer noche.

lunes, 8 de junio de 2020

MEREDITH MONK (1942): TOWER (SONGS OF ASCENSION -CANCIONES DE ELEVACIÓN- 2008)



Canciones sugeridas por espacios elevados y que eleván, por movimientos ascensionales dentro y fuera de estructuras arquitectónicas, desde torres catedralicias hasta pirámides aztecas.

Véase, por ejemplo, este enlace.