Un libro apasionante, serio y ameno: Introducció a la Ilíada, de Jaume Pòrtulas (Fundació Bernat Metge, Editorial Alpha, 2009, 577 págs.).
Ganó el Premi Nacional de Literatura 2009, y llegó a ser, durante unas semanas -algo casi inaudito-, uno de los ensayos más vendidos.
No analiza solo la Ilíada sino también la Odisea y la figura, real o legendaria, de Homero.
Y tras su lectura, deberíamos leer o releer la Ilíada, superior, más trágica y emotiva (aunque menos popular), que la Odisea.
La Odisea se asemeja más un conjunto de cuentos populares; historias protagonizadas por diosas con una varita mágica, magas capaces de convertir a héroes en cerdos encerrados en pocilgas, y dioses panzudos que se metamorfosean en focas.
La narración contiene escenas impagables (como en encuentro entre el Cíclope y Ulises), otras inquietantes (el descenso de Ulises en los infiernos), pero algunas, como la llegada de Ulises a Itaca, o el mismo final, son decepcionantes -pese a la evocadora descripción del enigmático antro de las ninfas cabe la playa donde Ulises desembarca-.
La grandeza de la Ilíada es el lenguage (sú hálito, su porte), las casi infinitas variaciones de unos pocos motivos. La de la Odisea reside, en cambio, en su estructura y el complejo juego de voces que articula.
La historia -el regreso de Ulises de Troya, una vez acabada la guerra, a Itaca, donde su esposa, Penélope, contiene a duras penas a unos pretendientes que aguardan que aquélla escoja, tras veinte años de asedio y abandono, a un nuevo esposo que se quedará con todas las posesiones de Ulises- no es contado se manera líneal, sino desde múltiples puntos de vista y planos.
De entrada, Homero no se presenta como un narrador sino un transcriptor, lo más fiel posible, de lo que las Musas le cuentan: "Cuéntame, Musa, la historia de un hombre de muchos senderos...". Son ellas las que saben la verdad sobre el destino de Ulises. La visión de los dioses se mezcla con la de los humanos.
La narración se inicia en los cielos. Los dioses se compadecen de la suerte de Ulises, y deciden liberarlo -todos, menos Poseidón, que persigue a Ulises porque mató a su hijo predilecto, el Cíclope, y es el causante de la "odisea", el errático viaje del héroe, sometido al vaivén de las olas y los caprichos de las nubes coléricas-: está preso de los encantos de la maga (la diosa) Calipso.
El relato empieza, pues, cuando Ulises está ya cerca de (regresar a) Itaca. Todo lo que se cuenta ha acontecido antes de que Calipso se prenda de él y lo prenda.
La Odisea es una recopilación de recuerdos; de relatos sobre relatos. Mientras Ulises yace en los brazos de Calipso, su hijo Telémaco decide partir de Itaca en busca de noticias de su padre que todos suponen muerto, pues todos los griegos, menos Ulises, que no sucumbieron en Troya, ya han regresado a sus ciudades. Telémaco acude al palacio de Menelao -esposo de Helena, causante de la guerra de Troya al abandonar su hogar para seguir a París, un príncipe troyano-, amigo de Ulises, para recabar los datos o los recuerdos que aquél pudiera atesorar. Tras recibirlo con todos los honores, Menelao le cuenta no solo lo que rememora sino lo que otros le han contado. El relato se asemaje a un juego de muñecas rusas. La historia es un compendio de recuerdos -desfigurados por el tiempo- y de rumores indemostrables. Las Musas dicen, sin duda, la verdad a Homero, pero la distilan con cuenta gotas, como los grandes narradores orales que saben suspender el ánimo de los oyentes.
Todas las escenas más célebres, como la llegada de Ulises al palacio del rey de los feacios, o el sangriente encuentro entre Ulises y el Cíclope, no están contados directamente, sino que son historias oídas por Menelao, acontecidas ha mucho tiempo, antes de que Ulises cayera a los pies de Calipso, mezcladas con la narración del propio errático regreso de Menelao a Esparta: ya que fue durante el viaje de Menelao a Egipto, para entrevistarse con Proteo, el anciano del Mar que todo lo sabe, que Idotea -la hija de Proteo-, secretamente prendada de Menelao, le conto acerca de otro desdichado héroe griego, "el hijo de Laetes que habita en Itaca -Ulises-, (a quién) vi en una isla derramando abundante llanto, en el palacio de la ninfa Calipso, que lo retiene por la fuerza". Es la segunda vez que se nos cuenta, tras el debate inicial en el encumbrado palacio de Zeus, acerca de Ulises preso de Calipso. Pero aún no sabemos si este hecho es cierto. Solo se trata de un rumor, un dicho referido a un hecho del pasado. Incluso si fuera cierto, Ulises bien podría haber fallecido desde entonces.
Juego de espejo; juego de voces. Son las Musas, los dioses y los testigos, directos e indirectos que narran las aventuras de Ulises. Ulises solo habla directamente cuando llega a Itaca, al final de la Odisea. Incluso el propio poeta, Homero, hace oir su voz e interviene directamente, con un recurso inaudito, interpelando a un personaje. La voz autoral de Cervantes, incidiendo en el relato de El Quijote, ya se escucha en la narración homérica: "y tú le contestaste, porquero Eumeo..." -a menos que la voz sea, no la de Homero el transcriptor, sino la de las Musas que le inspiran-.
El placer de la lectura de Homero, junto al de Pòrtulas: un cálido invierno en perspectiva.
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