viernes, 27 de enero de 2012

El templo de la luna (Harran, 2)














1: Camino de Harran
2 - 6: Primeras excavaciones en el tell de Harran (2: la llamada Casa de Sara y Abraham, estructura asiria)
7: Lastra de piedra con el sol y la luna grabados
8: Fortaleza otomana construida sobre el templo de la luna
9 - 11: modelos de carros de terracota asirios (II milenio aC), hallados en tumbas (Museo Arqueológico de Gaziantep)
12: Ruinas de la mezquita en Harran. Se trata de la primera mezquita construida en Turquía. Omeya, del s. VIII, poseía una torre para la observación astral (sin duda, una influencia Sabea), aún en pie, y disponía de una universidad y un hospital.

Fotos: Tocho, enero de 2012

En 395, el emperador Teodosio ordenó la clausura del templo dedicado a Sin, el dios mesopotámico de la luna, en la ciudad asiria de Harran (hoy en la frontera turco-siria).
Hijo de Enlil, el vengativo dios de las tormentas, Sin era una de las divinidades principales del panteón mesopotámico (sumero-acadio, babilónico, asirio). Reinaba entre los vivos y los muertos: la suerte del universo estaba en sus manos. Los ciclos vitales dependían de él.

El cierre del gran santuario de la luna, en un momento de decadencia de los cultos politeístas y auge del cristianismo, no puso fin al culto de Sin. De hecho, Sin fue la divinidad cuyos ritos perduraron más tiempo. Los primeros testimonios remontan al tercer milenio aC; los últimos, al siglo XVII dC.

En efecto, en Harran, con la caída de la religión mesopotámica, cobro auge la religión (o la filosofía acaso) de unos gnósticos llamados Sabeos (no confundir con los Sabianos, que aún viven en Iraq). Aparecieron hacia el siglo III dC. Mezclaban la filosofía neo-platónica, con el culto astral babilónico.
Creían en una divinidad suprema, sin duda única. De hecho, los sultanes toleraron a los Sabeos por considerarlos seguidores de un único dios, al igual que los hebreos, los cristianos y los musulmanes. Solo a partir del siglo XII, con el endurecimiento de la religión musulmana, los Sabeos empezaron a ser perseguidos. Ni cristianos, ni musulmanes, practicaban una religión cuyo dios era una concepto o un valor.

Esta divinidad ordenaba el universo a través de emanaciones o hipóstasis suyas: unas figuras casi angelicales que se manifestaban a través del movimiento perfecto de siete planetas (que correspondían a los siete días de la semana): Helios, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno; el lunes estaba dedicado a la luna. Es decir, a la cara visible de Sin. La luna era la sucesora, y la hija de Helios. El sol y la luna eran los astros principales que desarrollaban los mandatos del Ser Supremo. La perfecta alternancia de frío y calor, luz diurna y luz nocturna, día y noche, seco y húmedo regulaban el cosmos y lo mantenía en vida. El sol y la luna eran los "motores" o agentes del universo. Traducían el verbo del dios supremo en órdenes y fuerzas adaptadas al mundo material. Del mismo modo, el alma de los fieles tenía que llegar al doble círculo del sol y de la luna para alcanzar a vislumbrar, gracias a la perpetua luz astral, el verdadero conocimiento (divino).

No es casual que los Sabeos tuvieran su centro de culto en Harran y poblaciones cercanas. Eran los directos sucesores de los adoradores de la luna, entre los que quizá se encontrara Abraham a quien se atribuía la construcción del templo de los Sabeos. Se decía que el mismo Abrahem había sido un seguidor de Sin, y subió de Ur a Harran en peregrinaje en pos del astro nocturnal.

Hoy Harran es un tell (una colina artificial) que destaca en la llanura de la Mesopotamia del norte. El yacimiento está apenas excavado, y el templo de la luna yace sepultado bajo una fortaleza otomana construida sobre los cimientos del templo; ésta, de algún modo, mantiene la presencia de uno de los principales templos de la antigüedad.

En un día húmedo, gris y gélido como hoy, bajo una luz cerúlea, y el reflejo en los charcos plateados, todavía se percibe el poderoso influjo de la luna en Harran.

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