sábado, 21 de enero de 2012
Las ciudades de la luna
Las plantas de las ciudades mesopotámicas suelen representarse y publicarse aisladas, como si fueran composiciones abstractas en medio de una hoja en blanco.
Los mapas de Mesopotamia, por en contrario aparecen punteados de un gran número de ciudades, a las que se les concede igual importancia, puntos aislados, por otra parte.
Sin embargo, en el mundo antiguo, las ciudades tejían redes, no tanto por motivos de poder o comerciales, sino religiosos. Los dioses de cada ciudad tenían santuarios en otros asentamientos, o mantenían relaciones con divinidades de otras urbes, a las que iban a visitar en procesión.
Varios mitos mesopotámicos cuentan cómo dioses de una ciudad decidían cada año emprender un viaje para ocupar otra morada, o encontrarse con divinidades con las que estaban familiarizados. Los viajes, casi siempre en barca, daban lugar a grandes festividades. Un eco de esas antiguas procesiones aún se halla en las procesiones cristianas.
En la ciudad sumeria de Ur, reinaba Nanna, el dios de la luna. Divinidad masculina principal, hijo de Enlil, el poderoso y arisco dios de las tormentas y los vientos huracanados (según otros, dios del aire, espíritu de An, el Cielo), pero atendida solo por sacerdotisas. Su hijo era Utu, el Sol. El sol despunta siempre tras la noche. En las tierras abrasadas en verano, cuando la luz es cegadora, la divinidad más amada y principal, la divinidad benigna, que parece atender a los humanos, es la luna. Dios de la fertilidad de la tierra, los animales y los humanos, conectado a las aguas que traían la vida a la tierra, la muerte, inevitablemente, también estaba bajo su control. Manejaba, junto con su padre Enlil, los hilos del destino, y cuando desaparecía del cielo, durante la luna llena, reaparecía en los infiernos donde decidía de la suerte de las sombras de los difuntos.
La feroz discusión (que asola en arqueología, hoy) sobre la posible existencia de una red de canales en Ur, un yacimiento hoy en medio del desierto, quizá pudiera solucionarse. Nanna estaba ligado a las aguas; su imagen, encarnación o manifestación celestial visible estaba conectada con las astas de su animal emblemático, el toro, que vivía en las marismas, y con las afiladas y curvadas barcas que surcaban ríos y canales. Ur tenía que estar íntimamente conectada a las aguas.
Nanna moraba en otra ciudad. Situada mucho más al norte, siguiendo el curso del mismo río Éufrates que bañaba la base de la muralla de Ur, a miles de quilómetros, se hallaba la ciudad de Harran (hoy en Turquía). Harran, en acadio (harrânum), significaba camino, vía; senda terrenal -por Harran pasaban las caravanas que se dirigían de los desiertos de sur hacia el norte-, celestial -la luna apuntaba hacia Harran-, y metafórico: los destinos de los mortales se decidían en Harran.
Puesto que el dios de la luna se acogía en ambas ciudades, toda clase de relaciones se tejieron entre ambas an era aglomeraciones, en acadio, significaba camino;. Hilos las unían. Así el rey neobabilónico Nabonido (s. VI aC) -conocido en la Biblia como Nabucodonosor-, trató de elevar a Nanna a la condición de dios principal, y quizá único. Era fiel sirviente del dios en Harran, mientras su hija atendía en el gran templo de la luna en Ur.
Pero antes, "Terah tomó a su hijo Abraham, su nieto Lot, hijo de Harran, y su nuera Sara, esposa de Abraham. Los hizo salir de Ur de los Caldeos para ir hacia el país de Canaan, mas al llegar a Harran se establecieron.
Terah vivió doscientos cinco años, luego murió en Harran" (Gn. 11, 31-32)
Abraham vivió en Harran hasta los setenta y cinco años de edad (Gr. 12, 5). Según el Corán, Abraham habría nacido incluso en Harran, lo que no debe extrañar porque en la Biblia misma, Yavhé califica a Harran como "la tierra de Abraham" (Gn., 12, 1)
Si Sara pudo dar a luz a los noventa años por vez primera fue quizá porque vivió en la ciudad del dios de la fertilidad. La alianza entre Yahve y Abraham se selló en Harran. Yahve, quien, según algunos estudiosos, sería el mismo Enlil (un nombre muy posiblemente emparentado con Elohim, otro de los nombres de Yahve).
Por eso, Harran fue la ciudad donde el mundo renació. La luna atemperaba la cólera del cielo, y la suerte de los humanos se jugó, o se tejió en Harran.
De aquí a cinco días, si la suerte nos guía, quizá se escriba una crónica desde la ciudad de la luna.
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