Acceso
Ámbito Uno: la casa proyectada
Ámbito Dos: la casa construida
Ámbito tres: la casa protegida
Ámbito Cuatro: la casa vivida
Ámbito Cinco: sala de proyección
Fotos: Tocho, septiembre de 2016
Dirección del museo: Pilar Vélez
Dirección de la exposición: Pedro Azara
Asesoramiento: María Antonia Casanovas
Documentación: María Antonia Casanovas, Isabel Fernández, Pedro Azara, Marc Marín
Diseño del montaje: Albert Imperial & Pedro Azara, con Marina Bellver, Marc Marín y Jordi Juanola
Filmaciones, proyecciones y recreaciones virtuales: Felipe de Ferrari y 0300 tv / Marc Marín, Joan Borrell, Jordi Juanola, Albert García-Alzorriz, Jacopo Meneghin
Diseño gráfico: Quim Pintó (PFP, disseny gráfic)
Construcción del montaje: Croquis
CASAS DE BARRO
PRESENTACIÓN DE LA EXPOSICÍÓN DE OBRA
“(…) llevaba el ladrillo consigo
para mostrar al mundo cómo era su casa.”
(Bertolt Brecht)
para mostrar al mundo cómo era su casa.”
(Bertolt Brecht)
“ojaló que el
ladrillo que a puro riesgo traje
para mostrar al mundo cómo era mi casa
dure como mis duras devociones
a mis patrias suplentes compañeras
viva como un pedazo de mi vida
quede como un ladrillo en otra casa.”
para mostrar al mundo cómo era mi casa
dure como mis duras devociones
a mis patrias suplentes compañeras
viva como un pedazo de mi vida
quede como un ladrillo en otra casa.”
(Mario Benedetti)
Los mitos lo cuentan y los hallazgos arqueológicos lo
confirman. El barro crudo, junto con elementos vegetales, y el barro cocido han
sido, en casi todas las culturas, los materiales de creación y construcción más
usuales. Los mismos dioses que modelaron los primeros seres humanos con barro fueron
los que les construyeron los primeros refugios con el mismo material y les
enseñaron a trabajar éste. Barro y terracota dado lugar a útiles, fetiches y
refugios. El color, la textura y la maleabilidad del barro lo asociaron a la
carne. La necesaria unión de tierra, agua, aire y fuego, los cuatro elementos
básicos, ha permitido que la cerámica sea considerada un material valioso.
El imaginario del barro es complejo. Por un lado el barro
resulta de la pudrición de elementos –el lodo tiene una imagen negativa,
asociada al mal- pero por otro se resarce o se redime cuando se convierte en un
material “edificante”. Su color negro, opaco, su falta de consistencia o su
consistencia blanda, repulsiva, evoca la descomposición, la muerte; pero, sin
embargo, estas cualidades son propias de lo informe, lo primigenio, que acepta
cualquier formación y deformación, por lo que se convierte en la materia misma
de la creación, la causa primera de la misma. Diosas-madre, primigenias como
Nammu, en Mesopotamia, asociadas a las aguas matriciales de las marismas del
delta del Tigris y el Éufrates, no tenían ninguna forma antropomórfica ni
teriomórfica reconocible, sino que eran
el lodo divinizado, fértil y fecundo. Antiguamente, y aun hoy en algunas
ladrillerías artesanas supervivientes, el barro con el que se moldeaban piezas
de adobe, se obtenía con una mezcla de arcilla, arena (o elementos vegetales) y
agua que se dejaba “pudrir” durante semanas en una charca o un recipiente a fin
de obtener una materia moldeable. Los hornos necesarios para la cocción se
ubicaban en la periferia de los núcleos habitados, cerca de los cementerios, en
cuyas tumbas se ofrendaban piezas de cerámica, por lo que ésta se ha asociado
tanto a la vida cuanto a la rigidez de muerte. El ruido que la cerámica produce
al ser golpeaba es sordo, muy distinto del tintineo de los recipientes de metal
que usaban o exhibían como bienes los seres vivos.
La cerámica se distingue de la mezcla de agua, arcilla
depurada y arena o fibras vegetales que otorgan consistencia, que constituye el
adobe, por la cocción que lo rigidiza. Así, la forma aplicada al barro perdura.
Éste gana dureza y pierde flexibilidad. Vence al tiempo pero no se adapta a él.
Fábulas cuentan los sueños rotos que la cerámica despierta cuando su aparente
solidez se quiebra de y por un golpe. Mientras que la madera se amolda a las
presiones y la piedra levanta murallas indestructibles, el adobe y la
terracota, más cálidos que la fría y muda piedra, se desmoronan o se agrietan.
Sin embargo, su aparente modestia o pobreza han evitado que las piezas
cerámicas sean deseadas como los materiales preciosos por lo que han escapado
al saqueo y la destrucción intencionada. Se trata de un material modesto, fácil
de usar, siempre al alcance de la mano. Si la terracota exige la connivencia
con el fuego, no siempre fácil de lograr (de ahí que los ceramistas hayan sido
juzgados como hechiceros, cercanos a los herreros, y a los demonios), el adobe,
con el que se puede levantar un techo protector en poco tiempo, no requiere
fuerza ni especial destreza. Un muro de tapia, o un ladrillo de adobe, pueden
requerir tiempo, ya que la fabricación enteramente manual de una pieza de barro
secado al sol o cocido en un horno requiere casi dos meses, y solo se puede
moldear durante unos pocos meses al año, cuando el calor y la sequedad del
suelo son elevados, pero no exige fuerza ni agudeza.
De obra es una exposición monográfica que destaca algunos de los
usos más comunes de la cerámica en la construcción en el Mediterráneo, desde la
antigüedad hasta nuestros días. Las primeras grandes construcciones conocidas
tanto de arcilla cuanto de cerámica ocurrieron en Mesopotamia –donde la piedra
escaseaba- y en el Egipto antiguo antes de que el arquitecto Imhopeh, en la
primera mitad del tercer milenio aC, descubriera o empleara por vez primera sillares
de piedra en el recinto funerario de Saqqara en sustitución de ladrillos. Los
primeros ladrillos existen desde hace once mil años. Se han hallado en la
ciudad de Jericó, en el Levante del Mediterráneo oriental, ladrillos de adobe
de forma oblonga. Ésta resultaba de la presión de la mano. Por otra parte,
imitaban la forma de los cantos de río con los que se levantaban las primeras
chozas. Presentaban una cara aplanada en la que con un dedo se practicaban
hendiduras que permitían que el mortero (barro) se agarrara mejor a las piezas.
Se empleaban, al igual que los guijarros, para levantar construcciones de
planta circular. Estos primeros ladrillos fueron reemplazados por piezas
moldeadas de planta rectangular o cuadrada hacia el sexto milenio aC. Antes del uso de moldes regulares, durante el
séptimo milenio aC, dos estrechas planchas de madera servían para aplanar las
caras de ladrillos estrechos y muy largos moldeados a mano. En un primer
momento, el molde se utilizaba para acabar de conformar ladrillos conformados a
mano y darles un mismo tamaño, por lo que la cara superior solía estar abombada
lo que dificultaba el encaje de las piezas. Los ladrillos plano-convexos se
disponían inclinados a cuarenta y cinco grados. Posteriormente, los ladrillos
fueron enteramente fabricados con un molde de madera rellenado de barro, un
trabajo más lento que el anterior pero con unos resultados superiores. Las
caras paralelas permitían una mejor distribución. Los ladrillos de forma
geométrica se apilaban fácilmente. Su invención cambió el arte de la
construcción y el imaginario espacial. Los edificios pudieron modularse,
construirse a partir de volúmenes rectos, y ampliarse sin grandes cambios,
prolongando los muros cuando fuera necesario, lo que, en cambio, no podía
lograrse en construcciones de planta circular. Grecia levantó monumentos de
mármol, pero Roma volvió a la construcción de obra, una técnica que los árabes
asumieron y divulgaron.
El vitrificado, que exige una segunda cocción a fin que el
recubrimiento de sílice cristalice, se descubrió en Mesopotamia a mediados del
segundo milenio aC. Se sigue practicando hoy comúnmente como recubrimiento de
azulejos. Aportó a las construcciones el
color y el brillo propio de los metales y las piedras y los mármoles pulidos,
unos materiales más costosos y difíciles de manejar. Pues el adobe, que no
requiere cocción, y la cerámica vitrificada o no, a través del ladrillo, las
placas de terracota y los enlucidos de arcilla, simplificaron y abarataron la
construcción gracias a la producción seriada hecha con moldes.
Las deficiencias energéticas del vidrio, el hormigón y el
metal en arquitectura, y los nuevos procesos constructivos cerámicos que no
exigen una mano de obra especializada, han logrado que, hoy, la cerámica, hasta
entonces considerada anticuada e inadaptada a altos edificios de planta libre, sea
considerada de nuevo como un material poco costoso que facilita que la
arquitectura halle su lugar en la tierra y constituya espacios habitables y
humanos.
De obra expone unas
trescientas piezas cerámicas constructivas, mágicas o decorativas (tres
funciones indispensables para lograr espacios habitables), antiguas, clásicas y
modernas. Han sido escogidas por su belleza y por su capacidad de evocar
imágenes de espacios adaptados a las necesidades humanas; objetos de barro y de
terracota manufacturados, piezas casi siempre singulares pese a la existencia
de moldes, que revelan qué imágenes los hombres se han hecho de su entorno
construido. Las obras escogidas no constituyen un muestrario de materiales de
construcción sino que son recuerdos de casas desaparecidas, supervivientes
capaces aún de evocar, de rememorar el hogar perdido. Son piezas que han
vivido, que tienen una historia de casas construidas, abandonadas o derribadas,
historias que las piezas actuales industriales no podrán contar porque nos
asusta lo que denota la huella imborrable del paso del tiempo. Formaron (parte
de) un hogar. Piezas que no tenían sentido aisladas y desconectadas sino solo
en relación con otras obras similares a fin de levantar muros y techos
protectores, para ofrecer cobijos. Cada pieza formaba parte de un espacio
habilitado para la vida humana y es un testimonio de las relaciones, armoniosas
o a la defensiva, del ser humano con el exterior, capaz de recrear la tierra,
una tierra apta para la vida, con tierra, o de enterrarla.
LA CASA PROYECTADA
En la mayoría de las culturas antiguas, la arquitectura
monumental (templos, palacios y recintos funerarios), al igual que hoy, no se
improvisaba. Respondía a un proyecto dibujado o escrito. Los constructores, por
orden de los sacerdotes o los monarcas, producían planos en Egipto, Mesopotamia
y Roma, maquetas y memorias, en Grecia, sobre todo, debido a que la
arquitectura monumental respondía a cánones tan bien establecidos y conocidos
que su construcción no requería tanto planos como visiones de conjunto. Estos
documentos gráficos y transcritos eran, habitualmente, considerados dictados,
trazados o inspirados a reyes y sacerdotes por seres sobrenaturales, salvo en
el Egipto faraónico donde los visires solían ser los responsables del cuidado
de templos y palacios reales, así como de la construcción de nuevas obras, por
lo que los responsables de las obras eran los mismos quienes recibían órdenes
desde lo alto. Textos y gráficos se trazaban en tablillas de arcilla o
terracota en Mesopotamia. Del mismo modo, textos en escritura cuneiforme que
mencionaban el nombre de los responsables políticos de las obras y a quién éstas
estaban destinadas, y describían el rito fundacional y la construcción del
edificio se inscribían en tablillas, cilindros o prismas de terracota que se
conservaban tanto en archivos reales cuanto en los cimientos de la construcción
e insertos en los muros a modo de ofrendas a los poderes del inframundo cuyo
espacio vital iba a ser ocupado. En Egipto y en Mesopotamia, se realizaban también
maquetas de terracota, de carácter más votivo que funcional –ya que representaban
la casa de los ancestros-, que se depositaban en los cimientos durante los ritos
fundacionales. Estaban destinadas a acoger los espíritus de los antepasados que
protegerían a la nueva construcción. En cambio, en las culturas itálicas de Villanova
y Lacio, a partir de principios del primer milenio aC, y en Etruria, a mitad
del primer milenio aC, maquetas de terracota en forma de cabañas primitivas
acogían las cenizas del difunto, que moraba así para siempre en su propio
hogar, y se preservaban en las tumbas junto a ajuares funerarios. La
tierra, que acogía el cuerpo, el hogar y el espíritu formaban una unidad que
preservaba el recuerdo vivo del fallecido. Estas “maquetas” no formaban parte
de ningún proyecto arquitectónico sino que reproducían habitualmente, de manera
simplificada, un hogar existente. Las maquetas del Imperio antiguo egipcio ofrecían
una morada, dotada de enseres y alimentos hechos de barro (un material para la
eternidad), para el alma (el ba) del difunto: no eran verdaderamente
maquetas sino casas diminutas adaptadas al tamaño, casi incorpóreo, del
espíritu. Eran tumbas muy modestas y moradas. Se enterraban o se depositaban
sobre la arena del desierto a fin que el alma no se perdiera.
Hoy en día, numerosos ceramistas, a menudo inspirados y
admirados por la poéticas de estas frágiles piezas arqueológicas que son un
testimonio duradero del apego al hogar más allá de la muerte, modelan maquetas
arquitectónicas o construcciones a pequeña escala en terracota o porcelana,
realistas o no, que ofrecen una mirada ya sea crítica sobre las virtudes y las
limitaciones de las construcciones contemporáneas, o nostálgica sobre el hogar
perdido.
LA CASA CONSTRUIDA
Plegaria en
honor de Kulla, el dios mesopotámico de los labrillos (Kulla era hijo de Enki,
el dios de los constructores):
“Kulla, dios de los ladrillos, Señor de los
cimientos y de los muros -¡oh tú! El albañil…, hijo de …, que construye la
casa, ¡que prospera gracias a tus órdenes, a tu palabra! Porque eres bondadoso,
te imploro, porque eres bondadoso, te miro. Qué la casa que ha construido dure
muchos años. Al demonio de la casa, has alejado la muerte, la pérdida y la
voluntad maligna de esta casa. Por tu sublime orden, que no puede ser alterada,
y con tu firme consentimiento, que no puede ser cambiado, que el albañil…, hijo
de …., viva, prospere y cante tus alabanzas”
“Kulla (the brick god), lord of foundation and wall – oh you! NN, son of NN, who is building this house, by [your] command, by your word may he prosper! Because you are merciful, I have turned [to you], because you are merciful, I seek [you]! The house he has built may last for a long time. This evil of the house [...], you [avert] death, loss and evil deed from this house. At your sublime command, which cannot be altered, and by your firm consent, which cannot be changed, may NN, son of NN, live, prosper and sing your praises.”
Un edificio puede construirse enteramente, desde los
cimientos hasta la techumbre, con piezas de adobe o de cerámica. En
Mesopotamia, los cimientos no siempre eran de piedra, sino de ladrillos macizos
de terracota de mayor tamaño que los ladrillos con los que se levantaban los
muros. El elemento principal y básico es el ladrillo secado al sol o cocido.
Éste es ignífugo e impermeable aunque transpirable. Existe en múltiples formas,
macizas o huecas, y tamaños. Suele tener caras paralelas, aunque los
mesopotámicos, en el cuarto milenio aC, utilizaron unos ladrillos, únicos en el
mundo, con una cara abombada debido quizá a un modelado apresurado final aplicado
sobre un ladrillo hecho previamente a mano, lo que facilitaba la rápida
colocación y el agarre del mortero. Existían también ladrillos de planta
circular utilizados para erigir columnas en Mesopotamia.
El ladrillo permite levantar cimientos y sólidos muros portantes,
rectos y planos, u ondulados, como los que el arquitecto Eladio Dieste ha
construido en numerosas iglesias en Uruguay y en España en los años cincuenta y
noventa del siglo pasado, en edificios de hasta una decena de plantas. Se
utiliza también para construir simples paramentos, delgados recubrimientos de
fachadas “ventiladas” por los que el aire puede circular, y celosías que
filtran la luz. Cubre suelos, facilitando la limpieza e impidiendo el polvo que
se alza de la tierra apisonada: en Mesopotamia los suelos de los patios
palaciegos a cielo abierto y de las estancias húmedas como baños se recubrían
de ladrillos cocidas, mientras que las paredes se levantaban con ladrillos de
adobe. Finalmente, el ladrillo permite tender bóvedas semi-cilíndricas o
alabeadas y cúpulas, como las delgadas bóvedas catalanas que el arquitecto
valenciano Rafael Guastavino construyó con unos azulejos que patentó en los Estados
Unidos, llamados azulejos Guastavino, en numerosos edificios públicos y
privados de Nueva York a principios del siglo XX y que hoy se mantienen
incólumes pese a incendios y terremotos. Las piezas cerámicas son económicas,
pero su colocación pieza por pieza exige una mano de obra adiestrada lo que hoy
encarece la obra. Una reciente solución técnica y formal que une piezas
cerámicas a una malla metálica permite tender paramentos de terracota que no
son estructurales con un solo gesto como si de una cortina se tratara.
Los primeros ladrillos estaban hechos, al igual que hoy, de
agua, arcilla depurada y triturada y un “desengrasante”: un añadido consistente
en fibras vegetales o arena que impide que el ladrillo se deforme al
desmoldarse y se agriete al secarse. En Mesopotamia, los ladrillos eran de
adobe debido a la escasez de material de combustible (madera) para encender y
mantener fuegos de alta temperatura, salvo aquéllos, de mayor tamaño, en los
que se grababan textos mágicos o religiosos que protegían la construcción y que
se depositaban en los cimientos. Unos conos de terracota con una inscripción
que indicaba el nombre del titular de la obra y advertía de los peligros que
incurriría quien pretendiera atentar contra la construcción se insertaban en los
muros. Los ladrillos romanos también se estampillaban con inscripciones que
indicaban la propiedad del edificio o el nombre del taller fabricante de las
piezas.
Ladrillos en forma de cuartos de cilindro, desde
Mesopotamia, permitían erigir columnas cilíndricas portantes. Sin embargo,
quizá las piezas cerámicas estructurales más sorprendentes fueran las que se
usaron para alzar arcos que sustentaban las bóvedas de las termas
romano-republicanas de Cabrera de Mar, levantadas a poco de la conquista. Estas
piezas huecas, en forma de conos, que se encastaban unas dentro de otras y
formaban arcos, unidas mediante armaduras metálicas, y que quizá se originaran
en la Magna Grecia (el sur de Italia), son únicas en el mundo romano.
La cerámica también permite la completa cubrición de los
edificios. Protege de las inclemencias (lluvia y nieve, viento). Diversos tipos
de tejas, planas (llamadas tejas romanas) o semi-cilíndricas (tejas árabes,
pero que se usaban ya en la antigüedad), de diversos tamaños, se tienden y se
ajustan como escamas sobre caballetes de madera que dotan de pendiente a las
alas de un tejado. Piezas especiales permiten el paso de conductos (tuberías,
chimeneas). Las placas de terracota en relieve (llamadas antefijas) con las que
se remataba el perímetro del tejado solían incluir motivos naturalistas ornamentales
o mágicos. Algunas de las primeras tejas de terracota encontradas procedentes
del tejado de un palacio en Lerna (Grecia) datan de la mitad del tercer milenio
aC. De Lerna era la hidra contra la que Heracles luchó y de la que los
habitantes tenían que protegerse. Su uso llegó hasta Micenas (finales del
segundo milenio aC) y desapareció durante la “Edad oscura” griega. La teja
volvió a ser usada en Grecia hacia el siglo VII aC, extendiéndose desde el
puerto de Corinto por todo el Mediterráneo. Se convirtió en un material de
construcción usual en Roma, antes de que los árabes, tras invadir Bizancio
(heredero de Grecia y Roma), las adoptaran.
Los edificios no son unidades aisladas sino que se conectan
al tejido urbano gracias a piezas cerámicas. Conductos, tuberías y desagües, de
sección circular, en espacios públicos y privados, pueden también realizarse
con aquel material desde la antigüedad. Piezas especiales permiten la conexión
de varias tuberías. Los diámetros se adaptan al débito de las aguas. Entre las
conducciones más anchas destacan las perfectas piezas del acueducto de la época
del tirano Pisístrato, reutilizadas como sarcófagos, que traía agua a la ciudad
de Atenas en el siglo VI aC.
La facilidad, rapidez y
economía de la construcción con material cerámico ha dado paso, en el
siglo XXI, en las costas Mediterráneas, desde Egipto hasta España, al “culto al
ladrillo”, que artistas contemporáneos han expuesto y denunciado. Urbanizaciones
en marcha, sin planes urbanísticos, y que responden solo a imperativos
económicos, han arruinado a constructores y especuladores, y dibujan un
panorama de ruinas contemporáneas en paisajes destrozados, como también se descubren
en territorios ocupados por potencias extranjeras en zonas en conflicto. Obras abandonadas, arruinadas y ruines, que
solo han dejado ruinas físicas y morales.
LA CASA PROTEGIDA
Pese a la solidez de las estructuras, al grosor de los
muros, los edificios estaban a merced de los malos espíritus. Su protección no
podía incumbir solo al aparejo de bloques de piedra o ladrillos macizos. Era
necesario dotarlos de fetiches y amuletos contra el mal de ojo. Por otra parte,
los edificios eran organismos vivos que debían ser cuidados y alimentados para
que pudieran ofrecer un prolongado y seguro cobijo.
Así, en Mesopotamia, los ladrillos fundacionales se
realizaban con adobe mezclado con leche o mantequilla, y alimentos antisépticos
como el aceite, el vino y la miel, que mantenían las construcciones vivas y las
protegían: “mezclé arcilla con miel, aceite puro, resina de cedro, vino y
cerveza; modelé ladrillos con espátulas y moldes de madera de cedro; deposité
en los cimientos plata, oro, lapislázuli, ágatas, cornalina, conchas y toda
clase de plantas aromáticas”, escribió
el emperador neo-asirio Salmanasar III (s. IX aC)
La vitalidad del edificio debía ser asegurada también por la
colocación de estatuillas en diversas partes, internas y externas, del edificio.
Un conjuro neo-asirio contra los malos espíritus advertía:
“para impedir que los malos espíritus se acerquen a una casa
Y bloquear la entrada del enemigo en una casa,
El ritual que debe seguir es el siguiente:
Cuando modelas estatuillas, criaturas del Apsû (las aguas
primordiales)
Al alba debes acudir al pozo de barro y consagrarlo;
Con incienso, fuego y agua bendita debes purificar el pozo
de barro (…)
Y recitar el Conjuro del pozo de barro,
Que dice así: Pozo de barro, pozo de barro, eres el pozo de
barro de Anu (el dios del cielo) y de Enlil (el dios de las tormentas,
primogénito de Anu)
El pozo de barro de Ea, señor de las profundidades (dios de
la construcción), el pozo de barro de los grandes dioses (…)
Apenas lo hayas recitado, hablarás ante Šamaš (el dios del
sol y la justicia) del modo siguiente:
Estatuillas de Ea y de Marduk (el dios supremo de Babilonia,
hijo de Ea), que repelen los malos espíritus,
Emplazad en la casa de XX, hijo de XX, para expulsar la
huella del mal,
Pinzo el barro ante Ti en el pozo de barro.
En cuanto hayas dicho eso,
Deberás hablar del modo siguiente ante la ribera del río.
Estatuillas
Que serán emplazadas en la casa de XX, hijo de XX, para
expulsar la huella del mal,
Mezclo su barro con agua ante Ti en la ribera del río (…)
Siete estatuillas de sabios cuyo barro se mezcla con cera (…)
Deberán hacer. Siete estatuillas de sabios
De barro deberás hacer…”
(WIGGERMANN,
F.: “M8 D: vv. 18-20, 144-146, 151-152, 158-168”, Mesopotamian Protective Spirits. The Ritual Texts, Groningen, 1992)
Los grandes relieves moldeados en barro o terracota
representaban a divinidades protectoras como en la fachada del templo de Inana,
la diosa de los impulsos sexual y guerrero, en la ciudad de Uruk (segunda mitad
del primer milenio aC), a vigilantes guardianes armados como en el conocido friso
de arqueros persas de Susa, a una multitud de leones y a dragones en libertad,
símbolos de poder divino originario, que impresionaban a quienes desfilaban a
lo largo de las murallas de Babilonia poco antes de su caída definitiva a mitad
del primer milenio aC, y a figuras endemoniadas, tales como la horrísona y
deslenguada faz de la temible Gorgona de afilados colmillos en la Grecia
antigua: ésta, adecuadamente ubicada mirando de frente, los ojos desorbitados,
hacia el exterior, podía paralizar a los enemigos que se acercaban a templos y
mansiones.
Los fetiches se insertaban en los cimientos y en el grueso
de los muros, mientras que los tejados se erizaban de estatuas mágicas y
sagradas tales como Medusas-Gorgonas espantosas o seductoras, sátiros
deslenguados, dioses selváticos, serpientes y dragones hijas de la Tierra, que,
visibles desde lejos, infundían terror. Los macabros ladrillos que Miquel
Barceló fabrica en una tobera, abiertos en canal o moldeados en forma de
calavera, son una fiel e irónica evocación de estas creencias mágicas.
El recurso a la protección mágica de los espacios habitables
no desapareció tras la antigüedad. En las esquinas de los hogares hebreos, en la
Alta Edad Media, se colocaban boles con inscripciones en espiral que atrapaban
los malos espíritus, mientras que se recurría a la protección que brindaban
azulejos con manos de Fátima en el mundo musulmán, y “socarrats”, placas de terracota pintadas con
figuras bienhechoras insertadas entre las vigas del techo que velaban desde lo
alto, o azulejos con huesos y calaveras verdosas o azuladas que advertían del
tránsito del tiempo, en la cultura cristiana.
LA CASA VIVIDA
“The lower part of
the walls in the saloons, to the height of several feet, is incrusted with
glazed tiles, joined like the plates of stucco-work, so as to form various
patterns. On some of them are emblazoned the escutcheons of the Moslem kings,
traversed with a band and motto. These glazed tiles (azulejos in Spanish,
az-zulaj in Arabic) are of Oriental origin; their coolness, cleanliness, and
freedom from vermin, render them admirably fitted in sultry climates for paving
halls and fountains, incrusting bathing rooms, and lining the walls of
chambers. Ford is inclined to give them great antiquity. From their prevailing
colors, sapphire and blue, he deduces that they may have formed the kind of
pavements alluded to in the sacred Scriptures —“There was under his feet as it
were a paved work of a sapphire stone” (Exod. xxiv. 10); and again, “Behold I
will lay thy stones with fair colors, and lay thy foundations with sapphires.”
(Isaiah liv. 11.)
These glazed or
porcelain tiles were introduced into Spain at an early date by the Moslems.
Some are to be seen among the Moorish ruins which have been there upwards of
eight centuries. Manufactures of them still exist in the peninsula, and they
are much used in the best Spanish houses, especially in the southern provinces,
for paving and lining the summer apartments.
The Spaniards
introduced them into the Netherlands when they had possession of that country.
The people of Holland adopted them with avidity, as wonderfully suited to their
passion for household cleanliness; and thus these Oriental inventions, the
azulejos of the Spanish, the az-zulaj of the Arabs, have come to be commonly
known as Dutch tiles.”
(IRVING, Washington: “Notes on Morisco Architecture”, Tales of the Alhambra)
La cerámica aporta un confort físico y psíquico a los
habitantes. Atrae a los sentidos y a la imaginación: los recubrimientos vitrificados
de azulejos, característicos de la arquitectura persa, árabe e hispano-árabe
“tradicional”, ayudan a controlar la excesiva temperatura y la humedad,
facilitan la limpieza real y visual, dotan los interiores de cualidades
sensibles agradables al tacto y la vista; capta y refleja la luz y el brillo, dota
los paramentos de texturas cristalinas, y permiten recrear, a través de paneles
de azulejos pintados o esculpidos, brillantes mundos visibles o invisibles,
reales o imaginarios, ayudando a quienes moran se sientan bien, en medio de un
universo fantástico.
Los azulejos invitan a tocar las paredes; las convierten en
planos, en pantallas. Desmaterializan los muros, que se vuelven soportes de
imágenes con las que se confunden. Crean un universo de imágenes ilusorias e
ilusionantes. Se tocan y nos tocan, escribe Giuliana Bruno, emocionan. Logran
que la experiencia de vivir en la tierra sea memorable. Los motivos vegetales,
las escenas naturalistas representadas de jardines y paraísos, propios de la
arquitectura islámica, pero también finisecular –evocando perdidos y añorados
espacios medievales- transfiguran los interiores en un Edén. Los muros ni los
techos eran necesarios en el Paraíso: los enemigos no existían, las
inclemencias no se habían aún abatido sobre la tierra. Dioses, humanos y
animales convivían. Se sentían protegidos, en seguridad, confiados. No
necesitaban esconderse ni guarecerse. Los interiores recubiertos de azulejos
eran tan confortables y placenteros que metamorfosean los muros en aberturas a jardines de las delicias y
buscaban suscitar sensaciones propias de recoletos espacios edénicos.
La vitrificación de piezas cerámicas, provocada por la
conversión del sílice añadido o ya presente en la arcilla en vidrio a causa del
excesivo calor, fue una de las principales aportaciones de la cultura
mesopotámica (persa) al menos desde el siglo XIV aC. Los ladrillos moldeados en
relieve y vitrificados crearon composiciones que animaban, con los cambiantes
reflejos, las fachadas de adobe o de cerámica de templos y palacios persas y
babilónicos, suplantando la piedra casi inexistente en Mesopotamia. Ya en el
quinto y el cuarto milenios aC, las fachadas de los templos sumerios se
recubrían de pequeños y delgados conos de terracota hincados en el grueso del
muro, cuyas bases coloreadas, pero no vitrificadas, que sobresalían componían
puntillistas motivos geométricos.
La cerámica vitrificada recubre preferentemente muros
interiores así como fachadas. En este caso, metamorfosea a los edificios en
deslumbrantes sagrarios, en arquitecturas de fábula, que despiertan la
imaginación, como el desaparecido Trianon de porcelana, del siglo XVII, una
casita quebradiza y reluciente en los jardines de Versalles (Francia), a
imitación de las fabulosas descripciones de construcciones imperiales chinas, o
las iglesias barrocas portuguesas y napolitanas, convertidas en relucientes
templos que la luz materializa, en templos celestiales.
El fácil modelado de la cerámica, junto con el color y el
brillo espejado que la vitrificación aporta, facilitó el uso preferente de este
material en épocas, como a finales del siglo XIX y principios del XX, en las que
se recrearon épocas pretéritas y soñadas –obviando una realidad misérrima-, un
medioevo de fábula por parte de arquitectos y artesanos “modernistas” que
quisieron dar la espalda a la imagen de la producción industrial. Grandes
industrias de cerámica, como la fábrica Pujols Baucis (hoy cerrada, convertida
en museo), en Esplugas de Llobregat (Barcelona), sirvieron todo tipo de
ornamentos y recubrimientos cerámicos, vitrificados o no, a arquitectos como Masó
y Gaudí, entre otros.
La facilidad de limpieza de la cerámica vitrificada, en el
siglo XX, confinó su uso en espacios en los que se perseguía la higiene, física
y mental y el control de los cuerpos, tales como hospitales y hospicios, baños y cocinas públicos y privados, así como
la imagen “desinfectada” de turbadoras referencias al pasado propia de espacios
modernos, pasillos y estaciones de metro, por ejemplo, que la pureza, dureza y
frialdad del azulejo monocromático, blanco o abstracto, evoca bien.
Aunque los excesos de la arquitectura de vidrio y de metal,
construcciones cristalinas deshumanizadas, siguen presentes, la tierra –adobe,
tapia, terracota- vuelve a ser un material tenido en cuenta por los arquitectos
por su plasticidad, sus cualidades sensibles, su coste contenido y, sobre todo,
por ser capaz de entroncar nuevamente la arquitectura con la tierra, una
metáfora o un sueño de una tierra humanizada.
Enhorabuena Pedro, y mucha suerte!!!
ResponderEliminarTiene una pinta espectacular. Por supuesto que la visitaré en cuanto esté en Barcelona con un poco de tiempo. Saludos!
¡Muchas gracias!
EliminarEspero que te guste.
Hemos intentado todos realizar una exposición ordenada con un montaje que pase desapercibido y que permita ver las obras lo mejor posible
Un atento saludo
Magnífica exposición, gran trabajo en equipo y excelente conferencia inaugural. Una muestra que ha despertado en mí aún más la curiosidad sobre este material tan sencillo pero a la vez tan sofisticado para moldear, transformar y decorar las sociedades a través del tiempo, dejando también un gran legado escrito para descifrar y recordar de nuevo nuestro orígen. Las civilizaciones antiguas aportan mensajes claves sobre nuestra creación y/evolución... muchas gracias por compartir sus saberes a través de sus conocimientos. Un saludo. Esther Castañeda
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