jueves, 15 de septiembre de 2016

De obra. Cerámica aplicada a la arquitectura (Museo del Diseño, Barcelona, septiembre de 2016-enero de 2017): una visita de la exposición. Textos e imágenes


Acceso



























Ámbito Uno: la casa proyectada










































Ámbito Dos: la casa construida























Ámbito tres: la casa protegida















Ámbito Cuatro: la casa vivida























Ámbito Cinco: sala de proyección







Fotos: Tocho, septiembre de 2016

Dirección del museo: Pilar Vélez
Dirección de la exposición: Pedro Azara
Asesoramiento: María Antonia Casanovas
Documentación: María Antonia Casanovas, Isabel Fernández, Pedro Azara, Marc Marín
Diseño del montaje: Albert Imperial & Pedro Azara, con Marina Bellver, Marc Marín y Jordi Juanola
Filmaciones, proyecciones y recreaciones virtuales: Felipe de Ferrari y 0300 tv / Marc Marín, Joan Borrell, Jordi Juanola, Albert García-Alzorriz, Jacopo Meneghin
Diseño gráfico: Quim Pintó (PFP, disseny gráfic)
Construcción del montaje: Croquis



CASAS DE BARRO

PRESENTACIÓN DE LA EXPOSICÍÓN DE OBRA

“(…) llevaba el ladrillo consigo
para mostrar al mundo cómo era su casa.”

 (Bertolt Brecht)                                                        

“ojaló que el ladrillo que a puro riesgo traje
para mostrar al mundo cómo era mi casa
dure como mis duras devociones
a mis patrias suplentes compañeras
viva como un pedazo de mi vida
quede como un ladrillo en otra casa.”
(Mario Benedetti)

Los mitos lo cuentan y los hallazgos arqueológicos lo confirman. El barro crudo, junto con elementos vegetales, y el barro cocido han sido, en casi todas las culturas, los materiales de creación y construcción más usuales. Los mismos dioses que modelaron los primeros seres humanos con barro fueron los que les construyeron los primeros refugios con el mismo material y les enseñaron a trabajar éste. Barro y terracota dado lugar a útiles, fetiches y refugios. El color, la textura y la maleabilidad del barro lo asociaron a la carne. La necesaria unión de tierra, agua, aire y fuego, los cuatro elementos básicos, ha permitido que la cerámica sea considerada un material valioso.
El imaginario del barro es complejo. Por un lado el barro resulta de la pudrición de elementos –el lodo tiene una imagen negativa, asociada al mal- pero por otro se resarce o se redime cuando se convierte en un material “edificante”. Su color negro, opaco, su falta de consistencia o su consistencia blanda, repulsiva, evoca la descomposición, la muerte; pero, sin embargo, estas cualidades son propias de lo informe, lo primigenio, que acepta cualquier formación y deformación, por lo que se convierte en la materia misma de la creación, la causa primera de la misma. Diosas-madre, primigenias como Nammu, en Mesopotamia, asociadas a las aguas matriciales de las marismas del delta del Tigris y el Éufrates, no tenían ninguna forma antropomórfica ni teriomórfica reconocible,  sino que eran el lodo divinizado, fértil y fecundo. Antiguamente, y aun hoy en algunas ladrillerías artesanas supervivientes, el barro con el que se moldeaban piezas de adobe, se obtenía con una mezcla de arcilla, arena (o elementos vegetales) y agua que se dejaba “pudrir” durante semanas en una charca o un recipiente a fin de obtener una materia moldeable. Los hornos necesarios para la cocción se ubicaban en la periferia de los núcleos habitados, cerca de los cementerios, en cuyas tumbas se ofrendaban piezas de cerámica, por lo que ésta se ha asociado tanto a la vida cuanto a la rigidez de muerte. El ruido que la cerámica produce al ser golpeaba es sordo, muy distinto del tintineo de los recipientes de metal que usaban o exhibían como bienes los seres vivos.
La cerámica se distingue de la mezcla de agua, arcilla depurada y arena o fibras vegetales que otorgan consistencia, que constituye el adobe, por la cocción que lo rigidiza. Así, la forma aplicada al barro perdura. Éste gana dureza y pierde flexibilidad. Vence al tiempo pero no se adapta a él. Fábulas cuentan los sueños rotos que la cerámica despierta cuando su aparente solidez se quiebra de y por un golpe. Mientras que la madera se amolda a las presiones y la piedra levanta murallas indestructibles, el adobe y la terracota, más cálidos que la fría y muda piedra, se desmoronan o se agrietan. Sin embargo, su aparente modestia o pobreza han evitado que las piezas cerámicas sean deseadas como los materiales preciosos por lo que han escapado al saqueo y la destrucción intencionada. Se trata de un material modesto, fácil de usar, siempre al alcance de la mano. Si la terracota exige la connivencia con el fuego, no siempre fácil de lograr (de ahí que los ceramistas hayan sido juzgados como hechiceros, cercanos a los herreros, y a los demonios), el adobe, con el que se puede levantar un techo protector en poco tiempo, no requiere fuerza ni especial destreza. Un muro de tapia, o un ladrillo de adobe, pueden requerir tiempo, ya que la fabricación enteramente manual de una pieza de barro secado al sol o cocido en un horno requiere casi dos meses, y solo se puede moldear durante unos pocos meses al año, cuando el calor y la sequedad del suelo son elevados, pero no exige fuerza ni agudeza.

 De obra es una exposición monográfica que destaca algunos de los usos más comunes de la cerámica en la construcción en el Mediterráneo, desde la antigüedad hasta nuestros días. Las primeras grandes construcciones conocidas tanto de arcilla cuanto de cerámica ocurrieron en Mesopotamia –donde la piedra escaseaba- y en el Egipto antiguo antes de que el arquitecto Imhopeh, en la primera mitad del tercer milenio aC, descubriera o empleara por vez primera sillares de piedra en el recinto funerario de Saqqara en sustitución de ladrillos. Los primeros ladrillos existen desde hace once mil años. Se han hallado en la ciudad de Jericó, en el Levante del Mediterráneo oriental, ladrillos de adobe de forma oblonga. Ésta resultaba de la presión de la mano. Por otra parte, imitaban la forma de los cantos de río con los que se levantaban las primeras chozas. Presentaban una cara aplanada en la que con un dedo se practicaban hendiduras que permitían que el mortero (barro) se agarrara mejor a las piezas. Se empleaban, al igual que los guijarros, para levantar construcciones de planta circular. Estos primeros ladrillos fueron reemplazados por piezas moldeadas de planta rectangular o cuadrada hacia el sexto milenio aC.  Antes del uso de moldes regulares, durante el séptimo milenio aC, dos estrechas planchas de madera servían para aplanar las caras de ladrillos estrechos y muy largos moldeados a mano. En un primer momento, el molde se utilizaba para acabar de conformar ladrillos conformados a mano y darles un mismo tamaño, por lo que la cara superior solía estar abombada lo que dificultaba el encaje de las piezas. Los ladrillos plano-convexos se disponían inclinados a cuarenta y cinco grados. Posteriormente, los ladrillos fueron enteramente fabricados con un molde de madera rellenado de barro, un trabajo más lento que el anterior pero con unos resultados superiores. Las caras paralelas permitían una mejor distribución. Los ladrillos de forma geométrica se apilaban fácilmente. Su invención cambió el arte de la construcción y el imaginario espacial. Los edificios pudieron modularse, construirse a partir de volúmenes rectos, y ampliarse sin grandes cambios, prolongando los muros cuando fuera necesario, lo que, en cambio, no podía lograrse en construcciones de planta circular. Grecia levantó monumentos de mármol, pero Roma volvió a la construcción de obra, una técnica que los árabes asumieron y divulgaron.
El vitrificado, que exige una segunda cocción a fin que el recubrimiento de sílice cristalice, se descubrió en Mesopotamia a mediados del segundo milenio aC. Se sigue practicando hoy comúnmente como recubrimiento de azulejos. Aportó a las construcciones  el color y el brillo propio de los metales y las piedras y los mármoles pulidos, unos materiales más costosos y difíciles de manejar. Pues el adobe, que no requiere cocción, y la cerámica vitrificada o no, a través del ladrillo, las placas de terracota y los enlucidos de arcilla, simplificaron y abarataron la construcción gracias a la producción seriada hecha con moldes.
Las deficiencias energéticas del vidrio, el hormigón y el metal en arquitectura, y los nuevos procesos constructivos cerámicos que no exigen una mano de obra especializada, han logrado que, hoy, la cerámica, hasta entonces considerada anticuada e inadaptada a altos edificios de planta libre, sea considerada de nuevo como un material poco costoso que facilita que la arquitectura halle su lugar en la tierra y constituya espacios habitables y humanos.
De obra expone unas trescientas piezas cerámicas constructivas, mágicas o decorativas (tres funciones indispensables para lograr espacios habitables), antiguas, clásicas y modernas. Han sido escogidas por su belleza y por su capacidad de evocar imágenes de espacios adaptados a las necesidades humanas; objetos de barro y de terracota manufacturados, piezas casi siempre singulares pese a la existencia de moldes, que revelan qué imágenes los hombres se han hecho de su entorno construido. Las obras escogidas no constituyen un muestrario de materiales de construcción sino que son recuerdos de casas desaparecidas, supervivientes capaces aún de evocar, de rememorar el hogar perdido. Son piezas que han vivido, que tienen una historia de casas construidas, abandonadas o derribadas, historias que las piezas actuales industriales no podrán contar porque nos asusta lo que denota la huella imborrable del paso del tiempo. Formaron (parte de) un hogar. Piezas que no tenían sentido aisladas y desconectadas sino solo en relación con otras obras similares a fin de levantar muros y techos protectores, para ofrecer cobijos. Cada pieza formaba parte de un espacio habilitado para la vida humana y es un testimonio de las relaciones, armoniosas o a la defensiva, del ser humano con el exterior, capaz de recrear la tierra, una tierra apta para la vida, con tierra, o de enterrarla.

LA CASA PROYECTADA

En la mayoría de las culturas antiguas, la arquitectura monumental (templos, palacios y recintos funerarios), al igual que hoy, no se improvisaba. Respondía a un proyecto dibujado o escrito. Los constructores, por orden de los sacerdotes o los monarcas, producían planos en Egipto, Mesopotamia y Roma, maquetas y memorias, en Grecia, sobre todo, debido a que la arquitectura monumental respondía a cánones tan bien establecidos y conocidos que su construcción no requería tanto planos como visiones de conjunto. Estos documentos gráficos y transcritos eran, habitualmente, considerados dictados, trazados o inspirados a reyes y sacerdotes por seres sobrenaturales, salvo en el Egipto faraónico donde los visires solían ser los responsables del cuidado de templos y palacios reales, así como de la construcción de nuevas obras, por lo que los responsables de las obras eran los mismos quienes recibían órdenes desde lo alto. Textos y gráficos se trazaban en tablillas de arcilla o terracota en Mesopotamia. Del mismo modo, textos en escritura cuneiforme que mencionaban el nombre de los responsables políticos de las obras y a quién éstas estaban destinadas, y describían el rito fundacional y la construcción del edificio se inscribían en tablillas, cilindros o prismas de terracota que se conservaban tanto en archivos reales cuanto en los cimientos de la construcción e insertos en los muros a modo de ofrendas a los poderes del inframundo cuyo espacio vital iba a ser ocupado. En Egipto y en Mesopotamia, se realizaban también maquetas de terracota, de carácter más votivo que funcional –ya que representaban la casa de los ancestros-, que se depositaban en los cimientos durante los ritos fundacionales.  Estaban destinadas  a acoger los espíritus de los antepasados que protegerían a la nueva construcción. En cambio, en las culturas itálicas de Villanova y Lacio, a partir de principios del primer milenio aC, y en Etruria, a mitad del primer milenio aC, maquetas de terracota en forma de cabañas primitivas acogían las cenizas del difunto, que moraba así para siempre en su propio hogar, y se preservaban  en  las tumbas junto a ajuares funerarios. La tierra, que acogía el cuerpo, el hogar y el espíritu formaban una unidad que preservaba el recuerdo vivo del fallecido. Estas “maquetas” no formaban parte de ningún proyecto arquitectónico sino que reproducían habitualmente, de manera simplificada, un hogar existente. Las maquetas del Imperio antiguo egipcio ofrecían una morada, dotada de enseres y alimentos hechos de barro (un material para la eternidad),  para el alma (el ba) del difunto: no eran verdaderamente maquetas sino casas diminutas adaptadas al tamaño, casi incorpóreo, del espíritu. Eran tumbas muy modestas y moradas. Se enterraban o se depositaban sobre la arena del desierto a fin que el alma no se perdiera.
Hoy en día, numerosos ceramistas, a menudo inspirados y admirados por la poéticas de estas frágiles piezas arqueológicas que son un testimonio duradero del apego al hogar más allá de la muerte, modelan maquetas arquitectónicas o construcciones a pequeña escala en terracota o porcelana, realistas o no, que ofrecen una mirada ya sea crítica sobre las virtudes y las limitaciones de las construcciones contemporáneas, o nostálgica sobre el hogar perdido.


LA CASA CONSTRUIDA

Plegaria en honor de Kulla, el dios mesopotámico de los labrillos (Kulla era hijo de Enki, el dios de los constructores):
“Kulla, dios de los ladrillos, Señor de los cimientos y de los muros -¡oh tú! El albañil…, hijo de …, que construye la casa, ¡que prospera gracias a tus órdenes, a tu palabra! Porque eres bondadoso, te imploro, porque eres bondadoso, te miro. Qué la casa que ha construido dure muchos años. Al demonio de la casa, has alejado la muerte, la pérdida y la voluntad maligna de esta casa. Por tu sublime orden, que no puede ser alterada, y con tu firme consentimiento, que no puede ser cambiado, que el albañil…, hijo de …., viva, prospere y cante tus alabanzas”

“Kulla (the brick god), lord of foundation and wall – oh you! NN, son of NN, who is building this house, by [your] command, by your word may he prosper! Because you are merciful, I have turned [to you], because you are merciful, I seek [you]! The house he has built may last for a long time. This evil of the house [...], you [avert] death, loss and evil deed from this house. At your sublime command, which cannot be altered, and by your firm consent, which cannot be changed, may NN, son of NN, live, prosper and sing your praises.”

Un edificio puede construirse enteramente, desde los cimientos hasta la techumbre, con piezas de adobe o de cerámica. En Mesopotamia, los cimientos no siempre eran de piedra, sino de ladrillos macizos de terracota de mayor tamaño que los ladrillos con los que se levantaban los muros. El elemento principal y básico es el ladrillo secado al sol o cocido. Éste es ignífugo e impermeable aunque transpirable. Existe en múltiples formas, macizas o huecas, y tamaños. Suele tener caras paralelas, aunque los mesopotámicos, en el cuarto milenio aC, utilizaron unos ladrillos, únicos en el mundo, con una cara abombada debido quizá a un modelado apresurado final aplicado sobre un ladrillo hecho previamente a mano, lo que facilitaba la rápida colocación y el agarre del mortero. Existían también ladrillos de planta circular utilizados para erigir columnas en Mesopotamia.
El ladrillo permite levantar cimientos y sólidos muros portantes, rectos y planos, u ondulados, como los que el arquitecto Eladio Dieste ha construido en numerosas iglesias en Uruguay y en España en los años cincuenta y noventa del siglo pasado, en edificios de hasta una decena de plantas. Se utiliza también para construir simples paramentos, delgados recubrimientos de fachadas “ventiladas” por los que el aire puede circular, y celosías que filtran la luz. Cubre suelos, facilitando la limpieza e impidiendo el polvo que se alza de la tierra apisonada: en Mesopotamia los suelos de los patios palaciegos a cielo abierto y de las estancias húmedas como baños se recubrían de ladrillos cocidas, mientras que las paredes se levantaban con ladrillos de adobe. Finalmente, el ladrillo permite tender bóvedas semi-cilíndricas o alabeadas y cúpulas, como las delgadas bóvedas catalanas que el arquitecto valenciano Rafael Guastavino construyó con unos azulejos que patentó en los Estados Unidos, llamados azulejos Guastavino, en numerosos edificios públicos y privados de Nueva York a principios del siglo XX y que hoy se mantienen incólumes pese a incendios y terremotos. Las piezas cerámicas son económicas, pero su colocación pieza por pieza exige una mano de obra adiestrada lo que hoy encarece la obra. Una reciente solución técnica y formal que une piezas cerámicas a una malla metálica permite tender paramentos de terracota que no son estructurales con un solo gesto como si de una cortina se tratara.
Los primeros ladrillos estaban hechos, al igual que hoy, de agua, arcilla depurada y triturada y un “desengrasante”: un añadido consistente en fibras vegetales o arena que impide que el ladrillo se deforme al desmoldarse y se agriete al secarse. En Mesopotamia, los ladrillos eran de adobe debido a la escasez de material de combustible (madera) para encender y mantener fuegos de alta temperatura, salvo aquéllos, de mayor tamaño, en los que se grababan textos mágicos o religiosos que protegían la construcción y que se depositaban en los cimientos. Unos conos de terracota con una inscripción que indicaba el nombre del titular de la obra y advertía de los peligros que incurriría quien pretendiera atentar contra la construcción se insertaban en los muros. Los ladrillos romanos también se estampillaban con inscripciones que indicaban la propiedad del edificio o el nombre del taller fabricante de las piezas.
Ladrillos en forma de cuartos de cilindro, desde Mesopotamia, permitían erigir columnas cilíndricas portantes. Sin embargo, quizá las piezas cerámicas estructurales más sorprendentes fueran las que se usaron para alzar arcos que sustentaban las bóvedas de las termas romano-republicanas de Cabrera de Mar, levantadas a poco de la conquista. Estas piezas huecas, en forma de conos, que se encastaban unas dentro de otras y formaban arcos, unidas mediante armaduras metálicas, y que quizá se originaran en la Magna Grecia (el sur de Italia), son únicas en el mundo romano.
La cerámica también permite la completa cubrición de los edificios. Protege de las inclemencias (lluvia y nieve, viento). Diversos tipos de tejas, planas (llamadas tejas romanas) o semi-cilíndricas (tejas árabes, pero que se usaban ya en la antigüedad), de diversos tamaños, se tienden y se ajustan como escamas sobre caballetes de madera que dotan de pendiente a las alas de un tejado. Piezas especiales permiten el paso de conductos (tuberías, chimeneas). Las placas de terracota en relieve (llamadas antefijas) con las que se remataba el perímetro del tejado solían incluir motivos naturalistas ornamentales o mágicos. Algunas de las primeras tejas de terracota encontradas procedentes del tejado de un palacio en Lerna (Grecia) datan de la mitad del tercer milenio aC. De Lerna era la hidra contra la que Heracles luchó y de la que los habitantes tenían que protegerse. Su uso llegó hasta Micenas (finales del segundo milenio aC) y desapareció durante la “Edad oscura” griega. La teja volvió a ser usada en Grecia hacia el siglo VII aC, extendiéndose desde el puerto de Corinto por todo el Mediterráneo. Se convirtió en un material de construcción usual en Roma, antes de que los árabes, tras invadir Bizancio (heredero de Grecia y Roma), las adoptaran.    
Los edificios no son unidades aisladas sino que se conectan al tejido urbano gracias a piezas cerámicas. Conductos, tuberías y desagües, de sección circular, en espacios públicos y privados, pueden también realizarse con aquel material desde la antigüedad. Piezas especiales permiten la conexión de varias tuberías. Los diámetros se adaptan al débito de las aguas. Entre las conducciones más anchas destacan las perfectas piezas del acueducto de la época del tirano Pisístrato, reutilizadas como sarcófagos, que traía agua a la ciudad de Atenas en el siglo VI aC.
La facilidad, rapidez y  economía de la construcción con material cerámico ha dado paso, en el siglo XXI, en las costas Mediterráneas, desde Egipto hasta España, al “culto al ladrillo”, que artistas contemporáneos han expuesto y denunciado. Urbanizaciones en marcha, sin planes urbanísticos, y que responden solo a imperativos económicos, han arruinado a constructores y especuladores, y dibujan un panorama de ruinas contemporáneas en paisajes destrozados, como también se descubren en territorios ocupados por potencias extranjeras en zonas en conflicto.  Obras abandonadas, arruinadas y ruines, que solo han dejado ruinas físicas y morales.

LA CASA PROTEGIDA

Pese a la solidez de las estructuras, al grosor de los muros, los edificios estaban a merced de los malos espíritus. Su protección no podía incumbir solo al aparejo de bloques de piedra o ladrillos macizos. Era necesario dotarlos de fetiches y amuletos contra el mal de ojo. Por otra parte, los edificios eran organismos vivos que debían ser cuidados y alimentados para que pudieran ofrecer un prolongado y seguro cobijo.
Así, en Mesopotamia, los ladrillos fundacionales se realizaban con adobe mezclado con leche o mantequilla, y alimentos antisépticos como el aceite, el vino y la miel, que mantenían las construcciones vivas y las protegían: “mezclé arcilla con miel, aceite puro, resina de cedro, vino y cerveza; modelé ladrillos con espátulas y moldes de madera de cedro; deposité en los cimientos plata, oro, lapislázuli, ágatas, cornalina, conchas y toda clase de plantas aromáticas”, escribió  el emperador neo-asirio Salmanasar III (s. IX aC)
La vitalidad del edificio debía ser asegurada también por la colocación de estatuillas en diversas partes, internas y externas, del edificio. Un conjuro neo-asirio contra los malos espíritus advertía:

“para impedir que los malos espíritus se acerquen a una casa
Y bloquear la entrada del enemigo en una casa,
El ritual que debe seguir es el siguiente:
Cuando modelas estatuillas, criaturas del Apsû (las aguas primordiales)
Al alba debes acudir al pozo de barro y consagrarlo;
Con incienso, fuego y agua bendita debes purificar el pozo de barro (…)
Y recitar el Conjuro del pozo de barro,
Que dice así: Pozo de barro, pozo de barro, eres el pozo de barro de Anu (el dios del cielo) y de Enlil (el dios de las tormentas, primogénito de Anu)
El pozo de barro de Ea, señor de las profundidades (dios de la construcción), el pozo de barro de los grandes dioses (…)
Apenas lo hayas recitado, hablarás ante Šamaš (el dios del sol y la justicia) del modo siguiente:
Estatuillas de Ea y de Marduk (el dios supremo de Babilonia, hijo de Ea), que repelen los malos espíritus,
Emplazad en la casa de XX, hijo de XX, para expulsar la huella del mal,
Pinzo el barro ante Ti en el pozo de barro.
En cuanto hayas dicho eso,
Deberás hablar del modo siguiente ante la ribera del río.
Estatuillas
Que serán emplazadas en la casa de XX, hijo de XX, para expulsar la huella del mal,
Mezclo su barro con agua ante Ti en la ribera del río (…)
Siete estatuillas de sabios cuyo barro se mezcla con cera (…)
Deberán hacer. Siete estatuillas de sabios
De barro deberás hacer…”

(WIGGERMANN, F.: “M8 D: vv. 18-20, 144-146, 151-152, 158-168”, Mesopotamian Protective Spirits. The Ritual Texts, Groningen, 1992)

Los grandes relieves moldeados en barro o terracota representaban a divinidades protectoras como en la fachada del templo de Inana, la diosa de los impulsos sexual y guerrero, en la ciudad de Uruk (segunda mitad del primer milenio aC), a vigilantes guardianes armados como en el conocido friso de arqueros persas de Susa, a una multitud de leones y a dragones en libertad, símbolos de poder divino originario, que impresionaban a quienes desfilaban a lo largo de las murallas de Babilonia poco antes de su caída definitiva a mitad del primer milenio aC, y a figuras endemoniadas, tales como la horrísona y deslenguada faz de la temible Gorgona de afilados colmillos en la Grecia antigua: ésta, adecuadamente ubicada mirando de frente, los ojos desorbitados, hacia el exterior, podía paralizar a los enemigos que se acercaban a templos y mansiones.
Los fetiches se insertaban en los cimientos y en el grueso de los muros, mientras que los tejados se erizaban de estatuas mágicas y sagradas tales como Medusas-Gorgonas espantosas o seductoras, sátiros deslenguados, dioses selváticos, serpientes y dragones hijas de la Tierra, que, visibles desde lejos, infundían terror. Los macabros ladrillos que Miquel Barceló fabrica en una tobera, abiertos en canal o moldeados en forma de calavera, son una fiel e irónica evocación de estas creencias mágicas.   
El recurso a la protección mágica de los espacios habitables no desapareció tras la antigüedad. En las esquinas de los hogares hebreos, en la Alta Edad Media, se colocaban boles con inscripciones en espiral que atrapaban los malos espíritus, mientras que se recurría a la protección que brindaban azulejos con manos de Fátima en el mundo musulmán, y  “socarrats”, placas de terracota pintadas con figuras bienhechoras insertadas entre las vigas del techo que velaban desde lo alto, o azulejos con huesos y calaveras verdosas o azuladas que advertían del tránsito del tiempo, en la cultura cristiana.

LA CASA VIVIDA
“The lower part of the walls in the saloons, to the height of several feet, is incrusted with glazed tiles, joined like the plates of stucco-work, so as to form various patterns. On some of them are emblazoned the escutcheons of the Moslem kings, traversed with a band and motto. These glazed tiles (azulejos in Spanish, az-zulaj in Arabic) are of Oriental origin; their coolness, cleanliness, and freedom from vermin, render them admirably fitted in sultry climates for paving halls and fountains, incrusting bathing rooms, and lining the walls of chambers. Ford is inclined to give them great antiquity. From their prevailing colors, sapphire and blue, he deduces that they may have formed the kind of pavements alluded to in the sacred Scriptures —“There was under his feet as it were a paved work of a sapphire stone” (Exod. xxiv. 10); and again, “Behold I will lay thy stones with fair colors, and lay thy foundations with sapphires.” (Isaiah liv. 11.)
These glazed or porcelain tiles were introduced into Spain at an early date by the Moslems. Some are to be seen among the Moorish ruins which have been there upwards of eight centuries. Manufactures of them still exist in the peninsula, and they are much used in the best Spanish houses, especially in the southern provinces, for paving and lining the summer apartments.
The Spaniards introduced them into the Netherlands when they had possession of that country. The people of Holland adopted them with avidity, as wonderfully suited to their passion for household cleanliness; and thus these Oriental inventions, the azulejos of the Spanish, the az-zulaj of the Arabs, have come to be commonly known as Dutch tiles.” (IRVING, Washington: “Notes on Morisco Architecture”, Tales of the Alhambra)

La cerámica aporta un confort físico y psíquico a los habitantes. Atrae a los sentidos y a la imaginación: los recubrimientos vitrificados de azulejos, característicos de la arquitectura persa, árabe e hispano-árabe “tradicional”, ayudan a controlar la excesiva temperatura y la humedad, facilitan la limpieza real y visual, dotan los interiores de cualidades sensibles agradables al tacto y la vista; capta y refleja la luz y el brillo, dota los paramentos de texturas cristalinas, y permiten recrear, a través de paneles de azulejos pintados o esculpidos, brillantes mundos visibles o invisibles, reales o imaginarios, ayudando a quienes moran se sientan bien, en medio de un universo fantástico.
Los azulejos invitan a tocar las paredes; las convierten en planos, en pantallas. Desmaterializan los muros, que se vuelven soportes de imágenes con las que se confunden. Crean un universo de imágenes ilusorias e ilusionantes. Se tocan y nos tocan, escribe Giuliana Bruno, emocionan. Logran que la experiencia de vivir en la tierra sea memorable. Los motivos vegetales, las escenas naturalistas representadas de jardines y paraísos, propios de la arquitectura islámica, pero también finisecular –evocando perdidos y añorados espacios medievales- transfiguran los interiores en un Edén. Los muros ni los techos eran necesarios en el Paraíso: los enemigos no existían, las inclemencias no se habían aún abatido sobre la tierra. Dioses, humanos y animales convivían. Se sentían protegidos, en seguridad, confiados. No necesitaban esconderse ni guarecerse. Los interiores recubiertos de azulejos eran tan confortables y placenteros que metamorfosean los muros en  aberturas a jardines de las delicias y buscaban suscitar sensaciones propias de recoletos espacios edénicos.
La vitrificación de piezas cerámicas, provocada por la conversión del sílice añadido o ya presente en la arcilla en vidrio a causa del excesivo calor, fue una de las principales aportaciones de la cultura mesopotámica (persa) al menos desde el siglo XIV aC. Los ladrillos moldeados en relieve y vitrificados crearon composiciones que animaban, con los cambiantes reflejos, las fachadas de adobe o de cerámica de templos y palacios persas y babilónicos, suplantando la piedra casi inexistente en Mesopotamia. Ya en el quinto y el cuarto milenios aC, las fachadas de los templos sumerios se recubrían de pequeños y delgados conos de terracota hincados en el grueso del muro, cuyas bases coloreadas, pero no vitrificadas, que sobresalían componían puntillistas motivos geométricos. 
La cerámica vitrificada recubre preferentemente muros interiores así como fachadas. En este caso, metamorfosea a los edificios en deslumbrantes sagrarios, en arquitecturas de fábula, que despiertan la imaginación, como el desaparecido Trianon de porcelana, del siglo XVII, una casita quebradiza y reluciente en los jardines de Versalles (Francia), a imitación de las fabulosas descripciones de construcciones imperiales chinas, o las iglesias barrocas portuguesas y napolitanas, convertidas en relucientes templos que la luz materializa, en templos celestiales.
El fácil modelado de la cerámica, junto con el color y el brillo espejado que la vitrificación aporta, facilitó el uso preferente de este material en épocas, como a finales del siglo XIX y principios del XX, en las que se recrearon épocas pretéritas y soñadas –obviando una realidad misérrima-, un medioevo de fábula por parte de arquitectos y artesanos “modernistas” que quisieron dar la espalda a la imagen de la producción industrial. Grandes industrias de cerámica, como la fábrica Pujols Baucis (hoy cerrada, convertida en museo), en Esplugas de Llobregat (Barcelona), sirvieron todo tipo de ornamentos y recubrimientos cerámicos, vitrificados o no, a arquitectos como Masó y Gaudí, entre otros.
La facilidad de limpieza de la cerámica vitrificada, en el siglo XX, confinó su uso en espacios en los que se perseguía la higiene, física y mental y el control de los cuerpos, tales como hospitales y hospicios,  baños y cocinas públicos y privados, así como la imagen “desinfectada” de turbadoras referencias al pasado propia de espacios modernos, pasillos y estaciones de metro, por ejemplo, que la pureza, dureza y frialdad del azulejo monocromático, blanco o abstracto, evoca bien.
Aunque los excesos de la arquitectura de vidrio y de metal, construcciones cristalinas deshumanizadas, siguen presentes, la tierra –adobe, tapia, terracota- vuelve a ser un material tenido en cuenta por los arquitectos por su plasticidad, sus cualidades sensibles, su coste contenido y, sobre todo, por ser capaz de entroncar nuevamente la arquitectura con la tierra, una metáfora o un sueño de una tierra humanizada. 





3 comentarios:

  1. Enhorabuena Pedro, y mucha suerte!!!
    Tiene una pinta espectacular. Por supuesto que la visitaré en cuanto esté en Barcelona con un poco de tiempo. Saludos!

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    1. ¡Muchas gracias!
      Espero que te guste.
      Hemos intentado todos realizar una exposición ordenada con un montaje que pase desapercibido y que permita ver las obras lo mejor posible
      Un atento saludo

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  2. Magnífica exposición, gran trabajo en equipo y excelente conferencia inaugural. Una muestra que ha despertado en mí aún más la curiosidad sobre este material tan sencillo pero a la vez tan sofisticado para moldear, transformar y decorar las sociedades a través del tiempo, dejando también un gran legado escrito para descifrar y recordar de nuevo nuestro orígen. Las civilizaciones antiguas aportan mensajes claves sobre nuestra creación y/evolución... muchas gracias por compartir sus saberes a través de sus conocimientos. Un saludo. Esther Castañeda

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