miércoles, 15 de mayo de 2024

ISABEL QUINTANILLA (1938-2017): LUGARES HABITADOS





































 

Fotos: Tocho, Madrid, mayo de 2024


La revista del Colegio de Arquitectos de Cataluña encargó una entrevistas sobre “los López”, en Madrid, a mitad de los años ochenta: Antonio López , Francisco López y Julio López, pintores y escultores emparentados. 

El encargo tenía sentido. Antonio López es un retratista urbano (así como de espacios domésticos), y Francisco y Julio López han trabajado con arquitectos como Rafael Moneo o Elías Torres, en espacios públicos y obras arquitectónicas.

Las entrevistas tuvieron lugar en sus domicilios. Una mujer abrió la puerta en cada casa. Saludamos y nos olvidamos. No veníamos a verlas, sino a sus célebres esposos. Ellas se retiraron.  

Ningún responsable ni participante del encargo sabía quiénes eran. Todas han fallecido. Siete años más tarde del fallecimiento, un museo de Madrid presenta la primera antológica de Isabel Quintanilla. Francisco López era su esposo.

Tardó más de diez años en exponer por vez primera en una galería de arte. Una gran parte de su obra se halla en Alemania, fruto de un viaje familiar. Casi ningún museo español posee obra suya.

Viendo la exposición, y tras la reciente muestra antológica de Antonio López en Barcelona, cabe preguntarse por nuestra ceguera. O nuestros prejuicios.

Isabel Quintanilla fue una retratística urbana y, sobre todo, de espacios domésticos habitados. 

Pintó lo que las fotografías que los arquitectos encargan no muestran: espacios con marcas, en gastados muebles, sofás y butacas rehundidos, a veces protegidos por arrugadas fundas de plástico, en alfombras descoloridas, deshilachadas, estantes desordenados, azulejos descascarillados, paredes desconchadas, cables, radiadores de mediocre diseño, objetos desparejados, como en una casa de veraneo que recoge los enseres que ya nadie quiere, contadores a la vista que son lo primero que retoques fotográficos borran, leves incidentes fruto del roce, del trato diario, de la adaptación de la estancia a nuestros humores y nuestros descuidos (que la humanizan a coste de su inicial perfección).

Quintanilla afirmaba que prefería no retratar a los habitantes. No eran necesarios. Un cúmulo de discretas marcas por doquier testimoniaban de la latente presencia humana, realzada por las luces indirectas y reflejadas (en espejos, vidrios, cristales, plásticos, maderas enceradas, pavimentos fregados) de lámparas de mesas o de pie encendidas, al atardecer, que revelan que los usuarios están cerca, fuera por unos momentos.

Breves citas de la novela El Jarama -una de las mejores novelas europeas del siglo XX, que los pintores realistas madrileños tenían como libro de cabecera-, de Rafael Sánchez Ferlosio, bien escogidas, acompañan la visita.


https://www.museothyssen.org/exposiciones/realismo-intimo-isabel-quintanilla

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