Fotos: Tocho, mayo de 2024
Como un arco de triunfo al final de un nuevo muelle en el puerto de Barcelona, rodeado de un cenáculo de veleros y yates, atraídos por la promesa de la copa América, fuera del alcance de la mayoría de nosotros que paseamos mirando de reojo las botellas de champán que se descorchan a bordo, y encuadrando un discreto faro verde que despunta en la lejanía, cabe la bocana del puerto, casi al pie de las aguas portuarias que quisieran ser esmeralda, se destaca el nuevo edificio Miramar, aun no inaugurado, que deberá acoger un restaurante al alcance de los navegantes cercanos.
Un edificio envuelto en estrechos listones de hormigón, que parece que siempre ha estado en este lugar y que no podría estar en ninguno otro, que tiene la buena educación de levantar el ancla para no interferir el paso y la vista, animando, por el contrario, a cruzarlo, como quien atraviesa una pantalla, para asomarse a una angosta pasarela que cuelga sobre el mar casi abierto, lejos ya de la ciudad, como un afilado mascaron de proa.
Un hermoso e inesperado tránsito hacia el mar abierto, la última despedida de la ciudad antes de afrontar las olas.
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