viernes, 7 de febrero de 2025

El crimen de la arquitectura: los cimientos

 Los edificios son como los icebergs. La mayor parte de ellos son invisibles. No solo pueden poseer plantas subterráneas (almacenes, aparcamientos), sino que, aún más profundamente, adentrándose aún más en lo hondo de la tierra, la construcción se sustenta sobre cimientos (pilares, pilotes, zapatas, etc.). 

La instalación de estos fundamentos, que vienen precedidos, simbólica y ritualmente, por la ceremonia de la colocación de la primera piedra en una zanja o un foso abierto en la tierra, requiere, precisamente, la apertura de hondonadas más o menos profundas que  se adentran hasta alcanzar las capas más resistentes del subsuelo. Los arquitectos, los constructores y los estudiantes bien lo saben y lo sufren. La tierra no siempre resiste la presión, física y moral, del peso que descansa pesadamente sobre ella. A veces, la tierra trata de sacudirse lo que la oprime. De ahí los rituales para congraciarse con ella.

Las revueltas de la tierra tienen otra razón de ser: las zanjas en las que se hincan los cimientos de una construcción son cortes profundos que se practican en el cuerpo de la tierra. Se delimita, se marca , se deslinda, se adentra, se corta y se vacía: una poderosa y dolorosa operación, una herida que se hunde en la tierra, un tajo seco e inmisericorde que no se soldará nunca.

La palabra cimiento no deja lugar a dudas sobre las intenciones y las consecuencias de acto fundacional. Caementum, en latín, designa la piedra desbastada: un bloque arrancado, escindido de una montaña. Ésta queda mutilada para siempre. La operación requiere cortes, presiones, inyecciones, y la dolorosa presión para extraer -traer fuera, romper- un sillar.

El verbo caedo -del que deriva caenentum y, por tanto, cimiento- es devastador: se traduce, en una progresión que sin duda habría fascinado a los surrealistas, por golpear, abatir, hendir, para acabar por señalar la matanza, peor, masacrar. Caedo se refiere a una acción intencionada destructiva, que persigue la aniquilación -el sometimiento, romper espinazos, anular vidas, lograr la desaparición de la víctima. Esta palabra no es gratuita. Los sacrificios, como bien eran conscientes los griegos, eran asesinatos que transferían las vidas de animales o de humanos a los dioses y los poderosos para que se hicieran con tantas vidas que devinieran inmortales. El verbo caedo también se aplicaba para designar la sangrante y mortífera acción de ejecutante de un ritual.

Los mitos bien recogen el carácter ambivalente de la construcción y la edificación, que requiere un crimen primigenio. El primer fundador de ciudades el fue Caín, tras asesinar a su hermano Abel. Roma pudo ser fundada por Rómulo después de que hubiera sacrificado a su hermano gemelo Remo. Y todos los fundadores habían cometido crímenes, lo que les autorizaba para proseguir su carrera criminal apoderándose de tierras, hiriéndolas para siempre para hincarles, como lanzas y flechas, los cimientos de los edificios. La arquitectura requiere una previa mutilación, un primer crimen. Quizá por eso sea un arte tan fascinante -y tan discutido-, que no podemos dejar de ejecutar. La vida que la arquitectura protege requiere una primera aniquilación. La vida se transfiere. 

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