lunes, 8 de mayo de 2023

JOSÉ DE ASPÍROZ Y ASPÍROZ (1895-1967): VOLADIZO DE ACCESO (FÁBRICA ROCA, 1957, ALCALÁ DE HENARES, MADRID)








 

José de Azpiroz (o Aspíroz): voladizo de hormigón del acceso a la fábrica Roca, 1957, Alcalá de Henares (Madrid)

Fotos: Tocho, mayo de 2023




Fotos: Docomomo.


José de Aspíroz fue un arquitecto de la primera generación de arquitectos racionalistas españoles, conocida como Generación del 25 -equiparada a la Generación del 27 literaria.

La fábrica Roca en Alcalá de Henares, un sobrio conjunto de ladrillo, destaca sobremanera por el voladizo de acceso -que no se suele mostrar: una delgada lámina de hormigón blanco de amplio vuelo que ondula y se levanta levemente por ambos extremos, tan solo apoyada en dos pilares de hormigón de sección paralelepipédica. Señala majestuosa -aunque discretamente, como un modesto arco de triunfo- el acceso, acompasa el movimiento, crea un alto de sombra, y marca el tránsito entre el espacio público de la avenida (que abraza la muralla que rodea Alcalá de Henares) y el amplio patio ante la fachada de la fábrica. Una hermosa obra que conjuga arquitectura e ingeniería, hoy un tanto perdida entre las copas de los árboles, pero que no la lastiman sino que acentúan la discreción de dicho voladizo de acceso.








sábado, 6 de mayo de 2023

Madrid, ciudad musulmana (Mayrit, s. X)

 





Fotos: Tocho, mayo de 2023


No, Madrid no surgió de la nada, en el centro de la Península, en el siglo XVI. Complutum, hoy Alcalá de Henares, fue una importante ciudad Romana, rodeada de villas de gran tamaño, y bajo el nombre de Mayrit fue una ciudad musulmana, cuyos restos, poco a poco, van saliendo a la luz.

El Museo Arqueológico Regional, en Alcalá de Henares, posee una pequeña maqueta de una puerta fortificada de Mayrit, del siglo X, un juguete o un pebetero, se especula; en todos los casos, un objeto precioso de pequeñas dimensiones, de terracota, que ofrece una imagen del sistema defensivo urbano árabe, con puertas de acceso dotadas de torres almenadas, un objeto singular, sino único, que invita al recogimiento, en su aparente fragilidad 





https://www.museoarqueologicoregional.org/cs/Satellite?c=MUSE_Pieza_FA&cid=1142579675734&language=es&pageid=1162525802635&pagename=Museos%2FMUSE_Pieza_FA%2FMUSE_pieza

viernes, 5 de mayo de 2023

CONEJO BLANCO




Foto: Tocho, mayo de 2023


Notas sueltas sobre el teatro desde dentro:

Para los que somos espectadores, cómodamente desde nuestras butacas, a oscuras, el escenario, bien iluminado, es un lugar lejano e inaccesible. Situado a cierta altura, el frente sobre el que descansa constituye un muro infranqueable. Nadie puede -ni se atreve- a saltar a la palestra. Es otro mundo, con trqnsfondos, cuyas reglas se desconocen.

El escenario también aparece lejano para quienes, no siendo los intérpretes, trabajan en una puesta en escena. Aquel es un espacio acotado rodeado de pasillos que zigzaguean, suben y bajan, angostos y oscuros, atestado de cables, de testigos luminosos, de mesas con innumerables mandos, y de pantallas en las se proyecta lo que acontece en el escenario. La altura de la caja del escenario es descomunal. El techo se pierde en la noche. Guías, cables, torres y escaleras metálicas de barco, un asedio de focos orientados amenazantes hacia el escenario, como ojos avizor que nunca se cierran, decorados y pantallas colgados, pasarelas, puertas cerradas que conducen hacia no sabe dónde, un bosque de vigas y tubos metálicos, cables dispuestos como lianas, es difícil e inseguro deslizarse por la trastienda del escenario, y aún más, por debajo de éste: aunque es posible caminar sin bajar la cabeza, el espacio subterráneo, como una cripta, atestado por lo que parecen estalactitas, invadido, como un templo olvidado en la selva, por el crecimiento desmesurado de conductos, detiene y desorienta en medio de un espacio de límites casi invisibles atenazado por la penumbra reinante que convierte la red de cables en inquietantemente inmóviles, mas al acecho, tensas sierpes enroscadas inmemoriales y sin duda mortales.

Lo más curioso ocurre detrás del escenario y en las profundidades de los camerinos. Se abre la puerta de un ascensor: sale una persona de apenas metro veinte de altura con amplio sombrero de vaquero que lo cubre casi completamente. Tres personas en silla de rueda se desplazan con dificultad por entre cajas, y colgadores atestados de disfraces de todo tipo, cuya  insólita apariencia apenas se adivina . Un deficiente asciende inseguro por una escalera interior: el mundo otro del teatro recuerda los pasadizos y los moradores de Notre Dame de París. Y fascina.Mientras, por el pasillo un actor con un abrigo de leopardo se cruza con una brigada de cuatro hombres uniformados de negro que desfilan formados no se sabe bien porque ni hacia dónde m. En un camerino, por la puerta entreabierta, se vislumbra a un actor cansado, la cara cubierta de trozos adhesivos para fijar el micro de oreja, que cena ante un taper de macarrones. Y al torcer la esquina, una bailarina embarazada ensaya ensimismada complejos  movimientos de brazos ante una fuente. Seguramente, el conejo blanco apresurado, con un reloj de bolsillo en la mano, habrá pasado minutos antes.

Un trabajo de locos -aún no resuelto- (el mundo del teatro es bendita mente de locos) es el de los técnicos, frente a mesas de sonido cubiertas de mandos y una red laberíntica de cables, y con mapas detallados que describen lo que cada actor hace, cuando interviene y desde dónde, que tienen que activar o desconectar, a un ritmo endiablado, los micros inalámbricos de oreja de cada actor en el momento en que interviene y deja luego de hablar, ajustando el volumen al tono de cada intérprete (algunos tienen vozarrón, otros hablan en voz baja) y al espacio, con más o menos eco, más cerca o no del público, en el que se ubica. 

Una labor infernal, agotadora, que puede hundir una obra, ya que el que texto llegue a los espectadores depende del trabajo de estos técnicos, que deben conjuntarse con los que mueven los telones colgados -que agrandan o empequeñecen el escenario, lo que afecta al volumen del sonido.


Tocho pasará las próximas siete semanas en el vientre de la ballena en una ciudad española  

The Kardashians & Le Corbusier (Keeping up with the Kasdashians, temporada 12, 2016)


 

 Por fin; se tenía que decir: basta de Le Corbusier

miércoles, 3 de mayo de 2023

CARLOS III DE INGLATERRA (PRÍNCIPE CARLOS, 1948): A VISION OF BRITAIN. A PERSONAL VIEW ON ARCHITECTURE, 1989)

 



La publicación de este libro, escrito por el aquel entonces Príncipe Carlos de Inglaterra (hoy rey Carlos III en unos días) hace treinta y cuatro años, provocó rasgaduras de vestidos, pasmos y vahídos, y un considerable aumento en la venta de sales entre los arquitectos modernos. El libro fue repudiado como el Evangelio de Judas. Ponía en solfa cierta arquitectura de arquitectos estrella que pensaban más en su firma que en el impacto de sus insólitos artefactos.

Un profesor de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, cansado de los dictados de la llamada Escuela de Barcelona, que juraba sobre el GATCPAC y tenía a los libros del arquitecto Oriol Bohigas como el catecismo o el Camino de Monseñor Balaguer    -y no un libro tan solo, sino casi una enciclopedia, tal era el número de obras escritas de este arquitecto - decidió invitar al príncipe a dar una charla en la facultad. 

Los primeros contactos fueron sencillos. El consulado inglés dio las indicaciones básicas de cómo dirigirse al príncipe (H.R. era el título que debía preceder el nombre) y dónde remitir la carta. La respuesta de su gabinete fue inmediata. El príncipe aceptaba la invitación. No ponía ninguna condición. Se pagaba el vuelo en un avión privado y llegaría con cinco personas. No pedía honorarios. Se trataba de un viaje privado. No se aplicaba ningún protocolo especial. No se requería la presencia de autoridad alguna.

Pero no se contaba con la cara de desmayo del por el aquel entonces director de la escuela. Convocó a la junta de escuela y ésta, horrorizada, rechazó la conferencia del príncipe con la curiosa excusa de la incapacidad de la universidad de atender a la seguridad del conferenciante-que nunca la pidió- y la falta de tiempo para convocar a toda clase de autoridades públicas -que el príncipe no requería, dado su papel de conferenciante y reciente fundador de una escuela de arquitectura en Inglaterra.

La conferencia no tuvo lugar. 

Hoy, arquitectos jóvenes buscan ávidamente este libro.



martes, 2 de mayo de 2023

 





























Fotos: Tocho, mayo de 2023


Pese a que, tras agotadoras negociaciones entre el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el museo arqueológico de Sevilla, el ayuntamiento de dicha ciudad, la Junta de Andalucía, el Ministerio de Cultura, y un mediador de Barcelona, algunas obras del tesoro de Carambolo pudieron, en el último minuto, incluirse en la gran exposición De Asiría a Iberia que el museo de Nueva York organizó en 2014 -el tesoro de Carambolo, guardado en una caja fuerte a la espera del nuevo museo arqueológico de Sevilla, no se ha mostrado nunca totalmente en España-, fracasaron las sucesivas propuestas de una exposición sobre arte ibérico en Nueva York, dos veces, en 2015 y en 2019, una exposición sobre la Edad de Bronce y de Hierro en la península ibérica, en París, en 2021, y una exposición sobre Tarteso en una conocida fundación cultural española con sedes en varias ciudades españolas. Las razones eran siempre las mismas: el arte ibérico, y el segundo y primer milenios peninsulares, son provincianos, y empalidecen ante el arte micénico, griego y Romano: un arte derivativo y torpe, carente de originalidad y obras relevantes.

Es por este motivo que la gran exposición sobre Tarteso que el Museo Arqueológico provincial de Alcalá de Henares, ha organizado, con préstamos muy notables, y una puesta al día sobre la documentación última de la cultura de Tarteso, ofrece una imagen que rebate la condescendencia con la que la prehistoria y la antigüedad en la península ibérica, antes de la llegada de Roma, han sido tratadas, y muestra el fructífero intercambio entre fenicios, poblaciones autóctonas y griegos que dio lugar a una cultura urbana que los historiadores griegos situaban en un territorio entre la realidad y el mito, más allá de las columnas de Hércules, un espacio cultural recorrido precisamente por Heracles (Hércules), que, no se sabe porque, se apagó en el siglo VI aC, con la intencionada destrucción ritual de grandes construcciones, tras innumerables sacrificios animales, sepultados hasta constituir colinas artificiales, cuyo desenterramiento ha permitido descubrir un palacio o un santuario oriental, en Cancho Roano (Extremadura), la construcción más importante de la edad del hierro en el mediterráneo occidental, a la espero de una nueva e imponente construcción de El Turuñuelo, aún en estudio, que cambia la historia de la antigüedad en el Mediterráneo,  y que la exposición documenta con detalle, ofreciendo una reconstrucción del yacimiento, hecha con medios comedidos. 

http://www.madrid.org/cs/Satellite?c=MUSE_Actividad_FA&cid=1354957772429&language=es&pageid=1161326540454&pagename=Museos%2FMUSE_Actividad_FA%2FMUSE_actividad

No se pierdan esta muestra.





lunes, 1 de mayo de 2023

Originalidad, genio y fraude (en el arte occidental)

La originalidad y el genio, los dos conceptos que definen positivamente el arte en occidente, no se relacionaban con éste en la antigüedad. La relación no se estableció hasta el siglo XVII.

La creación humana se basaba, por el contrario, en la perfección técnica. Se apreciaban las obras inmejorables técnica y compositivamente. Una vez alcanzada la excelencia sólo cabía la repetición. Tanto al autor de la obra como al resto de los artistas solo se les pedía que fueran capaces de producir, una y otra vez, obras idénticas. Variaciones, por leves que fueran, denotaban que al modelo aún le cabían correcciones. La existencia de obras únicas como la Victòria de Samotracia o la Venus de Milo no significa que se valoraba la singularidad de estas obras y su carácter irrepetible, que se concibieran obras únicas. De hecho, posiblemente aquéllas sean copias de una obra anterior que se ha perdido, cuyas otras copias no han llegado hasta nosotros o aún no se han encontrado. Visitas a museos de arqueología o de Bellas artes corroboran esta impresión cierta de la repetición y de la excelencia, de la repetición de la excelencia: ¿cuántas Venus púdicas, cuántos Discóbolos se han encontrado por todo el Mediterráneo, indistinguibles unos de otros?

Se admiraban las obras, no a los artistas. De hecho, no eran percibidos como autores o creadores tal como los entendemos hoy. La excelencia de la obra era responsabilidad de la divinidad o del espíritu que había inspirado al artista y le había guiado la mano. De hecho, Platon consideraba que los poemas más inspirados habían sido escritos por los poetas más incultos, porque incapaces de aportar una visión personal, eran marionetas dóciles a los dictados divinos.

Fuera del ámbito artístico existía la noción latina de genus, propia de las clases altas. Los patricios, los emperadores poseían su genus, esto vez, un espíritu propio e intransferible que definía a una persona. Se podría traducir por carácter. Los retratos tan realistas romanos no reproducían la apariencia del sujeto, siempre mudable, sino su genus, su personalidad perdurable incluso en el más allá, inalterable pese a los envites del tiempo y los desengaños, perfectamente reconocible, 

La noción de genus entró en el mundo del arte en el siglo XVII en Occidente, convertida en genio. Éste era una facultad anímica innata que caracterizaba a los grandes artistas. No estaba al alcance de todos los creadores. El genio no se cultivaba. Se manifestaba siempre que el artista creaba. Bajo la inspiración del genio, la obra era singular. No se parecía a ninguna otra. Era novedosa, imprevista e imprevisible. Creada al momento, sin esfuerzo, no atendía a ninguna regla conocida, pero no era gratuita ni caprichosa. Poseía un sólido fundamento propio definido por la propia obra. Cada nueva obra creada sus propias reglas. El artista genial no se repetía, pese a que sus obras eran distinguibles a la legua; obras absolutamente personales, inacabadas a veces, abocetadas incluso, pero en cuyos trazos se percibía una fuerza interior irrepetible. A quienes carecían de genio solo les cabía reproducir laboriosamente el estilo único del artista genial. 

Una noción peligrosa, empero. El artista se alzaba hasta los dioses. Ya no los necesitaba. Su genio era su dios, su fuente de inspiración. El filósofo italiano Giordano Bruno quien enunció por vez primera el concepto de genio aplicado al arte a mediados del siglo XVII fue condenado por la Inquisición a morir en la hoguera levantada en una plaza pública de Roma.. 

Hoy, en nuestros tiempos temerosos, la divinización del artista que conlleva la asunción del concepto de genio ya no es de recibo. Se prefiere el regreso prudente a la artesanía.

La envidia es humana. El triunfo social y artístico del genio, siempre alabado, y del que se espera la novedad, pero al mismo tiempo, el reconocimiento inmediato (se habla de “un” Miró o “un” Monet, reconocibles desde lejos), suscita recelos y al mismo tiempo deseos de emulación. Cada genio tiene su propia factura, que presenta innumerables variantes. Adoptando un estilo ajeno, reproduciendo las maneras de un genio, engañando sobre la verdadera autoría de la obra, se puede lograr la fama y el reconocimiento que el simple talento o el esfuerzo niegan. Al mismo tiempo se cuestiona el carácter irrepetible del genio, cuyas formas se copian perfectamente hasta casi constituir una parodia.

El fraude, es decir, el engaño acerca de la autoría de una obra, es otro concepto moderno, ligado a la noción de genio. Es su anverso, su sombra, una oscura estela que deja el brillo del genio. Una corte de resentidos siguen los pasos de los genios, imitándoles, y burlándose en secreto, sabiendo que nunca podrían competir con ellos a plena luz. Al fraude le va la oscuridad, el ocultamiento, el disimulo, el trabajo de la mano izquierda, el deseo, en suma, de no ser quien se es sino ser otro. El fraude es la manera de escapar  a las limitaciones propias, al destino. El fraude y el engaño nos definen como humanos.


(Monólogo -plagiado- de la obra de Nao Albet y Marcel Borràs: Falsestuff, que se estrena el 12 de mayo en el Teatro Valle Inclán, del Centro Dramático Nacional, en Madrid)