viernes, 8 de mayo de 2009

Arte institucional (o lo que hay que hacer para que te compren)



Sean del partido que sean, las instituciones catalanas gastan fortunas en anuncios institucionales: "Visc a Barcelona", "Som-hi", "Barcelona, la millor botiga del mon" y, ahora, "Fent Barcelona " -quizá una réplica (o una cita) a la "feina ben feta" que imperaba anteriormente.
Los costes son tan grandes que no se divulgan, por mucho que los partidos de la oposición -que saben que no obtendran nada, lo que les conviene, pues ellos mismos, cuando mandaban, hicieron lo mismo- pidan que se rindan cuentas. Las respuestas suelen ser siempre las mismas: los partidos que gobernaban anteriormente hacían lo mismo -obvio-, las partidas están ya presupuestadas, y los costes no son tan elevados. Millón más o menos de euros. Minucias.

Mientras, las instituciones no gastan nada en comprar obras que doten de fondos mínimamente decentes los muchos museos de Barcelona. O tan poco, que la adquisición de un bibelot neoclásico para el Museo Marés se convierte en una noticia que cubre una página entera de los periódicos; el Museo Picasso compra una carta, un grabadito, un plato, y se monta una sala especial. El MNAC consigue una obrita de Ángel Ferrant, y ya se compara con el Museo Metropolitano de Nueva York. De todos modos, esos centros están de suerte. Otros cierran para siempre, como los Museos de Artes Decorativas, o el Textil, o no han recibido ayuda ni fondos desde los fenicios, como el Museo Arqueológico, que nadie sabe si está abierto o no. ¿Y qué importa?

Por eso, un artista agudísimo, Alfredo Jaar, ha sabido qué hacer para que le compren una obra: imitar una campaña institucional. Bingo: centenares de crespones negros con frases profundas, profundas sobre arte y política (¿cómo no, pagando una institución pública?) (¿quién no citaría a John Berger, si quiere pasar por sesudo, como bien sabe Isabel Coixet y Penélope Cruz, grandes artistas de instalaciones?), seguidas de puntos suspensivos (¡ah! el poder misterioso de estos garbancitos rojos; se intuye que habría tanto por decir...), cuelgan de las farolas; anuncios en las televisiones (¿es el anuncio la obra, o el anuncio de la obra? duda metafísica: la obra es un prodigio metalingüístico, por lo menos), en los cines: ni Hannah Montana ha contado con tanta publicidad; lo que se ha gastado no lo sabe nadie. Perfecto.

Y, mientras, en subastas extranjeras, desfilan cuadros de Miró -no el Miró de los carteles del Barça, ni de los tapices polvorientos, sino el que pintaba- o de Picasso hacia los almacenes de museos norteamericanos. ¡Pero son tan convencionales!
Visc a Barcelona. Glubs.

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