martes, 2 de junio de 2015

ANSELM KIEFER (1945): MESOPOTAMIA (LA GRAN SACERDOTISA, 1985-1989)











Fotos: Tocho, Oslo, junio de 2015


El Museo de arte contemporáneo Astrup Fearnley, en Oslo -obra de Renzo Piano, inaugurado en 1993, en una península que mira hacia el lejano frente marítimo, al fondo de la bahía, en lo hondo de un fiordo, de la ciudad-, presenta una colección que parece en gran parte constituida por obras de los artistas más caros hoy en día: Koons, Hirst, Gursky, Emin, etc.
Entre éstos, se halla Anselm Kiefer.
Pero una de las obras, descomunales como casi todas las de este artista, da que pensar: El Gran Sacerdote (The High Priestess, 1986-1989)
Se trata de una alegoría de la cultura mesopotámica, presentada como la más antigua del mundo, y el origen de las culturas occidental y oriental.
Evoca la biblioteca de Babilonia donde los sacerdotes del templo de Jerusalén, exiliados en aquella ciudad en la primera mitad del primer milenio aC, antes de ser liberados por el emperador persa Ciro el Grande, entraron en contacto con los mitos mesopotámicos, puestos por escritos en tablillas conservadas en la o las bibliotecas de Babilonia.
La escultura de Kiefer, Consta de dos partes, tituladas Tigris y Eúfrates. Cada una comprende estantes, como los de la una biblioteca, que atesoran gruesos volúmenes, demasiado pesados, frágiles -casi no se pueden abrir, con sus hojas resecas y arrugadas, quebradizas-, y en malas condiciones para ser estudiados, hechos de plomo. En el interior, textos ilegibles, fotos que no se pueden ver y, como si un imposible herbolario se tratara, tierra y arena, plantas y frutos disecados de Iraq,  que no podrán germinar.
Dos pequeños tubos probeta contienen agua de los ríos de Mesopotamia, convertida en una agua quizá sagrada, pero residual, incapaz de regar la tierra, como si estuviera enferma.
La biblioteca contiene el saber de una sacerdotisa, una maga -condenada por la Biblia.
Ambas alas de la biblioteca están separadas por gruesas y cortantes lamas de vidrio insertadas verticalmente como cuchillas. Escinden la biblioteca. Podrían evocar la noche de los cristales rotos, de 1933, cuando el partido nazi tomó el poder en Alemania y quemó bibliotecas y archivos. También recuerda la partición de Alemania, al mismo que la separación entre las culturas, del pasado y del presente. El plomo, un metal altamente tóxico, convierte la biblioteca en un lugar inaccesible, que mata mientras ilustra: un legado inútil, o estéril, al que no podremos nunca llegar. Símbolo alquímico
que no transmuta en oro. El saber que simboliza no se lega.
Todo este pesado andamiaje simbólico, sin embargo, se impone a través de una imagen poderosa, que no parece forzada: dos alas -lastradas de plomo-, al fondo de una estancia desmesurada, perfectamente ubicadas.


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