Fotos: Tocho, Dominique Léga & Dolors Magallón, Septiembre de 2017
Los innumerables ensayos hasta dar con el tono adecuado –un blanco
nacarado brillante- de los centenares de miles de piezas cerámicas circulares,
ligeramente abombadas, que recubren las fachadas y las cubiertas, los problemas
de sujeción de las mismas a las planchas metálicas curvas que conforman la
primera “piel” del edificio, los inesperados fallos de construcción causados
por la imprevisión –o una deficiente solución técnica- ante las dilataciones de
las planchas antes citadas una vez colocadas -lo que podía hacer saltar por los
aires el recubrimiento cerámico-, las relaciones entre los distintos estudios y
talleres implicados en la obra, la forma y el emplazamiento del edificio,
criticado por una parte de la ciudad, las gastadas metáforas sobre las nubes,
los reflejos y las naves que parecían justificar un caro capricho sin
justificación, y la decepción que la reciente nueva sede del Museo Whitney en
Nueva York, ha causado –un edificio aparatoso pero escasamente funcional-, del
mismo arquitecto, que parecía apuntar a su declive, hacían presagiar un centro
raro e inútil.
El resultado es deslumbrante.
El centro no solo acoge obras de arte, sino que las crea. La
naturaleza circundante –el mar, las mareas, las montañas y las escasas
construcciones a lo lejos, el cielo bajo- se convierte en paisaje gracias a los
encuadres que el edificio, elevado con respecto al suelo, y parcialmente
suspendido sobre las aguas, compone. La naturaleza se infiltra en los quiebros, los cortes del edificio, a través de los peldaños, los paneles de rejilla, los muros de vidrio.
Las pasarelas a distinta altura que avanzan sobre el mar,
los juegos de terrazas unidas por escaleras ligeras convierten el edificio en
un teatro que engendra su propio escenario: una naturaleza ordenada, compuesta,
fragmentada y articulada gracias a los vacíos que los volúmenes liberan y los
puntos de vista seleccionados que las pasarelas facilitan.
El edificio, sin embargo, no es solo un mirador, sino que
principalmente es un centro de exposiciones. Pero las salas, bien organizadas
también desembocan en amplios ventanales cuyas vistas luminosas no anulan las
obras expuestas sino que permiten juegos –sugerentes en ocasiones- entre
aquéllas y el paisaje encuadrado. Como ya lograra en la fundación Beyeler, el Centro Botín del mismo Piano permite establecer relaciones entre imágenes y motivos
–convertidos por la capacidad del edificio de ordenar y seleccionar la
naturaleza también en imágenes.
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