sábado, 29 de diciembre de 2018

La ciudad de Pandemonio



John Martin: Pandemonio, c. 1824


El nombre común pandemonio, no inhabitual, es una palabra compuesta por dos términos griegos: pan -que significa todo- y daemon -que se traduce por espíritu, o "pepito grillo", pero que ha dado lugar a la palabra demonio (no no siempre designa a un ser maléfico, sino también a un semi-dios)-. Pandemonio significa lugar caótico, ruidoso, peligroso; un lugar en el que es mejor no adentrarse, que cabe evitar.
Esta palabra, sin embargo, procede de un nombre propio. Fue forjado por el poeta inglés John Milton, en su largo poema El paraíso perdido, a finales del siglo XVII. Tal era el nombre de la ciudad infernal, en que Satán reinaba, poblada por una turbamulta de diablos. El nombre era particularmente adecuado para este lugar, descrito tanto como un palacio ostentoso como una ciudad organizada alrededor del mismo.
Pandemonio fue construida por el mítico arquitecto Muliber. Muliber, que significa "El que ablanda el metal " -que se vuelve maleable, mullido- era un epíteto del dios latino Vulcano (equiparado, en época romano-imperial, con el griego Hefesto). Hefesto o Vulcano era el dios de la forja. Era hijo de Juno (Hera, en griego), concebido sin la intervención de su esposo, el dios padre Júpiter (Zeus). A poco de nacer, Júpiter, furioso de las libertades que Juno se había tomado, echó por la borda al niño que vino a caer en el ponto y fuer salvado y educado por deidades marinas ancestrales que vivían en cuevas y practicaban las artes del metal en contacto con el fuego de las entrañas de la tierra. El dios Mammón las dirigía. Mammón era el dios del gusto, de la avidez por las riquezas que extraía de la tierra abriéndola en canal, y de la avaricia:

"Mammón era el espíritu menos elevado de todos los que cayeron del Cielo; pues su aspecto o pensamiento incluso en el Cielo eran siempre rastreros puesto que más admiración sentía por las riquezas que el Cielo pavimentan, el oro que pisaba, que por algo divino o sacro, lo propio del goce de la visión beatífica. Él fue quien enseñó a los hombres el primero y los indujo a saquear el suelo, desentrañando con manos impías los tesoros que allí su madre Tierra tenía reservados" (J. Milton: El paraíso perdido, Libro I, 676-688).

Vulcano se convirtió en un dios herrero. Labró las altas torres en la que moran los dioses celestiales y, en particular, el palacio del tronitonante Júpiter. Vulcano, en su faceta de ablandador de los metales, fue también quien forjó un palacio o una ciudad antitética. Ubicado en lo hondo de la tierra, Pandemonio "surgió cual una exhalación, una estructura enorme de la Tierra (...). Construido como un templo que tenía pilares circulares y unas columnas dóricas cubiertas de arquitrabes dorados; no faltaban ni frisos ni cornisas, en relieve labrados, y con grecas de oro el techo estaba cincelado. Ni Babilonia ni la grandiosa Alcairo [Menfis] la igualaban en su magnificencia y en su gloria, para la honra de Belus (o Baal) o Serapis, sus dioses, o para sede de reyes, cuando Egipto era rival de Asiria en opulencia y lujo." (Op. cit., 711-723).
Pandemonio no empalidecía ante la Jerusalén celestial o ante el templo de Salomón. Deslumbrante, proclamaba la excelencia del arquitecto Mulciber y la grandeza de Satán "cuyo trono de realeza, que eclipsaba con mucho la opulencia de Ormuz y de la India o de donde el Oriente suntuoso con su mano generosa derrama perlas y oro sobre sus reyes bárbaros" que "se erguía (...) por propio mérito elevado a esa mala eminencia (Libro I, 1-8).
Sin embargo, en una escena en la que quizá Lewis Carroll se inspirara en Alicia en el País de las Maravillas, en cuanto los demonios entraron en Pandemonio, tuvieron que empequeñecerse, "como aquella raza de los Pigmeos que vive tras los montes de la India" (libro I, 780-781), o como loe elfos y los duendes, los genios del Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, "los mágicos seres, cuyas fiestas de medianoche, de un bosque a la vera, o de una fuente, algún retardado campesino ve o sueña que ve" (Ibid, 782-785) pese a que "hasta entonces "parecían aún mayores que los gigantes hijos de la Tierra" (Ibid, 776-777), no porque el palacio fuera tan descomunal que cualquiera, incluso un demonio se convirtiera en en enano, sino porque el palacio era ilusoriamente grande pero, en verdad, el espacio era "angosto": un espacio que no era lo que parecía, mentiroso como los mismos demonios, crédulos, esta vez: habían encontrado la horma de su zapato.
Pandemonio ha marcado el imaginario arquitectónico occidental. Fue la primera construcción de metal. La imagen del mismo pintada por John Martin, a principios del siglo XIX, está quizá detrás, no solo de las reconstrucciones imaginarias de los palacios neo-asirios, descubiertos, en Occidente, en la primera mitad del siglo XIX (y que han forjado el gusto orientalista y acentuado la asociación entre lujo, molicie, perversidad y Oriente), sino también del Palacio de Cristal (y de Metal) de la Exposición Universal de Londres de miad del siglo XIX, considerado el primer edificio de la modernidad -y la piedra angular de todas las pesadillas de vidrio que desde entonces asaetan las ciudades.



Dedicado a Marcel Borràs

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