lunes, 18 de febrero de 2019

Imagen de lo invisible

La imagen tiene la capacidad -y el interés- de mostrarnos lo que no podemos ver: visión imposible por la limitación de nuestra vista, o porque lo que se muestra en (o a través de) la imagen, no es perceptible a simple vista -ya sea porque se halla lejos, por la ausencia de luz, por una materia o sustancia oscura o porque se esconde.
La imagen tiene sentido, sobre todo, en los ámbitos mágico y religioso: lo que expone, dioses y héroes, escapan siempre a nuestra percepción. La imagen, en cambio, logra captar una imagen o aspecto de aquéllos. La imagen es un espejo en el que, como Narciso atraido por la superficie plateada de un lago, los seres lejanos o invisibles -celestiales o infernales- se miran, mirándonos desde la imagen o el reflejo.

La imagen no constituye problema alguno en el judaísmo y el islam, contrariamente a lo que pudiéramos pensar: reproduce lo que tiene sustancia y accidente -lo que tiene una forma sustancial, palpable-, mientras que lo que no tiene forma o apariencia no se muestra. Así, Yavhé o Alá son irrepresentables ya que no tienen forma ni límite, y solo el vacío o algún elemento tras el cual la divinidad "se esconde" -como una zarza ardiendo- puede denotar la (latente) presencia de la divinidad. No se ve pero se siente, a través de un ostensible, elocuente vacío o silencio, una ausencia que clama al cielo, que no debería estar ni tiene justificación alguna si la imagen fuera la de un ser limitado o delimitado, un ser material, carnal, marcado por el tiempo -y el espacio.

La imagen cristiana tampoco causa dificultad alguna. En este caso, las razones son opuestas a las de las dos otras religiones monoteístas. El dios cristiano es también un ser humano. Dado que, como todo ser mortal -material-, un hombre puede ser figurado -delimitado por un cerco que lo constriñe, siendo dicho límite una imagen de nuestras limitaciones-, el dios cristiano también puede ser mostrado, con la salvedad que la imagen solo reproduce la persona y la naturaleza humanas del hijo de dios. Mas, como ambas naturalezas, humana y divina están unidas -en verdad, la human está subsumida en la divina-, la imagen humana de Jesucristo alude o evoca su "lado" divino, invisible, que su "cara" humana deja traslucir.

Quizá la mayor revolución en el arte cristiano (occidental) la aportó Rafael. Fue el primer artista que se enfrentó a un reto, hasta entonces obviado: representar, no al dios Hijo -a la divinidad en tanto que hijo, en su "faceta" de hijo-, sino al Padre, que solo puede representarse a través de su imagen, es decir a través de su hijo -un hijo humano y divino, un dios encarnado.
Pero el Padre es, como Yahvé o Alá irrepresentable: no tiene forma ni materia; no tiene límites; está sin estar. Lo único que se puede afirmar es lo que no es: no es un ser conocido ni previsible, ni está aquí y hoy; el tiempo y el espacio no lo definen; su naturaleza escapa a nuestra percepción, pues no existe "persona" alguna que lo muestre.
Rafael se atrevió a representarlo "como" un anciano barbado. La pregunta que surgió de inmediato es: ¿es el Padre un humano mayor? O, dicha imagen ¿es un oximorón que representa lo inconcreto mediante lo que es demasiado concreto, siendo lo palpable demasiado tangible, cercano, para representar a un humano, por lo que necesariamente alude a lo que no es humano (de nuevo la definición negativa)?. Este humano es demasiado humano -carnal y pasional- para serlo.
Rafael dio forma a lo que no tiene, hizo visible a lo invisible, ofreciendo, al mismo tiempo una imagen humana que intuimos no lo es. El Padre no es un anciano precisamente porque la primera y obvia imagen en la que pensamos es la de un anciano. Era demasiado fácil pensar que Dios padre era un padre barbado. No podía ser tan simple. No podía. No lo era. No.... La imagen que Rafael utilizó o reprodujo mostró nuestras limitaciones, incapaces de pensar en el Padre de otra forma, incapaces de pensar en el Padre sin pensar en una forma (humana), en un padre.
Nunca, hasta entonces, la pintura había mostrado tanta fuerza. Las limitaciones del arte saltaron por los aires. El arte moderno ya despuntaba.


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