miércoles, 22 de julio de 2009
martes, 21 de julio de 2009
INDIGNACIÓN
Los políticos y altos cargos de la administración pública reciben gratis entradas para festivales de teatro, conciertos, exposiciones, partidos de futbol -y, ay cómo no se presenten en el palco-; realizan viajes intercontinentales en clase preferente; aceptan regalos (trajes, bolsos, joyas), también para la familia (que tanto sufre la plena dedicación del cabeza de familia); se les organizan cenas multitudinarias, grandes fiestas, en restaurantes o clubs de carretera, con o sin chicas vips, alegres o azafatas, algo para despejar la nariz, comisiones del tres por ciento van de mano en mano -que la obra pública no es fácil de lograr-; colocan a hermanos (la familia, de nuevo); saltan de puesto en puesto hasta que acaban en un consejo de dirección de una gran empresa (pública o privada), etc.
Pero, ¿y los funcionarios del Ministerio de Educación? Los profesores universitarios, ¿nada? ¿ni una oferta? ¿Ni una insinuación?
Hubo un tiempo que los estudiantes regalaban una cesta de navidad, cada vez más pequeña y menos surtida, a los profesores; cuando las academias, en el bachillerato, éstas enviaban un obsequio (figurita de Lladró, principalmente) al profesor del instituto que corregía los exámenes.
Por nuestra parte, hacemos nuestros pinitos. Nos esforzamos. Hace algún tiempo, llegó incluso la factura de la limpieza de una alfombra persa del domicilio de un profesor; se compran libros, portátiles con fondos públicos, que se guardan en casa; Algún catedrático no imparte clase porque coincide con otros trabajos más renumerados y da cuatro duros a un becario para que que imparta la docencia; la universidad paga a un alumno para que trabaje de secretario particular en casa del profesor; se trabaja simultáneamente en universidades públicas y privadas, que no remuneran mal, siendo un funcionario con plena dedicación; etc.
Minucias. Que luego llega una Rita Barberá con sus bolsos Louis Vuitton de cuatro mil y pico euros y nos deja en pañales. No podemos competir.
Como bien dijo esta gran aforista, los regalos, que siempre caen, están de acuerdo con la importancia del cargo. Así va la Educación en España: no cuenta para nada. Nada esperan de nosotros.
Eso sí, si alguien piensa en resarcirnos, que no nos compre los trajes en Milano. Que de Gucci no baje por una vez. La educación ya está bastante desprestigiada.
Pero, ¿y los funcionarios del Ministerio de Educación? Los profesores universitarios, ¿nada? ¿ni una oferta? ¿Ni una insinuación?
Hubo un tiempo que los estudiantes regalaban una cesta de navidad, cada vez más pequeña y menos surtida, a los profesores; cuando las academias, en el bachillerato, éstas enviaban un obsequio (figurita de Lladró, principalmente) al profesor del instituto que corregía los exámenes.
Por nuestra parte, hacemos nuestros pinitos. Nos esforzamos. Hace algún tiempo, llegó incluso la factura de la limpieza de una alfombra persa del domicilio de un profesor; se compran libros, portátiles con fondos públicos, que se guardan en casa; Algún catedrático no imparte clase porque coincide con otros trabajos más renumerados y da cuatro duros a un becario para que que imparta la docencia; la universidad paga a un alumno para que trabaje de secretario particular en casa del profesor; se trabaja simultáneamente en universidades públicas y privadas, que no remuneran mal, siendo un funcionario con plena dedicación; etc.
Minucias. Que luego llega una Rita Barberá con sus bolsos Louis Vuitton de cuatro mil y pico euros y nos deja en pañales. No podemos competir.
Como bien dijo esta gran aforista, los regalos, que siempre caen, están de acuerdo con la importancia del cargo. Así va la Educación en España: no cuenta para nada. Nada esperan de nosotros.
Eso sí, si alguien piensa en resarcirnos, que no nos compre los trajes en Milano. Que de Gucci no baje por una vez. La educación ya está bastante desprestigiada.
lunes, 20 de julio de 2009
Instalación
¿A alguién se le ocurre ir a un concierto de Madonna o de U2 por la música? Lo mismo ocurre con el arte contemporáneo.
Las instalaciones han vuelto. Tras unos años en los que parecía que fotografía y video suplantaban a la pintura, y decaían las instalaciones, la Bienal de Venecia ha visto el glorioso retorno de la escenografía.
Una instalación consiste en una serie de elementos, que de por sí no significan nada o no deben ser interpretados, dispuestos en el (o un) espacio, que, juntos expresan una idea o cuentan una historia. Apenas se diferencian de las escenografías teatrales -El éxtasis de Santa Teresa, de Bernini, sería la primera "instalación" de la historia, si no fuera porque esta noción no existía en el siglo XVII. En una instalación, no se valoran los elementos sino cómo están dispuestos: la forma de exponer prima sobre lo expuesto. Estamos en pleno teatro.
Algunas instalaciones, como Sala vacía de Klein (consistente en una estancia sin nada -más que los hipotéticos visitantes) -una obra, de los años 50, pionera en el "género" de la instalación-, podían, sin embargo, no exponer nada (o exponer "la" nada).
Tras el truinfo de las instalaciones, no debe extrañarnos que la Fundación Emilio Vedova, en Venecia, se haya reconvertido recientemente en una gran obra efímera.
La Fundación expone la obra del pintor italiano Emilio Vedova, "adscrito" al expresionismo abstracto de los años 50, si bien siguió con este tema (o estilo) hasta su muerte en 2006. Se trata de óleos de grandes dimensiones. Son como pinturas negruzcas, cubiertas de brochazos, de Clavé, pero más grandes. ¿Interés?
El espacio de la Fundación, en unos antiguos almacenes de sal en el centro de Venecia, ha sido restaurado por Renzo Piano. Consiste en una sola nave, al fondo de la cual se halla la reserva: unos grandes estructuras metálicas, algo inquietantes, de las que cuelgan, como en una prieta formación, los cuadros no expuestos.
Un mecanismo automático, compuesto por ganchos que se desplazan sobre rieles colgados del techo, extrae aleatoriamente cuadros del almacen y los pasea por la sala hasta ubicarlos por un momento en medio del espacio. Se detienen. Y regresan, zimbreándose, al almacén gracias al mismo procedimiento. En la sala, por tanto, los cuadros, suspendidos del techo, van desfilando, como en una pasarela (o en una procesión barroca), de manera silenciosa.
Los visitantes se sitúan contra los muros perimetrales -so pena de ser embestidos por los cuadros-. Nadie viene a ver la obra de Vedova. Si no fuera por la manera de presentarlos, como si fueran maniquís, nadie se interesaría por ellos. Se viene para ver como son sacados del almacén, paseados y devueltos al olvido; en cuanto el desfile cesa, el público parte. Lo que se anuncia no son las horas de apertura de la sala, sino los de los pases.
Lo que cuenta no es la obra, solo la manera de exponerla. O, mejor dicho, la obra es la manera de mostrarla. Queda, entonces, la duda de quien es el autor: Vedova, cuyos cuadros despiertan poco entusiasmo, o Piano (mucho más conocido, por otra parte), responsable del mecanismo -o de la propuesta expositiva.
Desde luego, y hasta que el mecanismo falle -o a alguien se le ocurra una manera de exponer aún más insólita o extravagante-, los visitantes atestan la Fundación.
No es extraño, entonces, que el MACBA anuncie para el curso que viene una muestra sobre cómo se expone el arte contemporáneo (y no sobre arte).
¿Hemos dicho McLuhan?
domingo, 19 de julio de 2009
Mina Agussi
La mejor cantante de jazz actual. Es francesa, claro
Y bretona. Si mi abuela levantara la cabeza...
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