sábado, 22 de mayo de 2010

(La pervivencia de los mitos): Melania Trump, una arquitecta modelo














Los mitos siguen inspirando nuestra vida.

Como Dédalo, el patrón de los arquitectos, en la Grecia antigua y en la Edad Media, Melania Trump es arquitecta y orfebre.

Apolo, dios de la arquitectura, empuñando la lira, preside, desde una pintura regalada un artista contemporáneo (todos le regalan pinturas), la escalera de caracol que asciende hacia las estancias de la última planta.

A su hogar -como si del palacio que Santo Tomás, el patrón de los arquitectos, levantó sobre las nubes para el rey de la India- situado en lo alto de una torre, se puede llegar por los aires, en un simple helicóptero. La propia Melania no camina, sino que vuela. Los arquitectos, siempre en lo alto.

El carácter aéreo del hogar se acentúa por la imagen de un ángel anunciador, en el techo de la sala central, que, cual Hermes (el dios griego de las vías de comunicación, que indicaba la senda correcta desde y hacia el hogar, y se desplazaba siempre por los aires), conecta la casa con el cielo, copiado de los frescos de Miguel Ángel para la Capilla Sixtina -aunque parece una copia de Tiépolo: mas, ¿qué hogar no tiene sus misterios?)

Melania Trump conoce los valores del hogar: su hijo, el rey de la casa, cabalga sobre un león, el rey de la selva. León domesticado, que simboliza la fuerza civilizatoria del espacio doméstico.

Como un artesano cuidadoso, Melania solo utiliza lápices de colores (rojo, naranja, amarillo, azul celeste: los colores básicos) para proyectar sus joyas, incansablemente, veinticuatro horas al día, los siete días de la semana.

Pero sabe que la vida es fugaz. Por eso, quizá, siempre tiene maletas de Louis Vuitton listas en el dormitorio, y un ejemplar encuadernado en piel de la Feria de las Vanidades (Vanity Fair) en la mesita de cristal del salón.

Como en todo hogar moderno, aplica el lema de Mies van der Rohe: menos es más. Amplias estancias, monocromáticas (el oro es lo único que recubre los muros), casi vacías de muebles.

El oro y los espejos: que el brillo es evanescente y engañoso, el mundo transitorio.

Melania Trump: una modelo para cualquier arquitecta moderna

http://www.melaniatrump.com/

En su web suena la 6a sinfonía, la Pastoral, de Beethoven: toda una evocación del Edén que el hogar en las alturas simboliza

PS: Debemos a Mónica Gili el descubrimiento de la diosa de la arquitectura

viernes, 21 de mayo de 2010

Robert Frank: Cocksucker Blues (1972)
























http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_Frank

http://en.wikipedia.org/wiki/Cocksucker_Blues


¿El perfecto documental sobre la vida urbana, del fotógrafo Robert Frank? La película sigue estando prohibida en cines comerciales

jueves, 20 de mayo de 2010

Viking Eggeling: Symphonie Diagonale (1921)

Las dos caras del arquitecto

Isimud, con dos caras, en el centro, a la izquierda de Enki sentado

Jano bifronte
La Prudencia
Ticiano: La Prudencia y las Edades del Hombre

El visir Isimud se presentaba en la estancia e introducía a una segunda divinidad o, más probablemente, a un monarca ante Enki, el dios de la arquitectura mesopotámica, sentado en su trono.

Isimud atendía siempre a Enki: era su sirviente. También era considerado como su mensajero. Transportaba las órdenes de Enki hasta los confines del mundo.
Se le reconocía inmediatamente porque tenía dos caras unidas por el cráneo. Miraban en ambas direcciones. Por este motivo, Isimud era el perfecto guardían. Veía el peligro que se acercaba desde cualquier punto del espacio.
Su presencia al lado de Enki era particularmente necesaria. La ordenación del espacio que Enki, gracias a su palabra mágica -la potencia del verbo era una prerrogativa suya-, llevaba a cabo, la orientación y la delimitación del suelo, requería la presencia de Isimud, pues con su sola presencia mirando en ambas direcciones ya se trazaban, al menos virtualmente, los principales ejes horizontales con los que el espacio indiferenciado se componía. Lo ordenaba con su sola mirada. En algunos casos, incluso, Isimud se mostraba con cuatro caras que apuntaban a los puntos cardinales sin lo cuales era imposible orientarse.

A las puertas de las ciudades romanas se hallaba siempre una divinidad que poseía unos rasgos peculiares: estaba dotada, como Isimud, de dos caras que apuntaban hacia direcciones opuestas. Mas esta divinidad no estaba subordinada a nadie. No era ningún mensajero de un dios superior: era esta misma divinidad suprema.
En efecto, Jano -tal es su nombre- (una divinidad etrusca, posiblemente, adoptada por los romanos, y sin paragón alguno con ninguna divinidad griega) se caracterizaba por una doble faz que miraba hacia el orto y el ocaso. Jano era el perfecto guardián de los lugares más débiles de toda construcción (edificio o ciudad): las puertas, los umbrales.
Su talante protector de las moradas no era extraño: Jano era el dios-arquitecto romano, responsable de las primeras ciudades, los santuarios de los inicios. Se preocupaba por sus creaciones, evitándoles los peligros que siempre acechaban. Su sola presencia, gracias a su doble faz escrutadora, desarmaba a cualquiera que quisiera atentar contra el hábitat. Por este motivo, los humanos tenían una especial devoción hacia Jano.

Isimud y Jano no eran las únicas divinidades dotadas con múltiples rostros: una figura con tres caras, joven, adulta y anciana respectivamente, representaba a la Prudencia. Ésta no controlaba el espacio, sino el tiempo. Aseguraba el buen funcionamiento del ciclo vital, la transmisión de los valores y conocimientos de los ancianos a los más jóvenes, la sucesión ineludible de las distintas personas o figuras que el ser humano encarna a lo largo de su vida.

De nuevo, la seguridad de la vida, azorada no solo por la inmensidad del espacio sino también por la imprevisibilidad del tiempo, que se alarga, se acorta o se detiene, incluso, estaba a cargo de una figura bi- o trifronte.

La Prudencia de la que una figura de varios rostros componía una alegoría era la Sofrosyne de la antigua Grecia: la valorada virtud de la prudencia y la templanza, propia de quienes se contenían, sabían mesurarse; de los sabios. La sofrosyne estaba relacionada con la capacidad de delimitar y acotar. Según Platón, se trataba "de una disposición ordenada y armoniosa que se revela en el dominio" de los deseos (W.K.C. Guthrie). La templanza, añadía Platón en La República, era un tipo de orden (en griego, kosmos).

La representación de la Prudencia o la Templanza, en la Edad Media, destacaba su capacidad ordenadora: se trataba de una alegoría en la que una figura femenina sostenía un compás, un útil con el que se pone coto a los desbordamientos (materiales, pasionales), se circunda lo que constituye un peligro (para el cuerpo o el alma).

El compás era también un atributo de algunas ciencias: la Geometría (a la que una figura femenina desnuda prestaba su cuerpo), y la Arquitectura.

El compás era el instrumento con el que el arquitecto vertía sus ideas en el plano, trazaba las líneas que acotaban las imaágenes mentales que le poseían; daba forma, en suma, al mundo.

Así pues, el compás era el emblema de la Creación: Los dioses supremos, responsables de la Creación, se mostraban siempre con un compás en la mano: como Cristo, incluso como Yavhé -rodeando las aguas de los inicios a fin que no destruyeran la creación del universo-.

Por eso, los dioses de la creación eran considerados arquitectos. Dominaban el tiempo y el espacio. Frente a la visión parcial, necesariamente limitado o unidireccional del común de los mortales, los arquitectos, con su visión poliédrica, eran capaces de dar cuerpo, entidad, vigor al mundo.

Veían doble, veían dos veces, agudamente, eran todo ojos, y veían el pasado, el presente y el futuro conjugados en un mismo proyecto. El tiempo y el espacio se sometían ante ellos: éstos eran las condiciones para la creación, entregadas ante él. Su sabiduría, que la perfección de las formas circulare simbolizaba, ponía las cosas recién creadas en orden. Les asignaba el lugar que les correspondía. Las emplazaba, las ordenaba.

La fuerza del arquitecturo reside en su agudeza, su espacial visión del mundo: una visión que le otorga, que lo dota de sustancia, que no lo aplana. Visión que maneja o encarna los "ejes" de la creación.

miércoles, 19 de mayo de 2010

La primera arquitecta de la historia



Érase un rey que una noche tuvo un sueño. Un dios se le apareció y le ordenó, en nombre de la divinidad suprema, que le construyera un templo. A continuación, los dioses se sucedieron para detallarle la orden: una diosa se mostró con una tablilla apoyada en las rodillas, con una carta astrológica (dub mul-an dùg-ga: tablilla estrellas buenas), el plano del cielo con la posición de algunos cuerpos siderales favorables, que consultaba; una tercera divinidad le tendió otra tablilla de lapislázuli con la planta del santuario; finalmente, nuevas divinidades le contaron cómo tenía que construir y qué materiales tenía que usar.

La diosa que le mostró una carta celestial con hados propicios, tenía un estilete de plata refinada en la mano. Por otra parte, aunque no se sabe traducir con seguridad el texto, parece que portaba también haces de espigas, o que espigas le brotaban de la cabeza (sag-ga2 e3 ki garadin9 mu-ak: mi cabeza brota lugar haces de hierba o de espigas hace: la frase es bastante enigmática).

Aunque el rey no sabía de quien se trataba ("una mujer es quien no sé quien es"), su "madre" la diosa Nanshe, consultada por el rey cuando despertó inquieto, le aclaró quién le había mostrado la carta astral: se trataba de la diosa Nisaba.

Nisabe era una antiquísima diosa de la vegetación. Posiblemente una diosa-madre. El crecimiento de los cereales de la tierra cultivada estaba a su cargo. Su nombre se escribía con un signo que era el dibujo estilizado de una espiga. Dicho signo se asemeja a otro, que se leía naga, y que se aplicaba a varios tipos de plantas, entre las que destacaban los cereales, y las plantas saponíferas: Nisaba purificaba, limpiaba.

En tanto que diosa que se mostraba con un estilete en la mano, era considerada como la diosa protectora de las letras, y así era cantada en algunos himnos babilónicos: la gran escriba del cielo. Esta función no era incompatible con su devoción por la tierra cultivada y los cultivos de cereales. Los estiletes que habitualmente se utilizaban para trazar los signos cuneiformes sobre tablillas de barro húmedo estaban hechos con cañas afiladas. El resultado era una superficie de tierra recorrida por líneas de escritura, semejantes a los campos regados y recién arados.

Sus funciones tenían que ver con el cuidado de la tierra (campos y tablillas), con los cultivos y con la cultura: pero no se limitaban a las letras.

En efecto, el mismo himno en el que Nisaba es exaltada como dub-sar mah an-na, es decir, gran o majestuosa escriba del cielo, la presenta también como sag-tun3. Lluis Feliu (UB) traduce: responsable de los agrimensores, es decir, de quienes medían y delimitaban los terrenos donde se tenía que cultivar o construir y, en este caso, trazaban la planta del edificio, y, en particular, de las zanjas en las que los cimientos de la obra se depositarían. Jordi Abadal (UPC), por su parte, piensa que la expresión significa más bien gran contable: Nisaba llevaría las cuentas de las cantidades de cereales cultivados.
En verdad, sag significa jefe y tun3, mojón; también banda o cinta. Por tanto, Nisaba era la directora de quienes distribuían mojones o colocaban cintas, es decir, delimitaban (con mojones o con cintas o cuerdas). Ésta es, precisamente, la imagen que el término agrimensor evoca. Sin duda, remite a Roma. Los agrimensores eran quien iniciaban las obras de arquitectura, midiendo y delimitando los terrenos y replanteando en obra la planta del edificio que debe ser levantado. La imagen, sin embargo, no en inadecuada aplicada a Mesopotamia. Al igual que ocurría en Egipto, reyes como Gudea, conocido por su talante constructor, fueron representados portando una larga cuerda enrollada que servía, precisamente, para acotar la obra.

Nisaba (o Nidaba: Señora que rodea o delimita; dab es rodear, envolver), entonces, era la diosa que controlaba la puesta en obra. No era verdaderamente una arquitecta sino más bien una constructora. Anotaba con su estilete sobre una tablilla, y medía el terreno y el replanteo.

Mas si, en fin, volvemos al sueño de los inicios, recordaremos que Nisaba tenía una tablilla con una carta astral que, sin duda, había trazado; este trazado podía ser también el de una planta celestial que se proyectaría, entonces, en la tierra: es decir sería tanto un mapa del cielo cuyas trazas se proyectarían dando lugar a las trazas o plantas del templo, cuanto un proyecto celestial, un arquetipo, una "imagen mental" o celestial.

Todos los templos mesopotámicos tenían un referente celestial -al igual que Jerusalén, la materialización de la Jerusalén celestial-: un templo en lo alto, un mapa o un plano, replicado en una tablilla y ampliado en la tierra.

Ahora sí Nisaba actuaba como una arquitecta verdadera: como una proyectista de sueños. Que también velaba para que los sueños no fueran solo sueños.

Estamos todos en deuda con esta divinidad: diosa-madre y diosa-arquitecta; que nos edificó, nos protegió con el cerco que trazaba, nos cultivó y nos alimentó.

Nisaba era la esposa de Nabu, el dios de los escribas en Babilonia y nieto de Enki (el dios de la arquitectura y la agricultura -artes que siempre van juntas pues actúan en favor de la vida- sumerio)


Referencias:
- Cilindro A de Gudea, IV, 23-26; V, 21-24
- Himno a Nisaba, A II, 7-9

(Dedicado a Gregorio Luri, que defiende que la primera arquitectura son dos mojones hincados, y unidos)

Yulo-Ilmar Sooster & Yuri Nolyev-Sobolev: Glass Harmonica (1968) (o la ciudad del demonio amarillo)



martes, 18 de mayo de 2010