lunes, 19 de enero de 2015

Mahoma arquitecto



El profeta Mahoma santifica y coloca la piedra negra fundacional del santuario de la Kaaba en la Meca.
Miniatura por un pintor anónimo musulmán del libro de Rashed al-Din: Jāmiʿ al-tawārīkh (s. XIV) o El libro de las crónicas, una historia del mundo conocido.
¿Retrato fiel? ¿alegórico? ¿ideal? ¿caricaturesco?
Una imagen de Mahoma; Mahoma creador; no es la única imagen del profeta en el arte islámico; abundan en Irán hoy.

Mahoma, fundador; depositando la primera piedra: un motivo mítico que se encuentra en otras culturas -Cristo era la piedra fundacional de la comunidad-. La condición enteramente humana de Mahoma le impedía ser la piedra de ángulo o la clave, pero también es cierto que en la tradición pagana, los dioses y los héroes creadores o fundadores instauran primeras piedras pero no son el soporte de las construcciones que posteriormente ocupan. 
Sin la piedra fundacional, la Kaaba no habría podido erigirse, lo cual implica que el universo no hubiera nacido: la Kaaba es un santuario cúbico, cuyos ejes son los ejes del mundo, y que representa la proyección del cielo en la tierra. Sin el templo, la tierra ni el cielo existieran; el mundo no estaría ordenado; no tendría directrices que ordenan el tiempo y el espacio. 
La imagen concede así un estatuto sobrenatural al profeta. La Kaaba (un santuario pre-islámico en verdad) existe desde la creación del mundo o, mejor dicho, crea el mundo. El universo es la Kaaba.

La miniatura plantea una cuestión sobre el estatuto de dicha imagen: representa a Mahoma, pero ¿qué significa representar en este caso? ¿cuál es el estatuto de dicha representación?
No se trata de un retrato en el sentido moderno: la imagen fue realizada tras la vida del supuesto modelo; tampoco pretende plasmar sus rasgos -no porque no lo pudiera, sino porque dicha plasmación -imposible, desde un punto de vista moderno (Mahoma, hubiera existido o no, no estuvo presente ante el retratista)- no era necesaria. No era el parecido que determinaba que Mahoma estuviera representado en la imagen. La figura pintada remite a Mahoma gracias al nombre escrito en el texto al que la miniatura acompaña. Gracias a esta palabra escrita, la figura permite que el espectador -el lector, mejor dicho- "vea" a Mahoma, es decir piense en él, se lo "imagine": la imagen es un viático, un medio que ayuda al ser humano a recordar la presencia de una figura del pasado que cobre "presencia", se hace presente gracias a la imagen.
Ésta no "es" Mahoma. Mahoma no está en ella. Pero tampoco es una imagen enteramente fantasiosa o, mejor dicho, sin referente externo. Su referente es el profeta -hubiera o no existido; esta no es la cuestión; el profeta existe porque el lector, gracias a la imagen, piensa en él. Se le aparece, así, en mente, en la imaginación. Lo que da vida al profeta, es la imagen -gráfica y escrita. Ésta no es un simple recordatorio, sino que devuelve -o concede- presencia al modelo (el profeta). Sin la imagen, no sería recordado, es decir no existiría. Así que la imagen es fundacional, como Mahoma funda el santuario. La imagen ofrece un juego de espejos gracias al cual cada elemento remite a otro. Mahoma -como Jesús- es un nombre y una figura que, pronunciada, trazada, evoca, como en un conjuro, una presencia, la cual, a diferencia de la magia, no se manifiesta ante los ojos físicos, sino en una visión (interior), una iluminación, una revelación íntima.


No hay comentarios:

Publicar un comentario