lunes, 11 de septiembre de 2017

Urbanismo mesopotámico: la calle y la plaza en Mesopotamia

Las grandes misiones arqueológicas del periodo de entreguerras del siglo XX, en Iraq, desbrozaron y excavaron, gracias a centenares o miles de trabajadores, grandes superficies e ingentes volúmenes de tierra. Una célebre foto tomada en Ur, cuando el descubrimiento de las tumbas reales de mediados del tercer milenio aC, en un lugar del que hoy nada se sabe, a finales de los años 20, da cuenta de la descomunal tarea. en unos pocos años se puso al descubierto en centro político y religioso de esta extensísima y muy poblada urbe.
Las excavaciones, sin embargo, operaban a marchas forzadas. Los hallazgos de objetos valiosos y de tablillas inscritas eran indispensables para que los patronos que financiaban privadamente las misiones no cerraran los fondos. Las estructuras arquitectónicas presentaban un menor interés. Si bien templos, palacios y tumbas, visibles a menudo pues se hallaban -o se suponía se hallaban- en las partes más altas de la ciudad, que destacaban sobremanera en un entorno yermo y plano, no eran desdeñables, la trama urbana, los barrios residenciales, comerciales y artesanos despertaban un entusiasmo mucho menor.
Por este motivo, y dadas las condiciones de los yacimientos mesopotámicos hoy que dificultan o impiden nuevos estudios o la revisión de los planos trazados hace cien años, apenas se conoce el urbanismo mesopotámico. Solo unas pocas y escuetas tramas urbanas en algunas ciudades, como en Ur, Kish, Uruk, Mari, y colonias sumerias en el norte de Mesopotamia, han sido exploradas y estudiadas.
El arqueólogo e historiador francés Margueron creyó haber descubierto un espacio singular -único- en la ciudad de Mari: un espacio abierto en la trama urbana de Mari, de forma triangular, que interpretó como una plaza de mercadeo. Creo que es difícil o imposible saber a fe cierta cual era la función de este espacio, que, ciertamente, no se ha encontrado en ninguna otra ciudad.
Los escasos barrios explorados muestran una densa trama de viviendas unidas por patios interiores, apenas abiertas hacia estrechas callejuelas cuya disposición parecería caprichosa si no pareciera seguir las leves pendientes del terreno por donde se evacuaban naturalmente las aguas cuando las anuales grandes lluvias -que se infiltraban con dificultad en el suelo arcilloso. Los barrios parecerían el preludio de las muy posteriores medinas y cashbas árabes, y de las ciudades de la Alta Edad Media.

Si los restos arqueológicos apenas permiten evocar el urbanismo mesopotámico, es posible que el vocabulario nos ofrezca una imagen más clara de cómo los mesopotámicos concebían la trama urbana.
Aunque varias son las palabras sumerias y acadias que se traducen siempre por calle, esir y tilla son quizá las palabras sumerias más comunes. Tienen el interés que revelan en parte cómo debía ser la ciudad y cómo se debían imaginarla. Esir es una palabra compuesta. E es un término conocido y muy común que significa casa (también se aplica para designar al templo, ya que éste es la simple casa de la divinidad). Sir tiene, entre otros significados, los de unir, enlazar. Una calle, así en un nexo de unión entre casas. La calle no parece tener entidad propia. La casa es la unidad que constituye la ciudad y la calle el medio que logra pasar de la casa a la ciudad, manteniendo unidas esas unidades básicas. La ciudad es un reagrupamiento de casas, y la vida urbana tiene lugar en el interior de las casas, si bien éstas no están enteramente vueltas sobre sí mismas sino que mantienen una ligazón con otras unidades espaciales.

Plaza se solía designar por las palabras sumerias, ya empleadas en los textos más antiguos, de la primera mitad del tercer milenio aC, salidagal y tilla. Ésta última ya la conocemos. Significa también calle. La diferencia que, desde la Grecia antigua, establecemos entre la calle y la plaza no parece existir. Ambos espacios se designan por el mismo término. Lo que implica que no existían plazas, solo pasos longitudinales entre viviendas. Éstas bien podrían estar unidas por plazas, ciertamente, pero éstas no se han encontrado en las excavaciones.
La cuestión acerca de la existencia diferenciada de la plaza, como un elemento urbanístico con características formales, funcionales y simbólicas propias, podría aclararse si comentados brevemente la palabra siladagal antes mencionada. Se trata de una palabra compuesta. El primer elemento también lo conocemos: sila se traduce por calle. En cuanto a dagal, significa ancho. Se trata de un término emparentado con la palabra damgal que comprende el adjetivo gal: grande.
La plaza, así, sería una calle ancha, hoy diríamos que una avenida. Las plazas serían elementos urbanos insólitos, ya que las calles, al menos en los yacimientos del tercer milenio aC estudiados, eran muy estrechas -y debían parecerlo. La estrechez percibida no debe ser fruto de nuestra manera de juzgar sino que debía ser una cualidad buscada.
La plaza no se distinguiría apenas de la calle. Cumpliría la misma función. No sería un espacio de intercambio, de negociación y debate, como lo fueron posteriormente el ágora griega y el foro romano, sino que se trazaban, se construían y se imaginaban como vías de comunicación, quizá más rápidas, o trazadas para carros -a partir de mediados del segundo milenio-, entre el elemento fundacional de la ciudad, de cualquier agrupamiento humano: la casa.

De todos modos, tilla -calle o plaza- tiene también otra acepcion que puede ayudar a que entendamos que podía ser una plaza en Mesopotamia, o a qué equivaldría hoy. Tilla también significaba encrucijada: un encuentro de dos calles. El espacio no es físicamente más amplio que el de una calle, aunque sí visualmente. Las funciones que el ágora y el foro acogieron quizá tuvieran lugar en los cruces de calle, puntos donde los desplazamientos se interrumpían temporalmente para negociar; no eran lugares acotados, con sus propios valores, donde uno se dirigía, sino que eran espacios que uno se encontraba. Desde luego, en Roma, las encrucijadas se diferenciaban de las vías de comunicación (y de las plazas), estando bajo la protección de divinidades o espíritus propios que solo actuaban y solo eran efectivos en estos puntos.
Una encrucijada permite, al mismo tiempo, un cambio de dirección, una reordenación. El mundo puede cambiar a partir de una encrucijada. Necesariamente, como el mito de Hércules sugiere, un cruce de caminos conlleva detenerse, reflexionar y optar por una vía en detrimento de otras; exige una decisión, que puede condicionar el camino. La senda trazada se interrumpe, y obliga a pensar sobre dónde se va y de dónde se viene. Una encrucijada es un espacio físico con valores o cualidades no solo espaciales sino morales. Una plaza sería así, en Mesopotamia, un alto en el camino. No apartaría de la vía, como la plaza, pero sí exigiría una toma de conciencia de donde uno se encuentra, del lugar que uno ocupa en el mundo.

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