jueves, 28 de septiembre de 2017

La inutilidad del arte

Se ha dicho a menudo que el arte, no solo las bellas artes, sino cualquier obrar humano, cualquier creación humana, cualquier manifestación del ingenio humano, tiene como finalidad facilitar la vida, esto es, mediar entre la naturaleza y nosotros, a fin de aproximarnos a ella, tal como narra el mito bíblico de la creación del mundo, por ejemplo: gracias al trabajo, Adán y Eva lograrían volver a relacionarse con la tierra de la que habían quedado excluidos tras una primera falta: la ingesta de un fruto prohibido.
Sin embargo, las necesidades básicas de un ser viviente -de un animal- pueden ser cubiertas de inmediato: alimentarse, cobijarse, defenderse se satisfacen al momento. No es necesaria ninguna reflexión. En cuanto se manifiestan, el cuerpo reacciona hasta dar cumplida satisfacción a la urgencia manifestada.
En cambio, el hacer humano obliga a tomar las distancias con el impulso físico. El ser humano se toma su tiempo. Cocina, construye, teje, modela, lo que exige postergar, a veces durante años, la necesidad. El ser humano se construye un mundo que se interpone entre la naturaleza y su naturaleza, su persona. Un mundo adaptado a él, que, de algún modo, le protege de la "llamada" natural.
El arte, así, no nos une con el mundo, sino que nos aparta de él. Nos protege de sus exigencias.
Pero bien es cierto que esas actividades técnicas o artísticas no son necesarias. Están casi contraindicadas pues impiden colmar lo que el cuerpo pide. La satisfacción mediata puede causar un daño. Se puede morir en el empeño. La construcción exige fuerza y tiempo del que quizá no se dispone. Y sin embargo esta actividad se emprende y se continua incluso si se pone la vida en peligro.
El arte, por tanto, es superfluo. Su gratuidad es su grandeza. Denota que el ser humano es capaz de detenerse y reflexionar, de no estar sometido a las necesidades de la vida.
El arte no defiende la vida terrenal. Pero permite soñar o imaginar "otra" vida, una vida a la que se accede cuando cesan las necesidades físicas, cuando la vida se detiene para facilitar la entrada en esa otra vida a la que el arte da acceso, o que el arte configura.

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