lunes, 1 de junio de 2020

Señor o Señora (El sexo de Yahvé)

Debatir sobre el sexo de los ángeles es sinónimo de elucubrar sobre futilidades.
¿Y sobre el sexo de Dios?

Los dioses paganos tenían sexo -y lo practicaban. Tanto, con tantas parejas, del género que fuera, y de tantas formas, que algunos pensadores griegos los repudiaron. Los dioses griegos no eran de recibo precisamente porque caían presos de pasiones -cuando no hubieran tenido que desear nada, siendo seres perfectos, con todas las necesidades cubiertas, y todo a mano, en todo caso. Las persecuciones a las que Zeus sometía a sus aterradas parejas, dioses y diosas, héroes y heroínas,  llevaron a algunas al suicidio o a la metamorfosis, a la desfiguración, para dejar de ser un "objeto" de deseo. Pues ¡ay! de quien se negaba a entregarse a un dios o una diosa. En Mesopotamia, Gilgamesh rechazó a la diosa Inanna, diosa del deseo (y de la violencia), precisamente porque sabía bien la suerte de quienes se habían rendido. Pero Gilgamesh pagó caro su resistencia. Perdió a su amigo y amante Enkidu.
 
Yahvé, por el contrario, parecía no tener sexo en el Antiguo Testamento (que Dios Padre tenga un Hijo, en el Nuevo Testamento, no aclara la situación). La prohibición de representarlo acentuaba su indefinición. Ni siquiera estaba claro que tuviera un cuerpo humano o antropomórfico. Aunque nunca se metamorfoseó en una animal -una práctica a la que, por el contrario, dioses griegos y mesopotámicos, como Zeus y Enki, eran asiduos, convertidos ambos en toros, por ejemplo-, bien es cierto que se le representaba o simbolizaba, precisamente, por medio de un toro.
Si Yahvé era una figura  antropomórfica, parece que era bajo la forma de un varón. Al menos, en el texto de Isaías, Yahvé se presenta como el esposo de su prometida, la ciudad de Jerusalén. La imagen metafórica no permite determinar el género de Yahvé, aunque la tierna relación entre la divinidad y su ciudad se describiera en términos de esponsales.

Sin embargo, una frase de Isaías, precisamente, sacude su profecía (42, 14): el texto incluye un monólogo de Yahvé: 

"Estaba mudo desde mucho ha,
había ensordecido, me había reprimido.
Como parturienta grito,
resoplo y jadeo entrecortadamente"

El texto en hebreo no deja lugar a dudas. El verbo כַּיּוֹלֵדָ֣ה significa "dar a luz". Es cierto que también significa "convertirse en padre", lo que parecería la traducción más correcta. Pero los dolores de parto que siente Yahvé excluyen esa traducción.

Esta frase no ha pasado desapercibida. Comentaristas han destacado que el Libro de la consolación de Israel, del Detero-Isaías, incluido en el Libro de Isaías, presenta a Yahvé dotado de algunos rasgos femeninos, como si asumiera funciones propias de la diosa Asherat que, hasta mediados del primer milenio, fue considerada "la Diosa del Cielo", la esposa de Yahvé.
Del mismo modo, en este texto, Yahvé se comporta tanto como una figura masculina como femenina, asumiendo ambas características y ambos valores.
Este desdoblamiento de Yahvé no es singular. El libro de la Sabiduría presenta a Yahvé discutiendo con una figura femenina, la diosa de la Sabiduría, una figura ambigua que es y no es Yahvé, una figura de la misma "entidad" que Yahvé.
Yahvé no solo modeló vasijas de barro, como un perfecto artesano, como lo describe el Deutero-Isaías, sino que también tuvo un hijo con Eva: Caín, a quién protegió, pese al crimen que éste cometió.
Pero en estos casos, Yahvé se comportaba más como un dios convencional.
Su grandeza, y singularidad, es que fue, no asexual, sino varón y hembra, o dios y diosa, al mismo tiempo, sin que ninguno de sus géneros sobresaliera o se impusiera.  
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario