lunes, 20 de junio de 2022

Clasicismo y cristianismo (obras maestras del Museo de Cluny, París)


Joyero de marfil con escenas mitológicas, Bizancio, siglo X



Cuerno de bóvido usado como copa sostenida por garras de grifo, Alemania, 1500



Testa de obispo, de la fachada de la catedral de Nuestra Señora de París, s. XIII



Testa de santo (?) de un retablo reutilizado como frente de altar, Isla de Francia, siglo XV



Placa de marfil con la imagen de un guerrero, Constantinopla, siglo X



Placas de plomo con dignatarios togados romanos, o apóstoles, Roma, siglos IV-V



Placa de marfil con la imagen de una sacerdotisa encendiendo una antorcha en un altar dedicado a Cibeles delante del pino sagrado dedicado a la diosa, Roma, c. $00, hallado en una abadía del norte de Francia 


Fotos: Tocho, junio de 2022


La entera renovación del recluido Museo de Cluny (el mejor museo de arte medieval del mundo), en pleno centro de Paris, situado dentro de las termas romana de Lutecia, ha facilitado la visita de sus colecciones, restauradas y vueltas a exponer.
Éstas se inician ya en Roma. Prosiguen con los renacimientos Carolingio y de la Escuela de Rheims, en el siglo XII, y concluyen con el tránsito al Renacimiento.

Raras son las obras que se alejan de un modelo clásico. Motivos paganos, por un lado, como la imagen del grifo, un animal mitológico híbrido, mezcla de león y de águila, devienen símbolos de Cristo, precisamente por la doble naturaleza del animal y de la divinidad, lo que reforzó la creencia antigua en la existencia de este animal mitológico, como la imagen de un senador togado convertido en una efigie de apóstol, o como las escenas de combates entre gladiadores presentados como la lucha del alma contra las tentaciones y sus incertidumbres, y representaciones naturalistas, por otro, tanto románicas cuanto góticas, muestran bien que el cristianismo fue un férreo defensor del naturalismo. 

En efecto, si la iconografía pagana idealizaba a la figura humana para señalar la diferencia entre las imperfecciones humanas y la perfección divina, el cristianismo recurrió de nuevo al naturalismo, y la representación idealiza de la figura humana para simbolizar la naturaleza divina de la persona humana del hijo del dios cristiano, de modo que la forma humana aludía a la naturaleza humana mientras que la estilización o idealización apuntaba a la naturaleza divina en un cuerpo humano. 

Sin la carga teleológica de la estética de Hegel, tan deudora de la estética medieval, se puede decir que el cristianismo no se separó del naturalismo pagano greco-latino, sino que lo usó, lo desarrolló y lo llevó hasta sus últimas consecuencias, para mostrar a las claras que el dios cristiano es también -o sobre todo- un ser humano, que puede y debe ser retratado como un ser humano, tan solo idealizándolo de manera sutil para, sin negar su mortal o humana condición, aludir a su resurrección propiamente divina.

La visita del Museo de Cluny es una hermosa -y mesurada, comparada con la visita del Museo del Louvre- experiencia acerca del poder de la imagen de aludir a la esencia a partir y en la apariencia, dotándola de sentido sin negar su carácter "apariencial", su condición de fulgurante y frágil imagen aparecida.     

Véase, por ejemplo: https://www.musee-moyenage.fr/

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