martes, 17 de agosto de 2021

Urbanismo y religión: los Lares Compitales romanos


Lares de Augusto


Lares de los Caminos


El año doce antes de Cristo, bajo el reinado de Augusto, tuvo lugar una revolución urbanística y religiosa.

Los cruces de caminos (en latín: compita) acogían santuarios o altares a los Lares Compitales, o estaban bajo la advocation de éstos. 

Los Lares eran divinidades o espíritus protectores ancestrales de familias, clanes, comunidades en Roma. 

Los Lares Compitales protegían los cruces porque éstos no pertenecían a ninguna comunidad o, mejor dicho, pertenecían a las cuatro comunidades a las que relacionaban y con la que se relacionaban. Este posesión era común, un bien común. Dichos Lares no protegían a unas poblaciones en detrimento de otras, sino al conjunto de dichas comunidades. Evitaban confrontaciones, mantenían las vías de comunicación abiertas y seguras. Las comunidades no se aislaban ni se encerraban, no se las aislaba. Bienes, personas e ideas podían circular sin temor. Los cruces se convertían en centros de territorios organizados por comunidades. Ninguna podía dominar, sino que tenía que tener en cuenta los vecinos para poder vivir sin problemas, e intercambiar riquezas e impresiones. 

Los Lares Compitales velaban por las vías que estructuraban el territorio. Nadie podía perderse ni sentirse amenazado. Los cruces eran lugares particularmente seguros desde donde se podía otear en todas las direcciones. Todos las direcciones eran posibles e igualmente transitables. El mundo se alcanzaba desde los cruces, desde los que arrancaban las ejes que componían el espacio. Los caminos eran rectos, llevaban a lugares seguros, evitaban el desconcierto que causa una senda serpenteante.

Mas, cuando Augusto, aún bajo la República Romana, logró asentarse en el poder, tras derrotar al triunvirato que hasta entonces gobernaba, y fue declarado Padre de la Patria por el Senado, todo el espacio romano estuvo bajo su protección. Era seguro recorrer un inmenso territorio. No existían caminos que no condujeran a nada o llevaran a perderse. Los Lares Compitales ya no eran necesarios. A quien se debía honrar e implorar, eran los Lares de Augusto. La vida del Imperator -un título militar pero religioso - debía ser preservada. 

Es por este motivo que en el año doce aC, el culto a los Lares de las encrucijadas, una vez las incertidumbres políticas y militares despejadas, los enemigos internos neutralizados o eliminados, se convirtió en un culto a los genios protectores de Augusto, facilitando su divinización -aunque, como veremos, nunca fue considerado un dios. Los Lares estaban por encima de él.

JOSÉ HIERRO (1922-2002): LA CASA (1991)


 

Esta casa no es la que era.

En esta casa había antes

lagartijas, jarras, erizos,

pintores, nubes, madreselvas,

olas plegadas, amapolas,

humo de hogueras...


Esta casa

no es la que era. Fue una caja

de guitarra. Nunca se habló

de fibromas, de porvenires,

de pasados, de lejanías.

Nunca pulsó nadie el bordón

del grave acento: «nos queremos,

te quiero, me quieres, nos quieren...»


No podíamos ser solemnes,

pues qué hubieran pensado entonces

el gato, con su traje verde,

el galápago, el ratón blanco,

el girasol acromegálico...


Esta casa no es la que era.

Ha empezado a andar, paso a paso.

Va abandonándonos sin prisa.

Si hubiera ardido en pompa, todos,

correríamos a salvarnos.


Pero así, nos da tiempo a todo:

a recoger cosas que ahora

advertimos que no existían;

a decirnos adiós, corteses;

a recorrer, indiferentes,

las paredes que tosen, donde

proyectó su sombra la adelfa,

sombra y ceniza de los días.


Esta casa estuvo primero

varada en una playa. Luego,

puso proa a azules más hondos.

Cantaba la tripulación.

Nada podían contra ella

las horas y los vendavales.

Pero ahora se disuelve, como

un terrón de azúcar en agua.


Qué pensará el gato feudal

al saber que no tiene alma;

y los ajos, qué pensarán

el domingo los ajos, qué

pensarán el barril de orujo,

el tomillo, el cantueso, cuando

se miren al espejo y vean

su cara cubierta de arrugas.


Qué pensarán cuando se sepan

olvidados de quienes fueron

la prueba de su juventud,

el signo de su eternidad,

el pararrayos de la muerte.


Esta casa no es la que era.

Compasivamente, en la noche,

sigue acunándonos.






Agradecimientos a Victoria Garriga, arquitecto, por el envío de este poema 

domingo, 15 de agosto de 2021

Las casas y los años

“Le souvenir d'une certaine image n'est que le regret d'un certain instant ; et les maisons, les routes, les avenues, sont fugitives, hélas ! Comme les années.”


“El recuerdo de una cierta imagen no es sino la añoranza de un cierto instante; y las casas, las carreteras, las avenidas son fugitivas, ¡por desgracia! como los años”


(Marcel Proust: À la recherche du temps perdu, vol.1: Du côté de chez Swann)


Quince de agosto, entre la política y la religión












 Fotos: Gloria Álvarez y Arcadio de Bobes, arquitectos, o
Palma de Mallorca, 14-15 de agosto de 2021, gracias a quiénes hemos sabido de un ritual mallorquín celebrado el catorce de agosto, la exposición de una cincuentena de estatuas de María muerta o dormida en diversas iglesias: 


Aunque no era común, hubieron mortales que alumbraron a inmortales, así Sémele, madre de Dionisio, en la antigüedad, como también existieron mortales como Hércules ascendidos a los cielos.
Sin embargo, María no es una mera réplica de Sémele. Lo que tienen en común empalidece ante lo que las distingue. María es una humana ascendida a los cielos, un fenómeno, la Asunción, que se celebra el quince de agosto en el Catolicismo, que no la diviniza, sino que éste es propio de los mortales al final de los tiempos. Todos ascenderemos. Lo que distingue la suerte de María de la del resto de los mortales es que este acontecimiento se adelantó del final de los tiempos al final del tiempo personal, a los pocos días de la muerte, o del sueño eterno (la llamada dormición) de María : aunque Hypnos era hermano de Thanatos, los teólogos no han decidido sobre la suerte de María poco antes de la Asunción. No obstante, un célebre cuadro de Caravaggio, titulado La muerte de la Virgen, que muestra el cuerpo ya hinchado de la virgen en su lecho de muerte, no deja lugar a dudas sobre la condición mortal de la virgen. 
Por otra parte, María no alumbró a un dios, sino a un humano, aunque de manera milagrosa, poseída por la Palabra divina. Es decir, su maternidad la acerca y la aleja de otras maternidades singulares, que se dieron en la antigüedad, porque su hijo es un hombre, alumbrado mágicamente, aunque su hijo llegará a alcanzar una segunda  naturaleza, inmortal esta vez, tras ser poseído por el Espíritu divino tras el bautismo. Obviamente, la naturaleza divina no fue generada, ni murió. Lo que murió fue la persona humana, Jesús, no Cristo, y lo que resucitó fue Jesús, la persona humana, que se reencontró con su “doble” divino, Cristo. Queda precisar que salvo en el momento del nacimiento y la muerte, Jesucristo fue mortal e inmortal a la vez, su condición mortal permitiéndole estar entre los mortales, y la inmortal facilitándole la educación de aquéllos.
María, en todos los casos, es la dadora de la naturaleza humana de Jesucristo, fue quien lo humanizó, distinguiéndolo, por tanto, de otras divinidades paganas tardías, redentoras, anunciadoras de la vida eterna (del alma, tan solo, contrariamente a lo que proclamaba Jesucristo), tras la muerte.

Un milenio y medio más tarde, el  rey francés Luis XIII puso todas sus posesiones bajo la advocación de María. Su reino ya no era meramente de este mundo. 
Tras la temporal abolición de la monarquía, el reino francés dejó de estar divinamente protegido.
El cónsul revolucionario Napoleón Bonaparte, consagrado como emperador Napoleón I, a principios del siglo XIX, puso remedio a este abandono. Había nacido un quince de agosto. Decretó, por tanto, que su santo era el santo del Imperio. Mas, curiosamente, Napoleón -un nombre poco común, pero existente desde la Edad Media-, no tenía  santo. La iglesia gálica, anunció, tras una investigación por bibliotecas, que Napoleón era una deformación de Neopoulo, un desconocido, seguramente inexistente mártir de la época de Diocleciano, cuyo santo, sin embargo, acontecía a principios de mayo. Esta fecha fue abolida, Neopolo ( Neopoulo, Neopoulus o Neopolis) de Alejandría  se convirtió en Napoleón, y Napoleón I en la nueva encarnación del santo (y en el nuevo Alejandro), dotándolo de un rostro personalizado. Es así como, durante quince años, en Europa (el Imperio Napoleónico), la fiesta de la Asuncion se cambió por la fiesta de Napoleón, en la que un mortal daba cuerpo, de nuevo, a un inmortal, un santo a la vera de Dios.
La caída de Napoleón I restituyó el culto de María y de sus efigies en el lecho de muerte, como aún acontece hoy en Mallorca.



sábado, 14 de agosto de 2021

Cómo escribir (la vista y la memoria)

 “Pour écrire avec puissance il vaut mieux se souvenir que venir voir (…), il vaut mieux avoir vu que voir »

« Para escribir potentemente, es mejor recordar que ir a ver (…), más vale haber visto que ver”

( Roland Barthes: Marcel Proust. Melanges, Seoul, 2021, p. 81)


La memoria fusiona, sintetiza, estiliza, desplaza, deforma recuerdos. Lo que se recuerda no es una simple translación  de una imagen sensible (visible, audible). La transfiguración se completa con la transcripción, la traducción, la transliteración que la escritura realiza. La imagen poética no es un mero reflejo sino una compleja elaboración de la memoria y el estilo.

viernes, 13 de agosto de 2021

El gusto

 Siendo aún un estudiante, durante una discusión informal en la Cátedra de Estética, en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, a mediados de 1981, la obra de Goya se coló en la conversación y, antes de que expresara mi entusiasmo por el fresco (la pintura negra) El perro, el profesor de estética Eduardo Subirats manifestó, con desdén, que esta pintura no valía nada y que gustaba a quienes no tenían gusto. Era una imagen fácil, reconocible, realizada para “gustar”, placer las “bajas pasiones; su aprecio denotaba una sensibilidad “baja”, vulgar., común. Quedé confundido, colorado, hundido. Durante mucho tiempo no me atreví a emitir juicio alguno y, en las raras ocasiones en que me avanzaba, sentía vergüenza por mi falta de criterio cuando la otra persona, siempre considerada “preparada” (sobre todo comparada con nuestra ignorancia y falta de inteligencia), no solo emitía un juicio opuesto sino que se burlaba de quienes no estaban de acuerdo y quedaba, pensaba, en evidencia, quedaba como un inculto, un “mal educado”.

Pero, ¿qué es el gusto?

La palabra se emplea fuera de la gastronomía, al menos en Francia, desde el siglo XVIII. El gusto, es decir el buen gusto, era considerado como la expresión de un ilustrado, de un ser superior, capaz de discernir lo que escapaba a la sensibilidad del vulgo. Tener buen gusto era ser “alguien”. No era necesario “comer” para apreciar el gusto, sino tan solo oler distanciadamente. El gusto sólo percibe el perfume, lo etéreo, es decir lo inteligible. Arrugar la nariz denota un olor improcedente, fuerte, demasiado fuerte. Un mal olor es un olor demasiado intenso, un olor forzado por inseguridad.  

Barthes escribió que “el gusto es un sistema de prohibiciones, de cosas prohibidas y de cosas no prohibidas, y en este sentido es un código. Existen pues cosas de las que esta absolutamente prohibido hablar, pero ésta especie de ley de prohibiciones y de permisos queda siempre oculta, está oculta  bajo el tono natural” (que parece obvio, no afectado, innato, es decir, propio de ciertas personas).

El gusto manifiesta seguridad en las creencias propias, en lo que uno es, y permite distinguirse de quienes no tienen la capacidad de discernir lo bello, o lo conveniente, que siempre yerran al escoger y defender lo que “no toca”, lo que no es de recibo, lo que es inconveniente, exponiendo a quien se “equivoca” a la burla y el descrédito.

El gusto es una convención. Toda convención viene determinada por el entorno y la situación personal: la edad, la educación, el nivel social, la profesión (a menudo asociado a la clase social). El gusto expresa a qué clase pertenecemos. No denota lo que sentimos, sino los valores del grupo al que pertenecemos, creemos o queremos pertenecer. Ser arquitecto, por ejemplo, es compartir los gustos de los arquitectos reconocidos. El gusto define lo que somos, es decir el lugar que ocupamos en la sociedad, y en qué estrato nos colocamos, o nos colocan. El gusto une y segrega. A los que no les gusta lo que nos gusta, consideramos que tienen mal gusto, y no son dignos de formar parte de nuestro círculo. Nos guste o no, debemos manifestar “gusto” por ciertos objetos, temas o acciones, pues sólo así de nos reconocerá como miembros de un grupo considerado superior, poseedor de criterios que no se divulgan. 

Esto no significa que no podamos apreciar lo que no cuadra con lo que deberíamos admirar. Estos objetos, estas situaciones son considerados las causantes de “placeres culpables”,  impropios de nuestra “clase” - de lo que nuestra clase tiene que poseer y valorar)  y de cuya seducción somos conscientes que deberíamos ser inmunes y no “caer tan bajo” hasta manifestar gusto por esos temas. Referirnos a un placer culpable es una manera de no identificarnos con lo que nos gusta y no debería gustarnos, manifestando que nuestro juicio, en este caso, no debe ser tomado en serio, no expresa lo que “realmente” somos. Los placeres culpables son propios de las vacaciones estivales, antes de volver a las reglas que debemos seguir so pena de quedar desclasados, excluidos de un grupo o clase, y objeto de burla.

El gusto se puede “ educar”, forzar, cambiar, pero siempre cabe el peligro de que salga a la luz nuestro gusto propio que escondemos. Esta revelación nos deja desarmarnos, y abochornados, incapaces de rectificar, balbuceando excusas a fin de que se nos perdone semejante error. ¿El perro, de Goya? A un profesor solo le puede gustar como gusta la bollería industrial, consciente que no estamos hablando en serio.

El gusto no es personal sino social. Sustituye a la posesión  de bienes materiales. En tanto que impalpable, intangible, se nace con él. Y como toda clave social es un mecanismo que permite que una clase social se reconozca y dé la espalda a quienes tienen “mal gusto”, es decir un gusto opuesto al nuestro, nuestro gusto considerado modélico pero al que nadie que no sea “de los nuestros” puede aspirar. Los que ascienden no tienen gusto; los nuevos ricos son la clase que peor gusto tienen, porque pronto acabará sustituyendo la clase a la que pertenecemos, imponiendo entonces su gusto. El mal gusto es el buen gusto del futuro, el buen gusto el gusto de quienes han perdido la comba en el futuro. El gusto conjuga la raza, la religión y la clase social. Es un mecanismo que bloquea cualquier cambio, cualquier mejora. El gusto denota las orejeras que tenemos. 


A XRV

JACQUES ROZIER (1926): PAPARAZZI (1963)

 








Cuando el cineasta francés Jean-Luc Godard, padre de la Nouvelle Vague, filmó su mejor obra,  Le Mépris (El desprecio), en 1963, con Brigitte Bardot, en la célebre, austera, casi fúnebre Villa Malaparte (proyectada por su propietario, el escritor Curzio Malaparte), en la isla de Capri, en la bahía de Nápoles -una escalinata hacia la nada, convirtiendo la película en un hito para los arquitectos-, encargó al también cineasta Jacques Rozier unos documentales sobre la filmación:

https://www.cinematheque.fr/henri/film/71267-le-parti-des-choses-jacques-rozier-1963/


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