Lares de los Caminos
El año doce antes de Cristo, bajo el reinado de Augusto, tuvo lugar una revolución urbanística y religiosa.
Los cruces de caminos (en latín: compita) acogían santuarios o altares a los Lares Compitales, o estaban bajo la advocation de éstos.
Los Lares eran divinidades o espíritus protectores ancestrales de familias, clanes, comunidades en Roma.
Los Lares Compitales protegían los cruces porque éstos no pertenecían a ninguna comunidad o, mejor dicho, pertenecían a las cuatro comunidades a las que relacionaban y con la que se relacionaban. Este posesión era común, un bien común. Dichos Lares no protegían a unas poblaciones en detrimento de otras, sino al conjunto de dichas comunidades. Evitaban confrontaciones, mantenían las vías de comunicación abiertas y seguras. Las comunidades no se aislaban ni se encerraban, no se las aislaba. Bienes, personas e ideas podían circular sin temor. Los cruces se convertían en centros de territorios organizados por comunidades. Ninguna podía dominar, sino que tenía que tener en cuenta los vecinos para poder vivir sin problemas, e intercambiar riquezas e impresiones.
Los Lares Compitales velaban por las vías que estructuraban el territorio. Nadie podía perderse ni sentirse amenazado. Los cruces eran lugares particularmente seguros desde donde se podía otear en todas las direcciones. Todos las direcciones eran posibles e igualmente transitables. El mundo se alcanzaba desde los cruces, desde los que arrancaban las ejes que componían el espacio. Los caminos eran rectos, llevaban a lugares seguros, evitaban el desconcierto que causa una senda serpenteante.
Mas, cuando Augusto, aún bajo la República Romana, logró asentarse en el poder, tras derrotar al triunvirato que hasta entonces gobernaba, y fue declarado Padre de la Patria por el Senado, todo el espacio romano estuvo bajo su protección. Era seguro recorrer un inmenso territorio. No existían caminos que no condujeran a nada o llevaran a perderse. Los Lares Compitales ya no eran necesarios. A quien se debía honrar e implorar, eran los Lares de Augusto. La vida del Imperator -un título militar pero religioso - debía ser preservada.
Es por este motivo que en el año doce aC, el culto a los Lares de las encrucijadas, una vez las incertidumbres políticas y militares despejadas, los enemigos internos neutralizados o eliminados, se convirtió en un culto a los genios protectores de Augusto, facilitando su divinización -aunque, como veremos, nunca fue considerado un dios. Los Lares estaban por encima de él.