viernes, 13 de agosto de 2021

El gusto

 Siendo aún un estudiante, durante una discusión informal en la Cátedra de Estética, en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, a mediados de 1981, la obra de Goya se coló en la conversación y, antes de que expresara mi entusiasmo por el fresco (la pintura negra) El perro, el profesor de estética Eduardo Subirats manifestó, con desdén, que esta pintura no valía nada y que gustaba a quienes no tenían gusto. Era una imagen fácil, reconocible, realizada para “gustar”, placer las “bajas pasiones; su aprecio denotaba una sensibilidad “baja”, vulgar., común. Quedé confundido, colorado, hundido. Durante mucho tiempo no me atreví a emitir juicio alguno y, en las raras ocasiones en que me avanzaba, sentía vergüenza por mi falta de criterio cuando la otra persona, siempre considerada “preparada” (sobre todo comparada con nuestra ignorancia y falta de inteligencia), no solo emitía un juicio opuesto sino que se burlaba de quienes no estaban de acuerdo y quedaba, pensaba, en evidencia, quedaba como un inculto, un “mal educado”.

Pero, ¿qué es el gusto?

La palabra se emplea fuera de la gastronomía, al menos en Francia, desde el siglo XVIII. El gusto, es decir el buen gusto, era considerado como la expresión de un ilustrado, de un ser superior, capaz de discernir lo que escapaba a la sensibilidad del vulgo. Tener buen gusto era ser “alguien”. No era necesario “comer” para apreciar el gusto, sino tan solo oler distanciadamente. El gusto sólo percibe el perfume, lo etéreo, es decir lo inteligible. Arrugar la nariz denota un olor improcedente, fuerte, demasiado fuerte. Un mal olor es un olor demasiado intenso, un olor forzado por inseguridad.  

Barthes escribió que “el gusto es un sistema de prohibiciones, de cosas prohibidas y de cosas no prohibidas, y en este sentido es un código. Existen pues cosas de las que esta absolutamente prohibido hablar, pero ésta especie de ley de prohibiciones y de permisos queda siempre oculta, está oculta  bajo el tono natural” (que parece obvio, no afectado, innato, es decir, propio de ciertas personas).

El gusto manifiesta seguridad en las creencias propias, en lo que uno es, y permite distinguirse de quienes no tienen la capacidad de discernir lo bello, o lo conveniente, que siempre yerran al escoger y defender lo que “no toca”, lo que no es de recibo, lo que es inconveniente, exponiendo a quien se “equivoca” a la burla y el descrédito.

El gusto es una convención. Toda convención viene determinada por el entorno y la situación personal: la edad, la educación, el nivel social, la profesión (a menudo asociado a la clase social). El gusto expresa a qué clase pertenecemos. No denota lo que sentimos, sino los valores del grupo al que pertenecemos, creemos o queremos pertenecer. Ser arquitecto, por ejemplo, es compartir los gustos de los arquitectos reconocidos. El gusto define lo que somos, es decir el lugar que ocupamos en la sociedad, y en qué estrato nos colocamos, o nos colocan. El gusto une y segrega. A los que no les gusta lo que nos gusta, consideramos que tienen mal gusto, y no son dignos de formar parte de nuestro círculo. Nos guste o no, debemos manifestar “gusto” por ciertos objetos, temas o acciones, pues sólo así de nos reconocerá como miembros de un grupo considerado superior, poseedor de criterios que no se divulgan. 

Esto no significa que no podamos apreciar lo que no cuadra con lo que deberíamos admirar. Estos objetos, estas situaciones son considerados las causantes de “placeres culpables”,  impropios de nuestra “clase” - de lo que nuestra clase tiene que poseer y valorar)  y de cuya seducción somos conscientes que deberíamos ser inmunes y no “caer tan bajo” hasta manifestar gusto por esos temas. Referirnos a un placer culpable es una manera de no identificarnos con lo que nos gusta y no debería gustarnos, manifestando que nuestro juicio, en este caso, no debe ser tomado en serio, no expresa lo que “realmente” somos. Los placeres culpables son propios de las vacaciones estivales, antes de volver a las reglas que debemos seguir so pena de quedar desclasados, excluidos de un grupo o clase, y objeto de burla.

El gusto se puede “ educar”, forzar, cambiar, pero siempre cabe el peligro de que salga a la luz nuestro gusto propio que escondemos. Esta revelación nos deja desarmarnos, y abochornados, incapaces de rectificar, balbuceando excusas a fin de que se nos perdone semejante error. ¿El perro, de Goya? A un profesor solo le puede gustar como gusta la bollería industrial, consciente que no estamos hablando en serio.

El gusto no es personal sino social. Sustituye a la posesión  de bienes materiales. En tanto que impalpable, intangible, se nace con él. Y como toda clave social es un mecanismo que permite que una clase social se reconozca y dé la espalda a quienes tienen “mal gusto”, es decir un gusto opuesto al nuestro, nuestro gusto considerado modélico pero al que nadie que no sea “de los nuestros” puede aspirar. Los que ascienden no tienen gusto; los nuevos ricos son la clase que peor gusto tienen, porque pronto acabará sustituyendo la clase a la que pertenecemos, imponiendo entonces su gusto. El mal gusto es el buen gusto del futuro, el buen gusto el gusto de quienes han perdido la comba en el futuro. El gusto conjuga la raza, la religión y la clase social. Es un mecanismo que bloquea cualquier cambio, cualquier mejora. El gusto denota las orejeras que tenemos. 


A XRV

4 comentarios:

  1. "El perro" de Goya es un gran cuadro. Dice mucho con poco, a pesar de estar muy deteriorado tras ser arrancado de la Quinta del Sordo. Los negativos de Laurent muestran cómo era las pinturas de la Quinta (https://www.zendalibros.com/el-negativo-2575/). El pero miraba a unos pájaros sobre una roca. Ya no vemos la roca ni los pájaros. Hoy el perro, solo, mira hacia arriba, a una espesa nube de polvo que avanza.

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    1. Lo es, desde luego, y quedé anonadado del desprecio que manifestó aquel profesor -desprecio hacia la obra y hacia quienes la admiran.
      ¡Muchas gracias por la información! La desconocía. Hoy, cuando el perro despunta en medio de nada, el cuadro quizá sea aún más desolador, pues el perro parece otear el vacío, como si fuera un último rescoldo de vida en medio de “la espesa nube de polvo que avanza”, como tan bien describes
      Grqcias de nuevo

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  2. Magnifico analisis del gusto y sus imposiciones e imposturas.

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    1. ¡Muchas gracias!
      El comentario surgió de pronto a raíz de la lectura de un libro inédito de Barthes sobre Proust que se acaba de publicar en Francia, y que recoge todo lo que Barthes dijo en programas de radio espléndidos, en conferencias y en sencillos y agudos cursos para escolares, y escribió sobre Proust, textos y transcripciones claros y sugerentes -lejos, muy lejos de la jerga de la semiología literaria (tal era el campo de investigación de Barthes)- , donde comenta que es el gusto.

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