Aunque el Antiguo Testamento, el Génesis, en particular, reelabora, e incluye, temas míticos mesopotámicos, en ocasiones literalmente (el motivo del diluvio trasladado del Poema acadio de Atrahasis al Génesis), los estudiosos han destacado que, en ocasiones, estos motivos mesopotámicos adquieren un nuevo sentido.
Así, la descripción del Edén, en la Biblia, y en un mito redactado en sumerio (el mito de Enki y Ninhursag, también llamado del Paraiso sumerio), pese a que en líneas generales coinciden, revelan una concepción muy distinta de la tierra primigenia. Mientras que el Edén bíblico es perfecto, y no requiere ninguna intervención -antes bien, la actuación de los primeros humanos, empaña la imagen paradisíaca-, Edena (el espacio primordial mesopotámico) es descrito como un lugar, en apariencia soñado, mas, en verdad, incompleto, en el que la vida no puede desarrollarse tal como debería, atendiendo a su especificidad.
Sin embargo, si se estudia con detenimiento la descripción del cosmos por Yahvé, que el Génesis bíblico cuenta, se descubre un hecho insólito, aunque ya muy comentado por los estudiosos:
" Comienzos (Bereshit, en hebreo)
Dios creó cielo y tierra
Tierra vacío soledad
Negro sobre los fondos
soplo de dios (en griego, pneuma)
movimiento sobre las aguas".
Tal es la traducción literal -y no la versión de la Vulgata- de los primeros versos que describen la acción divina el primer día. La traducción bien podría ser otra, por cierto, pues "comienzos" también significa "primeros" y, entonces, dios no habría creado en los inicios, o un día, sino que habría creado las primicias -es decir, las primeras, y las mejores- de las cosas: el primer cielo y la primera tierra, o el cielo y la tierra en su esplendor, perfectos o llenos de vida, recién creados.
Mas no es este aspecto que quisiera destacar sino el tercer verso: tierra vacío soledad, es decir, en hebreo: tohû wabohû.
De entrada, estos primeros versos se pueden interpretar de dos maneras antitéticas: Dios creó tehom, o el mundo era tehom antes de que Dios obrara -lo que implica que la creación no es ex-nihilo, a partir de la nada, sino a partir de una materia, o una condición terrenal previa: tohû wabohû-. Según la lectura, dios es omnipotente (que crea hasta la materia), o un poderoso agente.
Cabe una tercera opción: Yavhé creó tehom, lo que no implica que creara ex-nihilo.
En todo caso, ¿qué es tehom?
La palabra recuerda, y no es casual, el sustantivo babilónico tiamat. Tiamat son las aguas caídas del cielo (a veces se piensa, por el contrario, que son las aguas salobres del mar), que se relaciona con Apsû, las aguas dulces, o las aguas de los ríos y las marismas. Tiamat es también una divinidad, quizá en forma de dragón o de serpiente: el dios de las aguas venidas del cielo. En el Poema de la Creación babilónico (Enuma Elish), en los inicios, éranse Tiamat y Apsû: las aguas dulces caídas del cielo, y manadas de la tierra; es decir, la materia primera, informa. En los inicios, éranse las aguas; a partir de las cuáles, el cosmos fue engendrado -por las aguas fecundantes.
Desde luego, tiamat es un ser o un ente serpenteante, informe; y tehom, por tanto, se refiere también a una entidad no formada o conformada, pese a que ha sido, muy posiblemente, creada por Yahvé. Creada pero carente aún de forma.
Tohû wabohû, una expresión que también aparece en Jeremías y en Job -tehom es citado por Isaias- no es, por tanto, una expresión única. Cuesta saber qué significa, aunque evoca un ente, o una materia primera y aún no modelada. Se ha traducido por caos: en este caso, se refiera a una materia previa a la creación divina, sobre la que ésta incide. Pero no olvidemos que esta misma materia primordial puede haber sido no solo modelada, sino creada -si es que existía tal diferencia en el imaginario antiguo- por Yahvé.
La expresión se suele traducir, más bien, por desierto; a menudo se especifica: desierto sin pistas; es decir, desierto (pedregoso o terroso, no de arena, sin duda) intransitable -e inhabitable.
Se trataría, así, de un ente creado -si es que ha sido creado- de manera incompleta. Y lo que le falta es, precisamente, lo que el Edena babilónico carecía: límites, ejes, trazas que ordenaran el espacio. Este espacio o esta tierra se presentaría como un lugar de perdición. Cabría una acción que lo acotara, y permitiera, a través de marcas en el suelo, que la vida pudiera asentarse, supiera dónde asentarse.
El Edén habría nacido incompleto: es decir, no apto para la vida. Faltaría la intervención de un técnico que pusiera coto, y cotas. Sin embargo, mientras en Mesopotamia, se indicaba que esta tarea, que completaba la creación inicial, incumbía al dios de las técnicas, y de las artes edilicias, Enki, así como de los humanos adiestrados por Éste, en ningún lugar se indica quien trazó sendas en el tehom; quien logró que el tehom se convirtiera en un lugar amable, en un Edén. No parece que esta tarea hubiera sido llevado a cabo por Adán (o el adán) pese a haber sido modelado por Yahvé que habría traspasado sus rasgos en el barro. Seguramente, tehom fue completado por el propio Yahvé -un dios equiparado a veces con Enki-: es decir, Yahvé habría corregido, a largo de siete días, su creación inicial, vivificando su obra que habría abandonado así su desértica, su yerma condición.
En ningún caso, empero, el Génesis indica que Yahvé hubiera rectificado, recapacitado. Por tanto, el tehom se habría convertido en un lugar lleno de vida gracias a las creaciones sucesivas de entes vivos, que habría culminado con la creación artesanal de un adán, o de adanes: seres humanos. Su llegada habría permitido acotar la tierra viviente. Habitándola, la habría(n) convertida en un lugar habitable.
En todo caso, las relaciones entre el Génesis y los mitos cosmogónicos mesopotámicos, pese a diferencias en ocasiones sustanciales, están estrechamente relacionados, y revelan un imaginario quizá más parecido de lo que podríamos pensar.
Cabe preguntarse también si no retornamos, hoy, por la acción del hombre, también, hacia el tehom.
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