Es cierto que existen datos incuestionables. El primer criminal de la historia, el fratricida Caín, fundó y construyó la primera ciudad, y la imagen de Babilonia, las grandes capitales asirias, Sodoma y Gomorra, etc. No deja lugar a dudas: la ciudad es un espacio proscrito. El mismo Yahvé tardó en permitir la construcción de un templo.
Esta imagen tan negativa contrasta con otros datos que sostienen que Yahvé levantó la bóveda del cielo soportada por lo que se puede interpretar como pilares. Es cierto que el mundo no era una ciudad pero sí se asemejaba a un templo y, por otra parte, fundó ocasionalmente ciudades. Por otra parte, el cielo acogía construcciones celestiales en las que las almas y la misma divinidad miraban. Recordemos que Yahvé ocupaba un trono (un objeto msnufacturado) sostenido por querubines y que aquél Lo representaba.
Sorprende más la relación que los teólogos establecieron pronto entre el Edén y el templo de Jerusalén. Ya Ezequiel consideraba que el templo en el futuro seria como el Edén (algunos textos cristianos "apócrifos" primitivos establecerían que el Edén era una iglesia). No solo el Edén se ubicaba en el monte Moriah donde se levantaría el templo que Salomón levantaría por orden divina, sino que Yahvé se edificó el Edén para si mismo ( cuyo usufructo concedió al adán que modeló), y cuyos elementos destacados, como los querubines que velaban la entrada, eran idénticos a los del templo, cuyas paredes interiores se ornaban con frescos con motivos de palmeras, propias del jardín del Edén (el Paraíso, un jardín recoleto, se ubicaba en la región de Edén o a veces se confundía con éste).
Existía una oposición entre el Edén y la ciudad. La primera fue fundada tras la expulsión de los primeros humanos de aquél. En el Edén no eran necesario muros ni techos puesto que no existían enemigos. La presencia de querubines y espadas flamígeras ante el acceso al Edén -cuya puerta fue entonces marcada- fue una consecuencia de la expulsión de Adán y Eva, para impedirles regresar.
Pero Ezequiel (36: 34-35) sostuvo, en su visión escatológica que, al final de los tiempos, con la llegada (o el retorno, según los cristianos) del Mesías, el Edén, que se ubicaba en la tierra o en el cielo, al igual que el verdadero templo y que la ciudad ideal (la Jerusalén celestial), se restauraría y las ciudades, abandonadas y en ruinas, volverían a poblarse y las murallas volverían a levantarse. Las ciudades se convertirían de nuevo en lugares pletóricos de vida, espacios vitales, en los que la vida se acogería. Del mismo modo Isaías (65: 21-23) defendía que en la nueva Jerusalén, tras la restauración de los tiempos, los hombres se construirían sus propias moradas, creencia compartida por el tardío (s. V dC) Apocalipsis de 4 Ezra (8:52), según el cual los bienaventurados se construirían su propia ciudad. El propio Yahvé regresaría a su templo que es el Edén al final de los tiempos.
Podríamos entonces pensar que la ciudad y la caída están relacionadas, pero que la relación no es la que podríamos pensar. La ciudad aparece tras la caída, ciertamente, y no es defendible, pero este descrédito no se opone a la existencia de ciudades y construcciones ideales, en las que la divinidad incluso mora, que se materializan en la tierra y lucen cuando la condena de la caída es anulada. Para Marcos (14:48), la construcción del templo no es un hecho condenable, edific mar no es un castigo, siempre que no se trate de un trabajo manual. La ciudad y la arquitectura se piensan. Existen y deben existir solo como espacios soñados o visionaria.
La ciudad, entonces, libre de su asociación fatal, se erige como el lugar donde la vida prende. No hay vida (verdadera o eterna) sin ciudad -como no se da vida condenable (que no es vida) fuera de la ciudad terrenal cuando la caída aun impera-, sin ciudad soñada. Vivir es aspirar a una ciudad ideal (que, cuando dejemos de ser humanos, llegará).
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