Irán fue perdiendo las primeras batallas. El ejército del shah había sido depurado. Nadie sabía cómo operar. No existían ni siquiera pilotos de aviación. Lo único que pudo el gobierno de Irán enviar en contra del poderoso ejército iraqui fue carne de cañón: centenares de miles de soldados mal preparados y equipados. El frente se estabilizó. Se inició una guerra de trincheras. La frontera no varió durante el conflicto. Durante nueva años, centenares de miles de jóvenes murieron en el frente, gaseados a menudo. Toda una generación desapareció.
Veintinueve años más tarde, un paisaje desértico y removido aun recuerda una guerra inmisericorde. Familiares buscan aun los restos de sus hijos. Todos los pueblos y las ciudades del suroeste de Irán muestran, a lo largo de las calles y avenidas, durante decenas de quilómetros a veces, los retratos de los jóvenes reclutas desaparecidos. Una incesante y obsesiva procesión mortuoria, escalofriante sobre todo cuando se contempla rostros tan jóvenes, acoge a quienes llegan a estas poblaciones y las atraviesan. La procesión fúnebre atraviesa, como una flecha, o una herida sin fin, la ciudad entera y se prolonga ya en el campo cuando el número de muertos supera la capacidad de las avenidas para acoger a tantos recordatorios. Cuelgan, como en estacas, los rostros, ubicados unos detrás de otros, a igual distancia los unos de los otros. Conforma una fila de muertos, un ejército de sombras vivas, de rostros a menudo tristes o ensimismados, seguramente porque han sido tomados tras la noticia de la leva, y saben lo que les aguarda. Fotos que ni siquiera están descoloridas puesto que se sustituyen de tanto en tanto: la imagen viva del horror, acentuado por la forma de los soportes en forma de tallos de flores.
Aquí se muestra solo una mínima parte de estas procesiones.
Imágenes: Tocho, Irán, enero de 2017
El verdadero rostro de la guerra lo compuso el fotógrafo iraní -ya fallecido- Kaveh Golestan (1950-2003)
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