Contra lo que se pudiera pensar, aunque la moderna palabra "templo" proceda del latín "templum", este término no significa lo mismo que aquélla.
El latín "templum", y el griego antiguo -del que procede- "temenos" designan un espacio mágica o físicamente acotado: un lugar delimitado por un muro o por unos conjuros. Nadie -salvo los sacerdotes- pueden acceder aquél. Su acceso está vetado a los profanos. Se trata de un coto que pertenece exclusivamente a los dioses y a sus representantes. Al resto de los ciudadanos se les mantiene apartados porque se trata de un espacio "sagrado": "sacer", en latín, significa prohibido, "tabú". La presencia de unos ciudadanos cualesquiera mancillaría el espacio sagrado.
El "templum" se opone al ágora: frente a un espacio de exclusión, que rechaza a los humanos, el espacio de diálogo del ágora, donde todos los ciudadanos de pleno derecho pueden tomar la palabra, sin que nadie pueda imponerse.
El "templum" se asemejaba al concepto ateniense -y espartano- de la ciudad: ésta solo pertenecía, y solo aceptaba a los autóctonos. Éstos habían nacido de la tierra. Descendían todos de un primer ser humano primordial, un rey surgido de las entrañas del Ática, con el cuerpo filiforme de una serpiente. Todos los foráneos, por el contrario, no tenían cabida en la ciudad; no poseían derechos, no tenían voz y voto.Se les podía desterrar en cualquier momento.
Estas dos concepciones explican bien que se haya censurado -y ordenado su desmantelamiento- una instalación de unos estudiantes de Bellas Artes dirigidos por una profesora y artista, Núria Gual, de un lugar de Barcelona. La instalación -precaria, simplista o sugerente, según cómo sea juzgada- evocaba la condición de los refugiados: consistía en carritos de la compra, semejantes a los que tantas personas empujan a lo largo del día, cargados de desechos. Los carritos simbolizaban la suerte de las personas: parecían concederles cierta esperanza. Estaban detenidos, protegidos en una área sagrada: el Fossar de les Moreres en Barcelona.
Los artistas, sin embargo, se olvidaron del verdadero significado de este tipo de espacios: lugares donde todos los que no profesan la fe en la patria son devueltos más allá de los lindes. Espacios de pureza de sangre donde no se puede descansar. No son lugares de acogida, sino cerrados, vueltos sobre sí mismo, solo aptos para quienes comulgan con determinados credos.
Censurar, etimológicamente, significa establecer un censo. Los censores eran funcionarios públicos romanos quienes determinaban quienes formaban parte de una ciudad, y disponían de todos los derechos, en contra de los rechazados. La censura implica la separación, la segregación, el trazado de un cerco alrededor de los elegidos para alejarlos de quienes son tratados como criminales perdiendo bienes y derechos.
Parecía difícil que en la Barcelona de 2017, se hubiera devuelto el verdadero significado a todos esos términos.
Mas en esos tiempos donde regresa lo siniestro...
lunes, 13 de febrero de 2017
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