La ciudad española de Toledo, capital del reino visigótico en el s. V, y capital de los reinos de España bajo el emperador Carlos I -Carlos V de Alemania-, en el siglo XVI, fue fundada varias veces.
La "historia" cuenta que Tubal, nieto de Noé, cuando la dispersión de los hijos y los nietos del supervivientes del diluvio hacia las cuatro puntos del mundo para repoblarlo, llegó a España y fundó una ciudad a la que bautizó con su nombre. La elección del lugar no era caprichosa o gratuita.
Toledo fue refundada por el emperador de Babilonia, Nabucodonosor, cuando perseguía a los judíos -que habían logrado un cobijo en este lugar-, que Pirro, el gran rey meda (oriental) volvió a instituir -antes de que Hércules, en su tránsito hacia Grecia, tras cumplir con los siete trabajos que le impuso su madrastra por todo el Mediterráneo, devolviera el esplendor a la ciudad, construyendo un mágico y descomunal palacio en una cueva subterránea (Toledo se asienta sobre una cueva, en efecto)-, nombrando a la tierra que lo acogía con el doble nombre de su suegro, Hispán, y de su hija Iberia.
Si todos estos héroes, patriarcas y reyes y emperadores acudieron una y otra vez a Toledo, fue porque el mismo Yavhé, cuando la creación del mundo, ubicó el sol en el empíreo justo a la altura de dónde se ubicó la ciudad, y detuvo su tránsito para que brillara siempre sobre la ciudad, que se construyó porque la primera huella de Adán -el primer hombre que dios moldeará- se inscribió en Toledo -ciudad en la que, según algunos teólogos- se ubicó la tumba de Adán.
Toda vez que Cristo fue crucificado en el Monte del Calvario, precisamente sobre la tumba de Adán, Toledo era Jerusalén, la Jerusalén redimida, la misma Jerusalén celestial, como así lo atestiguaría un célebre cuadro de El greco (hoy en la Casa.Museo del pintor, en Toledo).
Los mitos siempre cuentan la verdad, que querríamos que así fuera.
Una visita de trabajo a esta ciudad, ayer, da fe de la verdad de esas historias.
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