miércoles, 3 de septiembre de 2014

¿Por qué surge el Renacimiento?

Una extraordinaria muestra dedicada a la arquitectura clásica pintada por El Veronés (La ilusión de la realidad), actualmente en Verona -fondos arquitectónicos clásicos que enmarcan y estructuras las escenas religiosas y mitológicas-, ha vuelto a dar qué pensar sobre el renacimiento de las formas arquitectónicas clásicas en los siglos XV y XVI, en Italia, primeramente.

La pregunta, según algunos estudiosos, no tiene sentido. Las formas clásicas no renacieron porque estuvieron siempre presentes desde finales de la Antigüedad. Tan solo perdieron, en ocasiones, la "compostura". Cierta torpeza compositiva y técnica pudo afectar algunas formas esculpidas o arquitectónicas (ya notable a finales del Imperio Romano Occidental), pero éstas no dejaron de estar presentes, no solo en el Imperio bizantino, sino también en la Europa sureña occidental. El arte clásico no habría muerto nunca, por lo que no pudo renacer.
Sin embargo, es cierto que Florencia, a mediados del siglo XV, acogía obras y construcciones que intencionadamente remitían a formas y composiciones clásicas (romanas), conocidas a través del extenso campo de ruinas desperdigadas por toda Italia.

Otros estudiosos han mostrado la influencia que ejercieron los renacidos contactos entre Bizancio y Occidente a principios del siglo XV, que permitieron que artistas y pensadores italianos entraran en contacto directo con obras griegas que habían desaparecido de la cultura occidental. Esta influencia, cierta, sin embargo, revelaba un interés, hasta entonces no plenamente satisfecho, de creadores occidentales por formas de componer y penar clásicas (griegas y romanas).

Cabe preguntarse si este uso de formas del pasado, visible ya en el siglo XIV, no respondió a motivaciones políticas. El fortalecimiento y la independencia de las ciudades tardo-medievales quizá pudiera haber sido una causa del recurso formal y moral a formas y modismos clásicos romanos. Las ciudades trataban de independizarse del control imperial (del Sacro imperio Germánico) y papal, de los poderes imperial y religioso, constituyendo un poder civil -republicano- si no laico.

Dicho poder independiente necesitaba un marco adecuado que expresara o acogiera la virtud republicana de ciudades como Florencia. La austera república romana, ejemplarizada en los textos de Cicerón, y en los restos del foro republicano que sobresalían de la tierra y los cascotes. era el modelo del gobierno civil ciudadano. Las formas de expresar dicho poder solo podían ser romano-republicanas: formas, y formas de articulación. Columnas, frontones, arquitrabes, basamentos, arcos, incluso: el lenguaje y las formas clásicos denotaban la austeridad y los ideales del gobierno republicano, que el diálogo La República (la Cosa Pública) no pudo sino acentuar o corroborar. Estas formas marcaban las distancias con las entretejidas formas góticas propias del poder imperial.

Sin embargo, decenios más tarde, las formas clásicas fueron asumidas  y magnificadas por el poder papal. La oposición al poder imperial pudo ser una razón, mas ésta posiblemente fuere religiosa. El cristianismo se instauró en el Imperio Romano. Se asentó y prosperó gracias a éste, sobre todo a partir de Constantino. Pese a la voluntad de separar lo que pertenecía a dios y lo que era propio del César, las formas romano-imperiales dieron sentido a la voluntad de un hombre de ser al mismo tiempo dios, propia tanto de los emperadores cuanto del dios cristiano, como bien sabía Constantino, seguidor del dios único, pero que se presentaba a sí mismo como un dios. El poder de dios, es decir de la iglesia, solo tenía cabida en y a través de formas clásicas.
Éstas, sin embargo, no eran exactamente las mismas que las formas clásicas a las que las ciudades republicanas italianas recurrieron. Éstas se fijaron en el sobrio diseño de las formas romano-republicanas, que utilizaban el pulido orden toscano, libre de ornamentación. El poder papal, al que Miguel Ángel supo encuadrar en formas magnificadas, recurrió más bien a formas romano-imperiales, propias de los órdenes corintio y compuesto, en los que la sobreabundancia ornamental diluía en parte la nítida expresión, la contención de la articulación de las formas clásicas republicanas.

En ambos casos, sin embargo, las formas clásicas fueron empleadas justamente: por el símbolo que encarnaban: la capacidad -o la ambición- humana de dar forma, y de imponer orden, al mundo caótico de las formas y las creencias.

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