jueves, 23 de agosto de 2018

Si tiene barba es san Antón...

...y si no, la virgen de la Concepción

Una reciente "intervención" sobre el monumento del escultor Francisco López, dedicado a Lluis Companys, en Barcelona, da pie a una reflexión sobre la teoría del arte.
El monumento ha sido cubierto de pintura amarilla. La acción ha sido considerada como una manifestación política en favor o en contra del ex-presidente catalán. En todo caso se ha juzgado como un acto vandálico. La obra ha sido restaurada. Y cámaras de vigilancia se han colocado o se van a colocar alrededor de la pieza para conjurar el anonimato de los posibles actos semejantes que se podrían llevar a cabo.
Lo que podría ser considerado como un acto vandálico, quizá punible, sería, sin embargo, el acto presentado como una restauración. Ésta habría, en verdad, destruido una obra.
En efecto, el lanzamiento de pintura no fue un acto político o vandálico, sino una creación artística. Un conocido artista de Barcelona, miembro de un colectivo, decidió intervenir en la obra para dotarla de mayor interés. Su composición naturalista, y la relativa inexpresividad de la figura, se contrapuso con un "dripping", un tipo de acción consistente en lanzar pintura sobre un elemento, practicada por pintores expresionistas abstractos, como Jackson Pollock, en los años cincuenta, y por Joan Miró en los años sesenta y setenta, por ejemplo. Este lanzado, por otra parte, remite a un gesto fundacional de la historia del arte occidental, a una gesta: el lanzamiento furioso de una esponja embebida de pintura contra una pintura que representaba un caballo encabritado, por parte del pintor de la Grecia antigua, Apeles, rabioso porque no lograba reproducir de manera convincente la espuma que el caballo escupía. el azar solventó el problema (como ya hemos comentado en un texto del 31 de julio).

Una intervención sobre una obra anterior, para negarla, neutralizsarla, completarla o ridiculizarla, para utilizarla de base, de punto de partida, de guía, o de acicate para la creación y la destrucción, ha ocurrido desde siempre. Recordemos la "restauración" de obras clásicas por parte de escultores barrocos, que en verdad tomaban la obra clásica como punto de partida para una elaboración que quería ser fiel a lo que se suponía representaba la obra original pero que daba pie a una obra personal que a menudo tergiversaba el sentido de la obra clásica. Cuantas obras dadaistas y surrealistas, desde los célebres bigotes pintados por Marcel Duchamp sobre una postal de la Mona Lisa -convirtiendo una reproducción en un original con un valor incalculable, paradójicamente- hasta los cuadros de Miró pintados sobre óleos adquiridos en un mercadillo, se basan en la alteración de obras anteriores. Los mismos collages surrealistas conllevan la destrucción de grabados anteriores cuyas figuras son recortadas y mutiladas, adquiriendo, por eso mismo, un significado muy distinto del que tenían, un significado, seguramente, más sorprendente, inquietante, desconcertando, convirtiendo una obra insignificante en un extraña composición que no cesa de plantear preguntas irresolubles.

La manipulación de obras, en ocasiones, no las destruye, sino que las preserva. También puede destruirlas, sin duda, para dar lugar a obras de mayor alcance.
El significado de una obra depende de lo que interpretemos, de lo que la obra accede a mostrarnos, y de lo que creemos descubrir. El significado es nuestro, a partir de indicios que la obra nos revela.

Un gran número de obras clásicas tardías, paganas (tanto en Occidente cuanto en la América precolombina) se salvaron, cuando fueron convertidas, con un simple cambio de nombre, en efigies cristianas. La célebre estatua ecuestre de bronce del emperador Marco Aurelio, en la plaza del Campidoglio en Roma, se mantiene desde época romana incólume, pese a la devastación bárbara y la caída del imperio. Su preservación religiosa fue debida a que fue interpretada como una estatua del emperador Constantino, el primer emperador romano. ¿Interpretación errónea voluntaria o no?
Un cierto número de estatuas paleocristianas son, en verdad, estatuas paganas tardías. Su "conversión " las ha salvado. Existen estatuas que son imposibles de identificar como imágenes de Cristo o de un filósofo. La incertidumbre las ha salvado. Las vírgenes negras medievales, adoradas en Europa, ¿son todas efigies cristianas? ¿No cabe ver en ellas imágenes apenas transformadas de Isis y Horus? Desde luego, algunas estatuillas egipcias tardías de la esposa de Osiris y de su hijo son también inidentificables a fe cierta.

Las alteraciones, intencionadas o no, no son siempre actos destructivos, sino creativos. Las obras nacen de obras anteriores, no solo porque obras que las preceden las inspiran, sino porque obras del pasado actúan como base o soporte de obras nuevas. Algunos artistas, incluso, presentan como obras suyas creaciones del pasado, porque las dotan de una nueva mirada, un nuevo significado (que, seguramente la propia obra antigua sugiere). Los artistas son tan solo parturientas, como comentaba Sócrates. Las obras se llaman, se suceden, existen independientemente de nosotros y nos fuerzan a mirarlas con los ojos que nos quieren conceder.

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