"¿Qué
estados quisieron adoptar alguna vez las leyes de Platón o de Aristóteles o las
máximas de Sócrates? ¿Qué fue lo que determinó a los dacios a sacrificarse espontáneamente
a los dioses manes, y lo que arrastró a Quinto Curcio hasta el abismo sin la
vanagloria, esa encantadora sirena tan extraordinariamente vilipendiada por
aquellos filósofos? Porque ellos os dicen que nada hay más necio que un
candidato que halaga al pueblo para obtener sus votos, comprar con
prodigalidades sus favores, andar a caza de los aplausos de los tontos,
complacerse con las aclamaciones, ser llevado en triunfo como una bandera, y
hacerse levantar una estatua de bronce en medio del Foro. Agregad a esto,
continúan, la adopción de nombres y sobrenombres, los honores divinos otorgados
a gentes que apenas merecen el calificativo de hombres, y los que en las públicas
ceremonias se dedican a tiranos infames, equiparándolos a los dioses, y dígase
si todo esto no es tan rematadamente necio, que no bastaría un solo Demócrito
para reírse de ello. Y yo contesto: ¿Quién lo niega? Mas, a pesar de ser así,
esa necedad es el manantial de donde nacieron los hechos famosos de los grandes
héroes que han exaltado hasta las nubes los oradores y literatos; y ella es la
que engendra las naciones, conserva los imperios, las leyes, la religión, las
asambleas y los tribunales, porque la vida humana no es otra cosa que un juego
de necios."
(Erasmo de Róterdam: Elogio de la locura, 27)
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