viernes, 28 de junio de 2019
Legado (Saddam Hussein y Gilgamesh)
Palacio de Saddam Hussein en Babilonia
La Zona Verde es una extensa área en el centro de Bagdad que, desde los años cincuenta, alberga las sedes de las principales instituciones del país, así como palacios reales, mansiones de altos cargos del gobierno desde la independencia de Iraq, y embajadas como la norteamericana -situada, hasta los años setenta, en un gran complejo de varios edificios, proyectados por el arquitecto español José-Luis Sert, decano de la universidad de Harvard (Cambridge, Mass., EEUU) por el aquel entonces. Siempre ha sido una zona de parques y jardines, anchas avenidas, y edificios "representativos", en medio de un palmeral, a un lado del río Tigris, de paso restingido, por el que solo se puede circular en vehículo.
Tras la invasión de Iraq, en 2003, y hasta hace una semana, la Zona Verde -como todo Bagdad, fue rodeada por una alta y gruesa muralla de hormigón, dotada solo de dos accesos, vetados a todos los que no trabajaban o vivían en ella, y dotados de severísimos controles militares -que tenían la orden de dispara a matar a quien desconocía las reglas de comportamiento en los controles, o no las obedecía.
El ex-presidente Saddam Hussein, poseía dos palacios en la Zona Verde. Formaban parte de un conjunto de unos setenta palacios dispersos por toda Iraq. Fueron construidos en los años noventa, cuando el embargo de la coalición internacional, tras la Primera Guerra del Golfo, en 1991. Muchos fueron proyectados por un arquitecto y filósofo, hoy profesor de arquitectura en una universidad de Bagdad.
Hace tres días me condujo por la Zona Verde. Le pregunté por el sinnúmero de palacios, obviamente inútiles. Muchos no fueron nunca ocupados. Según la explicación que se ha solido ofrecer, Saddam Hussein, que temía un atentado, necesitaba tantos palacios para que nunca se supiera dónde se hallaba, dificultando o impidiendo cualquier ataque.
La razón, sin embargo, es distinta.
Se conoce la fascinación de Saddam Hussein por Mesopotamia. No sólo mandó restaurar o reconstruir monumentos y ciudades mesopotámicas, como las murallas de Nínive, las puertas de Babilonia o los ziggurats de Ur y de Dur Kurigalzu, sino que la bóveda de la sala central del palacio de Babilonia está decorada de imágenes del rey neo-sumerio Gudea, conocido como el rey-arquitecto, de finales del tercer milenio aC.
Saddam Hussein sabía que los grandes monarcas poseían innumerables palacios. También sabía que el legendario rey de Uruk, Gilgamesh, había proclamado que superaría su condición mortal -asumió que nunca podría poseer la inmortalidad de los dioses desde el nacimiento- gracias a sus obras. Así, las murallas de la ciudad de Uruk, en la que reinaba, que había mandado construir, mantendrían vivo el recuerdo de su nombre, y perduraría gracias a aquéllas.
Ésta era, al parecer, la razón que impulsó a Saddam Hussein a este esfuerzo casi suicida -en pleno embargo, con escasez de bienes y fondos, vaciando aún más las empobrecidas arcas públicas. Quería perdurar, como los reyes y emperadores de antaño, gracias a sus innumerables obras. Opus dei.
El arquitecto añadió una anécdota curiosa. El general norteamericano que se instaló en el principal palacio de Saddam Hussein, en la Zona Verde, quedó tan impresionado por aquél que solicitó que el arquitecto le construyera una réplica en Tejas. Tras recibir una negativa, pidió entonces que le fueran entregados todos los planos para encargar una copia del palacio. El arquitecto iraqi también se negó.
Hoy, la mayoría de los palacios han sido saqueados y, salvo unos pocos rehabilitados como centros oficiales -y el de Babilonia, quizá, como museo- nadie sabe qué hacer con ellos.
Pero Saddam Hussein logró su objetivo -por ahora. Se le sigue recordando en iraq. Y sus palacios son, sino, la razón, una razón de su presencia aún viva en Bagdad.
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