martes, 18 de enero de 2022

El tiempo pasa... (y nosotros también)






 ¿Es posible que la obra cumbre de la arquitectura moderna, de los dioses arquitectos actuales, los franceses Lacaton & Vassal, ante los que no cabe sino arrodillarse desde hace años, la austera y económica rehabilitación del Palacio del Trocadero de Paris, un monumental edificio entre el art decó, el neo clásico, y el realismo socialista (o el nacional socialismo), de finales de los años treinta del siglo pasado, transformado en el centro de arte contemporáneo más admirado (bautizado como el Palais de Tokyo), hace solo veinte años, y que no tiene nada que se pueda criticar, sino tan solo alabar, por la desnudez franciscana de la intervención, es  posible que hoy, en 2022, empiece a cansar, y que la pobreza exhibida, con los cables, las tuberías de varios colores (determinados no por un impulso decorativo, sino educativo, para que quedara en evidencia la  maquinaria que mantiene el edificio, pero que no exige mantenimiento alguno), los entresijos,  como una compleja red metálica colgada, bien visible, una lección de anatomía arquitectónica, la contención presupuestaria nunca solicitada, convertida en un signo de identidad, proclamada, reclamada, mostrada, como unas llagas en carne propia, el testimonio de la entrega a la fe en la verdad, signo de pureza y honestidad, sea lentamente cada vez menos de recibo, como si el tiempo, a cuyo dictado la obra ha escapado por su voluntad de rehuir de cualquier signo estilístico, horrorizándose ante las modas y los estilos, empezara a pesar y el museo ya remitiera a un tiempo ya pasado, que no casa con una nueva sensibilidad que, por el contrario, apostaría por cierto descaro, una visión menos trágica y adusta, en favor de la ligereza de quien no se toma en serio (pues sabe que todo pasa) y cierta imagen de desprendimiento  y desenfado, consciente que lo que cuenta es la imagen que se da y no la severa conciencia de la necesidad que la apariencia coincida con la esencia o, mejor dicho, que la apariencia se desvanezca en favor de la cruda y sincera mostración de la esencia? ¿Es posible?

Quizá, hoy -y ¿hasta cuándo?- la ilusión, lo ilusorio, el juego despreocupado y sin consecuencias vuelva a ser anhelado, y la pesada losa, que no ríe ni miente, del Palais de Tokyo empiece a irritar, como si en tiempos severos, la severidad fuera redundante y estuviese de más. La visión trágica de la vida, en la que nada cabe esconder, propia del protestantismo francés,  sino tan solo la desnudez y honestidad de los propósitos -pero la honradez quizá no se deba proclamar- no sería lo que más alegre o inspire la vida.

¡Ah!, ¿Quién hubiera dicho que los admirados y admirables Lacaton & Vassal, y su obra maestra, hubieran envejecido y empezaran a doblar la espalda y encogerse -y nosotros que fuimos devotos, con ellos-, como un testimonio de un tiempo que ya no es ni puede ser? 



Para VG y MD

2 comentarios:

  1. En la anterior entrada sobre el edificio del equipo Sanaa no pude hacer un comentario que enlaza muy bien con este tema. Me gustaría ver el edificio de la Samaritaine dentro de cincuenta años. El equipo Sanaa presentó en 2003 un proyecto de ampliación del IVAM de Valencia que cubría con una faraónica caja de acero perforado todo el edificio y parte de su zona exterior: se llamó poner una “piel” “traslúcida y ligera” al museo. Una gigantesca caja, un inmenso techo plano de acero con agujeritos junto al mar, junto uno de los principales puntos de paso migratorio de aves de Europa (La Albufera), en una ciudad con dos meses con temperaturas que rondan máximos de 40 grados y con gotas frías anuales. En los bocetos se valoraba la luz de la sombra filtrada, mientras que el aire entraba y salía por los agujeritos marcado con una flechitas, se supone que el agua cuando caen 200 litros por metro cuadrado también. Todo muy bonito y bioclimático. El proyecto recibió el León de Oro de la 9ª Bienal de Arquitectura de Venecia y no fue realizado porque el PP consideró en aquel momento que el dinero debía ir hacia megaeventos deportivos. Conozco una estación de tranvía con un cobertizo cúbico de acero con agujeros, lo de Sanaa en miniatura: en 15 años ha quedado en estado ruinoso, está tan abambollada que los grafiteros pasan de ella, salió en las revistas del couche arquitectónico. Se supone que un mantenimiento correcto puede luchar contra la corrosión junto al mar, pero ya se sabe donde quedan estas cuestiones con el paso del tiempo cuando los presupuestos menguan y la obra ya ha salido reluciente en las revistas de arquitecturas de postín. ¿Quién se hace cargo de los brutales gastos de mantenimiento y restauración de la “escultura” de Sejima y Nishizawa? ¿Quién se ha tenido que hacer cargo de las teselas del Palau de Calatrava? Y cuando no hay presupuesto público que aguante el envite ¿quién paga el precio estético del feísmo de lo anticipadamente agrietado, corroído o enmohecido? Para todas las preguntas, la respuesta es la misma: el populus.

    Me gustaría ver las ondas de vidrio y los anclajes del edificio de la Samaritaine dentro de cincuenta años. Me temo que envejecerán tan mal como el Palais de Tokyo. Me encanta el Pompidou pero no soporto que desde que piso el primer peldaño de las escaleras mecánicas hasta que salgo el suelo cruje, se mueve, vibra y hace ruiditos. Ahora prefiero el Orly y sentarme en uno de sus bancos de mármol que crecen como prolongación del suelo.

    El “cansancio” al que se alude en relación con el Palais de Tokyo creo que tiene cierta vinculación con la manera en cierta forma “innoble” con la que estas intervenciones envejecen materialmente a lo que se suma la desaparición del efecto innovador que se pierde cuando muchas de las soluciones rupturistas se integran en el mainstream de la cultura de la rehabilitación, incluso en los hábitos decorativos.

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    1. Es cierto. No sé suele contemplar el coste del mantenimiento de los edificios. No sé si incumbe a los arquitectos prever cómo la obra se cuidará, pero es cierto que algunos materiales, soluciones técnicas o formales deberían cuestionarse en previsión de cómo envejecerían. En algunos casos, el envejecimiento es prematuro.
      En el caso de la Samaritana de París, la limpieza de los cristales ondulados es un misterio. Dado que el edificio pertenece a una millonaria empresa del sector del lujo, es previsible que puedan pagar la factura del mantenimiento, y por ahora el edificio luce como nuevo, pero independientemente de lo que cueste, la limpieza no debe ser nada fácil de lograr.
      Las grandes vidrieras góticas siguen en buen estado, pese a los obstáculos que los montantes de plomo deben causar, y la luz sigue filtrándose, pero también es verdad que el cuidado de las vidrieras es muy costoso y delicado, una dificultad que en el caso de la Samaritana aumenta mucho.
      Podríamos pensar de todos modos que, en este caso, siendo un proyecto privado, ágil o defectuoso, quienes lo encargaron y aprobaron podrían haberlo rechazado si se hubieran dado cuenta de las dificultades a las que se enfrentarían con el paso de los años. Parece difícil pensar que no lo hayan valorado o no se hayan dado cuenta. Así que o no le han dado importancia, o existe una solución factible o poco onerosa, o se han comportado como un cliente ciego ten solo preocupado del prestigio a corto plazo que la obra le brindará.
      Un proyecto privado cuya existencia y mantenimiento afecta sin embargo el espacio público….

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