6 de enero: el día de la Epifanía o Adoración de los Reyes Magos ante el niño Jesús expuesto en Belén.
La leyenda o el mito es conocida; mas ¿qué evoca la Epifanía?
La palabra griega significa literalmente “exhibición sobre”.
Dicha palabra no se forjó para describir la presentación del hijo de dios, sino que se solía utilizar en la Grecia clásica para referirse a la aparición de los dioses. Los Epifanei eran los dioses olímpicos cuando se descubrían o se materializaban ante los humanos. El recurso a este término propio del vocabulario religioso griego para designar la llegada del Mesías parece acertada, pero deja entrever una concepción de aquél que no casa con el dogma. Es significativo que en el cristianismo ortodoxo la palabra que se ha impuesto es Teofanía: aparición de un dios.
Si la partícula adverbial epi designa el lugar donde se produce la aparición, no en la tierra, sino sobre ésta, florando en el aire, el verbo griego phaino significa brillar , deslumbrar. Se refiere a la súbita aparición en el cielo de una luz potentísima que ciega; un fenómeno -una palabra derivaba de phaino- inesperado y fulgurante que hace ver - o impide ver bien, dado el hiriente resplandor- que lo que aparece es un ente o un ser sobrenatural.
Un fenómeno no es de este mundo.
Sin embargo, el dogma cuenta que Jesús es un ser humano a parte entera, que nace, crece, y muere. En ningún caso es un dios. Éste es Cristo. Ocurre que Jesucristo posee dos naturalezas, humana y divina, y una sola persona o forma, exclusivamente humana, terrenal. Por eso, tras la resurrección, Cristo -y solo Cristo, aunque el cuerpo de Jesús haya sido rescatado- aparece y desaparece, se muestra y se esfuma, y en general es irreconocible, porque ya carece de un vehículo corporal humano. Es ahora enteramente una divinidad, libre del envoltorio humano.
Ante quien los Reyes Magos se inclinan y a quien ofrecen presentes es un niño, un humano. Pero el término con el que se designa este encuentro tiende a sugerir que el niño no es un niño verdadero, sino una divinidad en forma de niño, un niño-dios, una figura ya conocida en religiones politeístas antiguas: por ejemplo, Heracles o Dionisios. Por eso, los ortodoxos que nunca han aceptado la doble naturaleza de Jesucristo sino que siempre han defendido que éste es un dios y no (tanto) un hombre, recurren a la palabra Teofanía.
Mas, el uso de esta palabra, o de Epifanía, contradice al dogma. Se refieren solo a la deslumbrante aparición fulgurante de un dios hecho luz, no de un niño, envoltorio de una doble naturaleza humana y divina. El niño, atendiendo a lo que evoca la palabra Epifanía, no es de éste mundo. Su reino no es de éste mundo. Esta consideración sin duda da cuenta de la divinidad del niño, pero diluye la singularidad de la naturaleza, humana y divina, del dios cristiano, un dios que rescata a los mortales de la muerte, de su mortal condición, porque vive o revive en carne propia el destino humano, anulándolo. Los humanos ya no morirán porque el efecto de la muerte ha quedado neutralizado por el dios cristiano que ha mostrado que la muerte no es el fin, desarticulándola. Esta compleja, enigmática doble naturaleza del dios cristiano queda diluida en y por la Epifanía, en cierto modo una herejía.
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