lunes, 3 de enero de 2022

La incierta frontera del arte



Masturbarse debajo de una escalera, pintar cada día un cuadro con la fecha del día en que se pinta, caminar meneando de manera rara la cadera durante horas, arrastrarse desnudo en un suelo cubierto de vidrios rotos, recitar todas las cifras a uno a doscientos mil, leer todas las palabras del diccionario de Oxford….acciones absurdas o no, que unas son obras de arte (pictóricas, performativas) y otras documentales sin mención de cualidad. ¿Cuál es cuál?

Los youtubers del momento remedan a ciertos artistas contemporáneos -los cuales a su vez miran de reojo o cara a cara a la plataforma YouTube, las redes sociales y OnlyFans.

La diferencia no residiría tanto en la acción, sus cualidades ni el resultado formal, ni siquiera en la intención, sino en el lugar donde se proyectan y en el entorno mediático que los acoge, difunde, comenta y analiza. 

Que el arte sea lo que determinadas personas e instituciones deciden qué es o sea arte, es un lugar común en el arte (especialmente contemporáneo). Se considera que el ojo y los sentidos en general no son órganos o criterios para discernir la obra de arte de otra, formalmente parecida  que no lo sea. El arte es o sería una convención. Nacería de un acuerdo o una ilusión. Del mismo modo que los dioses existen porque se cree en ellos y mientras se crea en aquéllos, el arte es lo que críticos, galerías y coleccionistas determinan qué es arte. El arte sólo existe en la mente, en la visión o concepción del mundo de sus sacerdotes que escriben, teorizan y exponen lo que deba ser el arte. Lo nombran y el verbo llama y hace que el arte sea, acto que solo se hace efectivo si nadie exclama sorprendido que el rey está desnudo, exclamación que abre los ojos de los demás y despierta la risa general. El verbo lo es todo: alza y hunde, abre y cierra puertas, acoge y expulsa, con la misma inexplicable, incomprensible y por tanto temible y poderosa fuerza de la palabra divino. Todos estamos en pañales ante el impredecible edicto divino, que no se puede contestar, ante el que solo cabe bajar la cabeza. 

Que el arte sea una convención -¿estamos seguros que la Mona Lisa nos deslumbra?- se refuerza con las nuevas tecnologías. La palabra, el acuerdo es determinante para nombrar y crear el arte. Éste requiere el veredicto de su concilio de teólogos que debaten y acuerdan qué se puede dejar entrar en el grupo de obras de arte, y quien es artista y quien un bufón. Entre Bruce Nauman y El Rubius la diferencia radica en quienes analizan y teorizan sobre sus acciones. Toda vez que el arte “ retinico” como lo definió Duchamp no constituye el modelo de toda obra de arte plástica, y que la vista no es fiable para reconocer el arte, como la escolástica sostenía, la forma, sublime o ridícula, de la obra, su “imagen”, cómo se muestra, no es razón para aceptar o ningunear una obra. Es el “discurso” que la acompaña el que determina su destino y su lugar en la historia, en los anaqueles o en los basureros.

Este hecho, en verdad, solo afecta a las artes plásticas. En teatro, Aristófanes asumía los roles supuestamente antitéticos de Ely Quesada y Marina Abramovic, y La Lisístrata, hoy, cabría tanto en TikTok -si no fuera por su longitud- como en el TNC.

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