martes, 4 de enero de 2022

El acueducto romano de Gard (Francia), o el culto al agua














Jean-Paul Viguier (1942): Museo del acueducto del Gard, 2000














 Acueducto romano  del Gard, s. I dC



La "clave" del acueducto: sillar con un amuleto fálico esculpido


Fotos: Tocho, enero de 2022


La arquitectura y el urbanismo romanos han sido siempre considerados pragmáticos, prosaicos, sobre todo comparados con la "lírica" de la arquitectura griega. Ladrillo frente a mármol, entretenimiento frente a culto, ordenamiento frente a pintoresca dispersión, aplacados frente a elementos macizos y masivos, decoración de teatro, para ser vista de lejos, frente al símbolo religioso que invita al contacto íntimo con la piedra sagrada. 

Sin embargo, ¿cabe imaginar mayor delirio que un sistema romano-imperial (del siglo I dC) de traída de aguas, tomadas a cincuenta quilómetros de dónde tiene que verterse, capaz de atender las necesidades en agua pública y doméstica de una ciudad de ciento veinte mil habitantes (como la Nimes actual, en el sur de Francia), cuando la Nimes romana contaba veinte mil, una ciudad de origen galo, existente cuando la conquista romana, levantada cabe una fuente sagrada, de la que manaban torrentes y cascadas, y que no necesitaba más agua que la que ya disponía? El dispendio romano de agua fue tal, que las fuentes públicas se multiplicaron y que la mayoría de lo hogares disponían de agua corriente.

Esta traída requirió la construcción de un canal subterráneo de casi cincuenta quilómetros, zigzagueando entre vados y lomas, bosques y pastos, tierras y rocas, de acueductos (como el célebre acueducto del Gard, el más grande del mundo romano), puentes, canales elevados, sorteando valles profundos como el valle del Gard, y una pendiente casi imperceptible, entre la altura del vertido de origen, y la de los depósitos ya en la ciudad.

La ingeniosa y efectiva construcción, según las leyes de la estática, se apoyaba en la estética colocación de amuletos fálicos, esculpidos en relieve en sillares, que aseguraban que el entramado de arcos del acueducto no se derrumbaría. 

Unas canalizaciones traían agua, otras evacuaban aguas negras, y hondos pozos verticales permitían acceder al canal subterráneo para limpiarlo. Un prodigio técnico dedicado tanto al espectáculo de juegos de agua como del culto a las aguas, muy lejos de la atención funcional a necesidades básicas.


Fotos: Tocho, enero de 2022



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