Fotos: Tocho, enero de 2022
Tras diez años de dura oposición vecinal y de conservacionistas a ultranza, dos de los edificios del siglo XVII que constituían una parte de los grandes almacenes La Samaritaine en Paris -la cercanía del río Sena, de la que, a partir del siglo XVII, se subía agua, precisamente donde se construirían los almacenes en la segunda mitad del siglo XIX, para el vecindario y los palacios reales, que evoca el entro del buen Samaritano y una mujer cabe un pozo, explica el nombre- que dan a la calle de Rivoli, en mal estado, y con poca sintonía con el resto de los bloques que constituyen los tentáculos de los almacenes insertados en la trama urbana, pudieron ser derribados y reemplazados por un único edificio con una fachada de vidrio ondulado espejeado -cuya capacidad reflectora solo se descubre de muy cerca-, obra del estudio de arquitectura japonés Sanaa: el resultado es mucho menos escandaloso de lo que se tenia; no lo es, y casi se echa en falta un poco más de imaginación en los educados pliegues de la fachada, un prodigio técnico sin embargo, libre de sujeciones que parecen garfios y que tanto afean la supuesta liviandad y pureza de los llamados muros cortina. En este caso, el vidrio que envuelve tres fachadas recuerda un acantilado cristalizado, o una cascada helada, un descomunal bloque de hielo tallado y no tan solo una membrana, siempre menos transparente de lo que se anuncia, y que curiosamente armoniza bien con la adusta severidad jansenista del barroco francés que se despliega en el centro de la ciudad
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