La fotografía analógica y digital, al igual que el cine, el vídeo, las imágenes impresas (serigrafías incluidas) y por ordenador, pueden, al revés que la talla directa (salvo las que se tallan a máquina con un programa de ordenador, como tantas estatuas y testas naturalistas) y la pintura, multiplicarse indefinidamente sin mengua de la calidad. Los grabados y las piezas moldeadas, por el contrario, solo pueden reproducirse en un número limitado de ejemplares, a causa del desgaste de las planchas de piedra o metálicas y de los moldes, que afectan a ls calidad de la reproducción.
Aunque no mengüe ls calidad en los primeros ejemplos citados, sí disminuye el precio (que no el valor) a medida que se multiplican los ejemplares. Se llega así a una paradoja: técnicas artistas que permiten la difusión de imágenes se restringen severamente, poniendo coto al número de ejemplares producidos, a fin de mantener un precio elevado dada la rareza de la obra. Habitualmente, las fotografías son ejemplares únicos o solo se imprimen tres ejemplares numerados y firmados, acompañados de un certificado.
Esto no implica que dicha cantidad severamente controlada no pueda ser superada, empero. En efecto, visitas a colecciones permanentes o temporales de fotografía o con fotografías, han acostumbrado a una expresión: copia de exposición. Ésta significa que lo que se expone no es una copia realizada, supervisada o “autentificada” por el artista, sino una copia mecánica realizada para la ocasión.
Las impresiones “originales” pueden ser frágiles si son antiguas. El papel es quebradizo, y las placas de vidrio se rayan fácilmente, amén de su fragilidad. La luz también afecta a la imagen que se desvanece lentamente o amarillea. De ahí que es cada vez difícil exponer copias llamadas “vintage” ( el inglés, como antes el francés, es de rigor en el vocabulario del arte contemporáneo, si se quiere ser moderno).
Por este motivo, los negativos o las copias analógicas se digitalizan, y los prestadores o los propios fotógrafos envían por internet archivos digitales que se imprimen en el lugar donde tendrá lugar la exposición. El prestador, por internet, puede controlar ls calidad de la impresión en talleres locales aceptados por el prestador -que puede exigir que la copia se lleve a cabo en un taller fotográfico determinado que puede no estar ubicado en la ciudad donde ls exposición tendrá lugar.
Ocurre pues que una misma imagen puede exponerse en varias salas a la vez. Será siempre la misma imagen, cuyas copias se imprimen en diversos talleres. Las copias así producidas se exponen, empero, con una condición: al concluir la exposición, salvo indicación contraria, las fotografías impresas, llamadas copias de exposición, deben de ser destruidas, y su destrucción certificada. Es así como, cada año, miles o decenas de miles de imágenes se destruyen en el mundo, imágenes que se han creado con técnicas artísticas nacidas para permitir la difusión ilimitada. Esta contradicción viene marcada, no tanto por la posible merma de la calidad de la imagen reproducida mecánicamente -merma que no se da en las fotografías digitales-, sino en la severa bajada de precio de todo aquello que pierde su condición de ente raro, fuera del alcance de la mayoría.
Agradecimientos a Marta Arroyo y a Arcadio de Bobes por sus consejos e informaciones