¿Qué profesor universitario no ha aspirado a obtener un año sabático? ¿Qué funcionario no lo ha perseguido -maldiciendo a quien lo obtuviera en detrimento suyo?
Un sabático es un periodo anual durante el cual el profesor abandona la docencia y las tareas de gestión, para dedicarse a labores introspectivas o contemplativas, gracias a las cuales amplía conocimientos y reflexiona sobre su trabajo, lo que le permite, al concluir el año, reemprender la docencia con nuevas ideas, nuevos esquemas y nuevas líneas de investigación. Se supone que con ánimos renovados.
Un sabático es un alto para poder mirar hacia atrás y percibir el futuro con ojos nuevos. Todos los trabajos cotidianos se interrumpen. La meditación, la soledad, la tranquilidad y la reflexión constituyen los objetivos del año sabático que se desarrolla fuera del ámbito universitario. Corresponde a una retirada, a un enclaustramiento, o a un cambio de aire y de rutina. Una renovación mental o espiritual. Una cierta purificación, tras la evaluschim de lo emprendido, de los logros y los errores del pasado. Con el sabático, el tiempo es detiene. Las prisas no son de recibo.
Los años sabáticos se pueden solicitar cada diez años. Mas, el intervalo temporal es insólito; posiblemente incorrecto, si atendemos a lo que la expresión significa.
Un sabático corresponde al tiempo que media entre el primer y el séptimo día, el día del Sabbat. Éste, que se puede traducir por descanso o por huelga, invita a holgazanear: a no hacer nada, no emprender trabajo alguno, rememorando el séptimo día de la creación, cuando la divinidad abandonó sus tareas y descansó. El fiel se abandona. O mejor dicho, se recoge, para pensar en el modelo de la acción divina, que cesa en su esfuerzo creativo. A la acción -necesariamente fuera de sí- sucede la vuelta hacia uno mismo y el cerrar los ojos a los acontecimientos exteriores.
El sabbat acontece cada semana. Cada siete días, un día de detención. Y cada siete sabbats, cada siete semanas, durante los cuales se han alabado las atenciones divinas, cada cuarenta y nueve días, tiene lugar el jubileo: una demostración de júbilo.
El jubilo es un estallido de alegría: se canta, se grita, se tocan instrumentos, inventados por Ioubelaios (Jubal), descendiente de Caín. Las trompetas, hechas de cuerno de carnero (yobbel) resuenan. El jubileo marca un nuevo inicio. La vida reemprende como la primera vez, renovada. Se recupera el vigor, la memoria se agudiza. Se dirá que uno renace. Los obstáculos se han superado: un viaje inédito se abre ante quien ha manifestado el júbilo, tras las siete estaciones sabáticas. Las faltas, las deudas, las manchas se perdonan tras cincuenta años de vida activa, toda una vida. Era un periodo para abandonar el ejército y retirarse al campo, en Roma. El retiro, literalmente, es un tiro que lleva consigo el apartar a quien lo recibe, de la vida en el frente. El tiro conlleva una parada, un recogimiento, un apartarse de la vida hasta entonces llevada. Un retirado ha quedado detenido.
El jubilado inicia un nuevo tramo vital. El último. Las tareas anteriores, las preocupaciones que los sabáticos suavizaban, ya no marcan los años postreros. No necesitará ninguna jubileo más. La renovación es definitiva, última. Accede a otra, la otra vida. Una vida que desemboca, inevitablemente, en un estallido de luz, o de sombras.
Nota: el Jubileo, periodo de renovación en el culto cristiano, cuando las puertas, cerradas a cal y canto, vuelven a abrirse durante un año para que el aire y la luz penetren de nuevo en las estancias o capillas cerradas, y las purifiquen, se inició esta pasada noche a medianoche: el inicio de un año nuevo verdadero, que empieza sin estar lastrado -ni guiado- por los acontecimientos del pasado. Un año de promesas e incertidumbres. Sin el apoyo de la experiencia, sin la sabiduría y los prejuicios, las orejeras y las visiones que el pasado ofrece e impone.
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