sábado, 28 de diciembre de 2024

Incienso




Ceramica y estatuilla chinas halladas en la península arábiga 
 
Cara grabada en un fragmento de incensario de piedra, primer milenio AC, Museo del Incienso, Salalah (Omán)

Foto libre de derechos


La leyenda o el cuento de unos sabios orientales que ofrendaron al hijo humano de la divinidad, nacido en un belén, se apoya en un hecho real cuya importancia se acrecienta de año en año: las extensas y continuadas relaciones económicas y comerciales entre grandes potencias, a veces enfrentadas, a partir del cuatro milenio -relaciones ya presentes en el neolítico en algunos casos. La necesidad de metales, de piedras preciosas, de materiales suntuarios, desde la seda a perfumes, el marfil o resinas medicinales fue satisfecha gracias al tránsito por vías de comunicación entre regiones distintas entre sí. 

China y Arabia intercambiaban bienes ya en el tercer milenio. Se han encontrado cerámica y estatuillas chinas en Omán, por ejemplo. Éstas piezas, seguramente, se intercambiaban por materiales que solo se encontraban en la península arábiga, como es el incienso: una resina olorosa cuya quema lenta provocaba un humo de intenso olor. Dicha sustancia solo se obtenía y se obtiene en las costas de la península arábiga, hoy en el sultanato de Omán, y el desgarrado paisaje de Yemen. Su perturbador perfume se utilizaba en rituales religiosos. Era una sustancia asociada a divinidades.

Su ofrecimiento por parte de los llamados reyes magos era lógica. Y la lógica implica que  dichas figuras venidas de un inconcreto “Oriente” obtuvieron esta costosa materia grqcias al comercio entre Mesopotamia y el llamado reino de Magan, hoy ocupado por Emiratos y sultanatos árabes de la península arábiga. Dicha ofrenda destacaba el carácter divino del recién nacido humano. La escasez del incienso -una resina que se enciende y se incendia, que tal es el significado de dicha sustancia arbórea- lo convertía en un elemento indigno de los mortales, que solo los inmortales podían acoger. La viveza de la llama casi inextinguible en una materia traslúcida del color del sol o del oro simbolizaba la perenidad de las potencias superiores. 

La leyenda de los reyes magos se teje y se sustenta así en las redes comerciales entre el el próximo oriente, centro Asia, India y el imperio chino, a las que da sentido. El poder y las ofrendas que ensalzaban  el poder estaban en el origen de las transacciones comerciales entre comunidades incluso -o sobre todo- lejanas.


 

jueves, 26 de diciembre de 2024

El lugar del ser humano





 “No digamos: el ser humano es imperfecto, el Hacedor lo ha errado; digamos más bien que es todo lo perfecto que podía o debía ser; su ser es proporcionado al lugar que ocupa, su tiempo es un solo momento, y su espacio un solo punto.

El cielo oculta a todas las criaturas el libro del destino, excepto la página que les hace falta , y es la de su actual estado; como oculta a los brutos lo que conoce el hombre, y a los hombres lo que saben los espíritus: ¿quién podría de otra manera soportar en la tierra su existencia.” 

(Alexander Pope: Ensayo sobre el hombre, I )

Este largo poema, escrito en 1736 por el poeta inglés Alexander Pope, afectado de una deficiencia física, es uno de los textos más hermosos, lucidos y mesurados sobre la condición humana, sobre nuestra suerte -si suerte fuera la palabra adecuada.


Esteban




 

Menorca es conocida, hoy, también por la pedregosa pequeña cala de Sant Esteve, cerca de la capital de la isla Mahon.

El nombre no es casual. Los restos de San Esteban fueron supuestamente transportados de Oriente a Menorca en el siglo V.

Las características de la cala evocan bien el destino del santo: murió lapidado porque, pese a ser judío, denunció el corazón de piedra de los judíos del templo que descuidaban a las viudas, desprotegidas, sin recursos, de los hebreos helenizados, y fue escogido para organizar la ayuda material de las familias dejadas de lado por la ortodoxia contraria a sectas renovadoras del judaísmo, que creían que la profecía bíblica se había cumplido: el Mesías ya había llegado siglos ha, sectas llamadas o consideradas cristianas. 

Durante el juicio al que fue sometido, Esteban enunció todas las profecías bíblicas que anunciaban la venida de un mesías, por lo que enfureció a los jueces del templo que lo condenaron a muerte.

Entre quienes aplaudieron la condena y asistieron a la ejecución se hallaba Pablo dd Tarso, posteriormente el fundador del cristianismo. 

Las acciones en favor de los desprotegidos, la oposición a la ortodoxia de los fariseos (o seguidores de la ley del templo de Jerusalén), los supuestos milagros, el prendimiento, juicio y ejecución, manteniendo un comportamiento beatífico, de Esteban se componen, rememoran o reviven con tanta exactitud el final del mesías que el día de su conmemoración, al menos por la iglesia católica, de Esteban sucede al día del nacimiento del mesías, el veintiséis de diciembre.

Esteban está particularmente relacionado con la arquitectura y el urbanismo. Stephanos, en griego, es un sustantivo que designa a todo lo que rodea o circunda: un aro, una aureola, una corona, una constelación, y las murallas, salpicadas de torres, que definen, delimitan y defienden a una ciudad. Asimismo, los pasos de ronda en lo alto de las murallas, desde los que se oteaba la llegada de los peligros, recibían el nombre de stephanoi. Las piedras que acabaron con su vida son a la vez las que lo constituyen y definen su fortaleza (de ánimo). Si el mesías fue la piedra fundacional de la comunidad, Esteban la corona y la protege. Los males se estrellan contra la roca que lo funda. Esteban, el guardián, el vigía. 


miércoles, 25 de diciembre de 2024

YOJI KURI (1928-2024) & YOKO ONO (1933): アオス (AOS, 1964)


 Cortometraje de animación del director japonés Yoki Kuri con la participación de la artista Yoko Ono, un ejemplo de su trabajo conjunto.

YOJI KURI (1928-2024): HEYA (LA HABITACIÓN, 1967)


 Yoji Kuri, extraordinario animador japonés, fallecido ayer.

Trabajó con Yoko Ono.

Júbilo

 ¿Qué profesor universitario no ha aspirado a obtener un año sabático? ¿Qué funcionario no lo ha perseguido -maldiciendo a quien lo obtuviera en detrimento suyo?

Un sabático es un periodo anual durante el cual el profesor abandona la docencia y las tareas de gestión, para dedicarse a labores introspectivas o contemplativas, gracias a las cuales amplía conocimientos y reflexiona sobre su trabajo, lo que le permite, al concluir el año, reemprender la docencia con nuevas ideas, nuevos esquemas y nuevas líneas de investigación. Se supone que con ánimos renovados. 

Un sabático es un alto para poder mirar hacia atrás y percibir el futuro con ojos nuevos. Todos los trabajos cotidianos se interrumpen. La meditación, la soledad, la tranquilidad y la reflexión constituyen los objetivos del año sabático que se desarrolla fuera del ámbito universitario. Corresponde a una retirada, a un enclaustramiento, o a un cambio de aire y de rutina. Una renovación mental o espiritual. Una cierta purificación, tras la evaluschim de lo emprendido, de los logros y los errores del pasado. Con el sabático, el tiempo es detiene. Las prisas no son de recibo.

Los años sabáticos se pueden solicitar cada diez años. Mas, el intervalo temporal es insólito; posiblemente incorrecto, si atendemos a lo que la expresión significa.

 Un sabático corresponde al tiempo que media entre el primer y el séptimo día, el día del Sabbat. Éste, que se puede traducir por descanso o por huelga, invita a holgazanear: a no hacer nada, no emprender trabajo alguno, rememorando el séptimo día de la creación, cuando la divinidad abandonó sus tareas y descansó. El fiel se abandona. O mejor dicho, se recoge, para pensar en el modelo de la acción divina, que cesa en su esfuerzo creativo. A la acción -necesariamente fuera de sí- sucede la vuelta hacia uno mismo y el cerrar los ojos a los acontecimientos exteriores.

El sabbat acontece cada semana. Cada siete días, un día de detención. Y cada siete sabbats, cada siete semanas, durante los cuales se han alabado las atenciones divinas, cada cuarenta y nueve días, tiene lugar el jubileo: una demostración de júbilo.

El jubilo es un estallido de alegría: se canta, se grita, se tocan instrumentos, inventados por Ioubelaios (Jubal), descendiente de Caín. Las trompetas, hechas de cuerno de carnero (yobbel) resuenan. El jubileo marca un nuevo inicio. La vida reemprende como la primera vez, renovada. Se recupera el vigor, la memoria se agudiza. Se dirá que uno renace. Los obstáculos se han superado: un viaje inédito se abre ante quien ha manifestado el júbilo, tras las siete estaciones sabáticas. Las faltas, las deudas, las manchas se perdonan tras cincuenta años de vida activa, toda una vida. Era un periodo para abandonar el ejército y retirarse al campo, en Roma. El retiro, literalmente, es un tiro que lleva consigo el apartar a quien lo recibe, de la vida en el frente. El tiro conlleva una parada, un recogimiento, un apartarse de la vida hasta entonces llevada. Un retirado ha quedado detenido. 

El jubilado inicia un nuevo tramo vital. El último. Las tareas anteriores, las preocupaciones que los sabáticos suavizaban, ya no marcan los años postreros. No necesitará ninguna jubileo más. La renovación es definitiva, última.  Accede a otra, la otra vida. Una vida que desemboca, inevitablemente, en un estallido de luz, o de sombras.

Nota: el Jubileo, periodo de renovación en el culto cristiano, cuando las puertas, cerradas a cal y canto, vuelven a abrirse durante un año para que el aire y la luz penetren de nuevo en las estancias o capillas cerradas, y las purifiquen, se inició esta pasada noche a medianoche: el inicio de un año nuevo verdadero, que empieza sin estar lastrado -ni guiado- por los acontecimientos del pasado. Un año de promesas e incertidumbres. Sin el apoyo de la experiencia, sin la sabiduría y los prejuicios, las orejeras y las visiones que el pasado ofrece e impone.


RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN (1866-1936): LA ADORACIÓN DE LOS REY

                         Vinde, vinde, Santos Reyes

vereil, o joya millor,
un meñino
como un brinquiño
tan bunitiño
qu’á nacer nublou o sol!

Desde la puesta del sol se alzaba el cántico de los pastores en torno de las hogueras, y desde la puesta del sol, guiados por aquella luz que apareció inmóvil sobre una colina, caminaban los tres Santos Reyes, jinetes en camellos blancos, iban los tres en la frescura apacible de la noche atravesando el desierto. Las estrellas fulguraban en el cielo, y la pedrería de las coronas reales fulguraba en sus frentes. Una brisa suave hacía flamear los recamados mantos: el de Gaspar era de púrpura de Corinto. El de Melchor era de púrpura de Tiro. El de Baltasar era de púrpura de Menfis. Esclavos negros, que caminaban a pie enterrando sus sandalias en la arena, guiaban los camellos con una mano puesta en el cabezal de cuero escarlata. Ondulaban sueltos los corvos rendajes y entre sus flecos de seda temblaban cascabeles de oro. Los tres Reyes Magos cabalgaban en fila: Baltasar, el egipcio, iba delante, y su barba luenga, que descendía sobre el pecho, era a veces esparcida sobre los hombros… Cuando estuvieron a las puertas de la ciudad arrodilláronse los camellos, y los tres Reyes se apearon y despojándose de las coronas hicieron oración sobre las arenas.

Y Baltasar dijo:

– ¡Es llegado el término de nuestra jornada!…

Y Melchor dijo:

– ¡Adoremos al que nació Rey de Israel!…

Y Gaspar dijo:

– ¡Los ojos le verán y todo será purificado en nosotros!…

Entonces volvieron a montar en sus camellos y entraron en la ciudad por la puerta Romana y guiados por la estrella llegaron al establo donde había nacido El Niño. Allí los esclavos negros, como eran idólatras y nada comprendían, llamaron con rudas voces:

– ¡Abrid!… ¡Abrid la puerta a nuestros señores!

Entonces los tres Reyes se inclinaron sobre los arzones y hablaron a sus esclavos. Y sucedió que los tres Reyes les decían en voz baja:

– ¡Cuidad de no despertar al Niño!

Y aquellos esclavos, llenos de temeroso respeto, quedaron mudos, y los camellos que permanecían inmóviles ante la puerta llamaron blandamente con la pezuña, y casi al mismo tiempo aquella puerta de viejo y oloroso cedro se abrió sin ruido. Un anciano de calva sien y nevada barba asomó en el umbral. Sobre el armiño de su cabellera luenga y nazarena temblaba el arco de una aureola. Su túnica era azul y bordada de estrellas como el cielo de Arabia en las noches serenas, y el manto era rojo, como el mar de Egipto, y el báculo en que se apoyaba era de oro, florecido en lo alto con tres lirios blancos de plata. Al verse en su presencia los tres Reyes se inclinaron. El anciano sonrió con el candor de un niño y franqueándoles la entrada dijo con santa alegría:

– ¡Pasad!

Y aquellos tres Reyes, que llegaban de Oriente en sus camellos blancos, volvieron a inclinar las frentes coronadas, y arrastrando sus mantos de púrpura y cruzadas las manos sobre el pecho, penetraron en el establo. Sus sandalias bordadas de oro producían un armonioso rumor. El Niño, que dormía en el pesebre sobre rubia paja de centeno, sonrió en sueños. A su lado hallábase la Madre, que lo contemplaba de rodillas con las manos juntas. Su ropaje parecía de nubes, sus arracadas parecían de fuego y como en el lago azul de Genezaret rielaban en el manto los luceros de la aureola. Un ángel tendía sobre la cuna sus alas de luz y las pestañas del Niño temblaban como mariposas rubias, y los tres Reyes se postraron para adorarle, y luego besaron los pies del Niño. Para que no se despertase, con las manos apartaban las luengas barbas que eran graves y solemnes como oraciones. Después se levantaron, y volviéndose a sus camellos le trajeron sus dones: Oro, Incienso y Mirra.

Y Gaspar dijo al ofrecerle el Oro:

– Para adorarte venimos de Oriente.

Y Melchor dijo al ofrecerle Incienso:

– ¡Hemos encontrado al Salvador!

Y Baltasar dijo al ofrecerle la Mirra:

– ¡Bienaventurados podemos llamarnos entre todos los nacidos!

Y los tres Reyes Magos despojándose de sus coronas las dejaron en el pesebre a los pies del Niño. Entonces sus frentes tostadas por el sol y los vientos del desierto se cubrieron de luz, y la huella que había dejado el cerco bordado de pedrería era una corona más bella que sus coronas labradas en Oriente… Y los tres Reyes Magos repitieron como un cántico:

– ¡Éste es!… ¡Nosotros hemos visto su estrella!

Después se levantaron para irse, porque ya rayaba el alba. La campiña de Belén, verde y húmeda, sonreía en la paz de la mañana con el caserío de sus aldeas dispersas, y los molinos lejanos desapareciendo bajo el emparrado de las puertas, y las montañas azules y la nieve en las cumbres. Bajo aquel sol amable que lucía sobre los montes iba por los caminos la gente de las aldeas. Un pastor guiaba sus carneros hacia las praderas de Gamalea; mujeres cantando volvían del pozo de Efraín con las ánforas llenas; un viajero cansado picaba la yunta de sus vacas, que se detenían mordisqueando en los vallados, y el humo blanco parecía salir de entre las higueras… Los esclavos negros hicieron arrodillar los camellos y cabalgaron los tres Reyes Magos. Ajenos a todo temor se tornaban a sus tierras, cuando fueron advertidos por el cántico lejano de una vieja y una niña que, sentadas a la puerta de un molino, estaban desgranando espigas de maíz. Y era éste el cantar remoto de las voces: 

Camiñade Santos Reyes
por camiños desviados,
que pol’os camiños reaes
Herodes mandou soldados.

 

Jardín umbrío: Historias de santos, de almas en pena, de duendes y ladrones (1920)