miércoles, 31 de enero de 2018

Como con zapatos nuevos



Unas botas desvencijadas, tiradas al suelo, sucias de barro. Profundas arrugas recorren el cuero oscuro. Los cordones se enredan. De tan gastadas casi no se aguantan, y caen o ladean, medio abiertas, como un animal moribundo. Pero es obvio que son unas botas que han servido bien.  Su piel arrugada cuenta sobre la dura vida del labriego que acaba, quizá tras un día agotador, de descalzarse. Pronto, las botas volverán a las andadas. Tienen, posiblemente, aún un largo trecho que recorrer antes de caer partidas.
El conocido comentario que el filósofo Heidegger escribió sobre una de las versiones de un tema reiteradamente pintado por van Gogh -un bodegón compuesto solo por unas botas raídas-, un comentario polémico pues parte del presupuesto que el útil solo existe para contar la vida de lo invisible, el usuario ausente, presente de algún modo en o a través de sus zapatos, posiblemente no sería posible hoy -ni siquiera es posible que tuviera razón de ser ya en los años treinta.
El texto presupone que usamos útiles hasta la extenuación; implica el gusto por lo viejo. Preferimos, en cambio, lo antiguo, lo vivido pero no lo raído. Las cosas están "pensadas" y fabricadas para ser usadas y desechadas. La vida, las costumbres, los gestos, los pasos diarios, que revelan un modo de vivir, no pueden inscribirse en los objetos que nos rodean, pues, apenas se marca su adaptación a nuestras manías y costumbres, los cambiamos. No tenemos paciencia, espacio y gusto por lo que denota el paso del tiempo, que afecta las cosas y a nosotros. Necesitamos vernos en útiles nuevos, sin historia, que no evoquen las historias en las que nos vemos inmersos. Adquirimos y portamos útiles precisamente para olvidar. Ir de comprar es una manera de ahuyentar problemas, para no encararlos. Necesitamos cosas nuevas para tener la sensación que revivimos. No podemos vivir a través de los objetos. No soportamos su desgaste porque constituye un espejo en el que no nos queremos ver.
Pero cabe plantearse si este sueño por la renovación no ha estado siempre aquí, y si los sueños del labriego proyectándose en las vivencias de sus zapatos no son sueños rotos. Guardaba zapatos gastados porque no le quedaba más remedio. Éstos eran la faz horrible de la realidad cotidiana, el reverso de un sueño. Van Gogh habría, así, reflejado una tragedia, la dura marca del tiempo de la que siempre querríamos evadirnos, portando zapatos nuevos.

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