martes, 27 de febrero de 2018

Academia

Los inversores compran obras de arte tras la atenta lectura de la bolsa del arte. En ésta, se anotan las cotizaciones de obras que, de día en día, fluctúan, si bien Hirst y Koons suelen estar en cabeza, seguidos de Warhol.
Las obras, entonces, suelen depositarse en sofisticados almacenes, dotados de los sistemas de seguridad aun más sofisticados -alarmas, cámaras, controles de humedad, iluminación y temperatura-, ubicados en puertos francos generalmente en aeropuertos suizos. Se dan obras que, en verdad, no viajan. Se compran y se guardan en el mismo depósito. La opacidad es de recibo. Nadie sabe bien qué contienen dichas reservas.
Hoy cotiza más un artista conocido por maltratar o afectar físicamente a sus modelos, a los que abona una miseria - a fin de denunciar su condición laboral, y el rechazo que sufren, por ejemplo emigrantes y trabajadores sin contrato-, que retrata en fotografías y filmaciones para las que se pagan cantidades con cuatro ceros, que modestos escultores modernos, buenos artesanos, conocedores de su arte, aunque escasamente innovadores, rechazados o minusvalorados por los temas tratados, generalmente retratos de dictadores, o arte religioso.
El aprecio o el rechazo no depende, pues, del talento y la mirada del artista, sino del tema tratado: efigies de presos políticos cotizan más que estatuas de dictadores, a las que se derriba, no porque sean obras de arte destacables, sino por los modelos representados.
Este criterio, en verdad, no es nuevo. Es el que ha servido para calificar a los artistas y sus obras desde el barroco, sobre todo cuando el imperio de las academias. En su momento, el cuadro de Manet, Olimpia, suscitó el rechazo, mientras que la Venus de Cabanel, rosa como un caramelo de fresa, flotando como una boya sobre las ondas, recibió toda clase de parabienes. Olimpia era una modelo de dudosa reputación, cuya cuerpo y cuya pose el pintor no idealizó; la modelo que posó para Cabanel, quizá no fuera un dechado de virtudes, pero Cabanel la retrató como una diosa etérea. Equiparar a Monet con Cabanel resulta, hoy cómico, pero el tema, y no el "arte", dictó el juicio que ambas obras recibieron.
Seguimos aplicando el mismo criterio a la hora de ensalzar, o denostar, obras de arte.

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