(Foto: Tocho, marzo de 2019)
Quizá la obra más sugerente y poética de la gran exposición 1989, dirigida por Sergio Rubira, en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM, Valencia) sea esta pequeña y frágil escultura del artista checo Kovanda, presentada sin vitrina, compuesta por terrones de azúcar dispuestos como si fueran ladrillos o sillares de una casa: un abrigo amable y deseable, sin duda, blanco incontaminado aún, con un perfil que se asocia a la imagen de una casa particular, con un tejado a dos aguas y, seguramente, con tan solo un piso, pero frágil, tan frágil que unas pocas gotas de lluvia la disuelven irremediablemente. Una hermosa y sugerente metáfora de las férreas convicciones modernas, y de la seguridad que buscamos.
Recordemos, también, que la casa en la que se refugian los niños Hansel y Gretel, en medio del bosque, de noche, es una casita de azúcar -habitada por una ogresa que la utiliza como cebo.
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