jueves, 21 de marzo de 2019
Arte y realidad (o el curioso caso de la estatua de Carlos V)
Desde que Picasso y Braque introdujeron objetos reales, junto a imágenes pintada, en un cuadro -en vez de representarlos- a principios del siglo, y desde que los dadaístas no se molestaron en reproducir objetos sino en declararlos directamente esculturas, la diferencia esencial entre modelo e imagen, y la existencia de un doble mundo, el mundo real y el de la imaginación, ficción o ilusión (o el mundo ideal), se ha difuminado. La barrera aún existe -y existirá siempre- pero ya no podemos saber, a simple vista, ni siquiera tras cierta reflexión, si un objeto pertenece al mundo profano o al mundo del arte, i es real o es una imitación.
Este problema -o esta cuestión- no se plantea solo en el arte moderno y contemporáneo occidental. Se ha dado también en otras épocas.
Es conocido el curioso caso -no único, aunque escasean ejemplos parecidos- de la estatua de Carlos V, del escultor manierista italiano Pompeo Leoni. La escultura, de bronce, a tamaño superior al natural, representa al emperador pisoteando a la personificación del Furor encadenado. El porte altivo y sereno, recto del monarca, sobre una alegoría de las bajas o tumultuosas pasiones. La contención frente a la desmesura.
El conjunto parece no presentar problemas "ontológicos". Cae dentro del arte mimético. Se trata de un retrato idealizado del monarca, quizá tomado del natural. Imitación detallista, pero que ennoblece a la figura. Es cierto que la obra conjuga un retrato de una figura real, existente, con una imagen de un ser inexistente, de un ser que no s un ser, sino la plasmación de un estado o movimiento anímico. La obra compone pues el porte externo del emperador, que expresa su contención anímica, con la figuración de una pasión violenta, que bien pudiera ser la suya si no se contuviera. Si así, fuera, la obra mostraría dos estados anímicos del monarca, o su figura externa y su estado de ánimo interno.
Se trataría, desde luego, de una obra mimética más compleja de lo que parece, pero el arte nos ha acostumbrado desde casi siempre, a contemplar seres existentes con figuras imaginarias (dioses, héroes, monstruos) en una misma composición, si bien es cierto que estas figuras que nos parecen imaginarias o inexistentes hoy, eran consideradas, en la antigüedad -y hoy en día, en el arte religioso- tan reales como los seres de carne y hueso.
La complejidad, sin embargo, reside en otro aspecto de la obra. El monarca porta una coraza. El problema se plantea cuando inquirimos sobre ésta. ¿Es una imitación? Leoni pidió que se le autorizara a dotar a la estatua de una coraza: una "verdadera" coraza, que se pudiera poner y sacar. La estatua, por tanto, se compone de una figura desnuda revestida que se puede desvestir. Este hecho, en sí, no es singular. Las tallas barrocas están en ocasiones vestidas con ropajes o telas auténticos. Ya la estatua de culto de Atenea, en la antigüedad, portaba una túnica tejida y bordada por las jóvenes atenienses. La conjunción de una imagen y de un vestido idéntico al que portan los humanos, no es un hecho extraordinario.
Lo singular, sin embargo, en el caso de la estatua de Carlos V, es que la coraza fue ejecutada, cincelada por Leoni. Éste no reprodujo ningún objeto existente, sino que lo creó, con el mismo material con el que se forjan las corazas. ¿A qué mundo pertenece este objeto? ¿Al mundo de los seres y enseres, o al de las imágenes? La coraza elaborada por Leoni bien podría ser portada por cualquier ser humano. Carlos V hubiera podido llevarla. Lo curioso es que no existe diferencia alguna entre una coraza y una imitación de coraza. El procedimiento, el material, las medidas son las mismas en un caso y en otro. Pero en un caso, la coraza es un útil al servicio de un ser humano, y en otro, de la imagen de aquél. Por lo que no se acaba de saber si, como en el arte religioso, o en los cuadros cubistas, estamos ante la conjunción de dos mundos en un mismo plano, o si la coraza deviene una imagen al arropar a la imagen del monarca, imagen que se vuelve realidad cuando la estatua es desvestida. ¿Cambia el estado o el estatuto de la pieza cuando abandona el mundo real para arropar una ficción? Una pregunta que quizá no tenga respuesta. En todo caso, un ente que cambia de naturaleza según dónde se ubique, es un ente prodigioso que no solo existe en la magia y la religión, sino también en el arte, un mundo que tiene la capacidad de alterar sustancialmente todo lo que cruza el espejo, siendo y no siendo.
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