La fotógrafa norteamericana, trasladada a Francia por el clima conservador imperante en los Estados Unidos, Jan Groover, es conocida sobre todo por el uso del color en fotografía, en los inicios de los años setenta, cuando éste recurso era denostado por ser comercial y relegado a la fotografía de moda, y por sus bodegones con útiles de uso diario, sin encanto evidente, inspirados en la pintura metafísica italiana de principios del siglo XX.
Pero Groover fue también una retratista urbana, con secuencias de vistas fragmentadas de entornos anodinos, en las que la vulgaridad y la vaciedad logran un efecto hipnótico (y desasosegado), viñetas sin perdonas, como vistas desde la ventanilla de un coche que circula a toda velocidad por una ciudad que no es una ciudad sino una periferia inacabable y de la que parece querer escapar constantemente, quedando sin embargo atrapado entre los reflejos.
Una exposición en la Fundación Cartier-Bresson de París, hoy la recuerda:
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