martes, 6 de agosto de 2024

HENRY ORLIK (1947): ARQUITECTURA









 

Algunos títulos hacen una referencia directa a la arquitectura o a ciudades: Nueva York, Beverly Hills, Grand Central Station. Una arquitectura que podría entroncar con las construcciones comestibles de Dalí, todo y las diferencias técnicas. Son fachadas, fragmentos de edificios de los que no se sabe nada, ruinas pobladas de figuras amorfas. Figuras y entornos no han llegado a término o han decaído. Nada está en su momento álgido. Todo es blando o excesivamente rígido, pintado con colores algodonosos. 
Las figuras sin rostro recordarían más a las testas enlutadas de Magritte. Referencias surrealizantes que Orlik niega o de las que se desdice. Pinta, solo pinta, aduce.
Otros son elusivos.
Como elusivo es el artista. Polaco, refugiado en Inglaterra tras la Segunda Guerra Mundial, pasó su infancia en una sucesión de campos de refugiados británicos para polacos.
Su primera exposición personal a principios de los años setenta fue un triunfo. Todos los cuadros se vendieron a precios estratosféricos -aunque solo una mínima parte de la venta recayó en el artista. Críticos, galeristas y coleccionistas lo cortejaron ávidamente.
Y Orlik se asustó y se retiró. Ha vivido con unos pocos ingresos como docente. No ha dejado de pintar, pero no exponía. Los cuadros se fueron acumulando. La pintura, por otra parte, había desaparecido de la actualidad. Eran tiempos del arte conceptual. 
Pero no quiso reaparecer cuando la transvanguardia pictórica que asoló el arte de los años 80 le hubiera devuelto a las portadas. Se recluyó aún más. Cayó en el olvido que anhelaba.
La lentitud debido a una peculiar técnica -sucesivas capas pequeñas pinceladas curvas aplicadamente puntadas que componen imágenes ensoñadoras y vagamente inquietantes, atractivas y repulsivas a la vez- no ha jugado a su favor. Encerrado, Orlik ha huido de la fama y del mundo (mercantil) del arte.
Solo ahora, necesitado de unos mínimos ingresos, ha aceptado exponer y vender a unos precios modestos.
Un reconocimiento tan tardío que ya no le asusta. Sabe que, inevitablemente, pronto la fama será póstuma.

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