La Santa Cena quizá sea, en el Occidente cristiano, el ejemplo perfecto de cual sea la finalidad de los objetos, de la creación humana. El cáliz -una pieza de cerámica o de orfebrería- es manipulada: depositada en la mesa, cogida, llenada, alzada, ofrendada, acercada a la boca, pasada de mano en mano, hasta volver a depositarse en la mesa. el cáliz organiza una acción un ritual alrededor de una larga mesa.Circula vertical y horizontalmente. Se desplaza y se detiene. Centra la atención y es olvidado. El cáliz de adapta a la mano y a la boca. Su superficie reluciente, gracias al barniz o al metal pulido, refulge y une lo material con lo espiritual, lo terrenal con el cielo. El cáliz se halla en un cruce de movimientos hacia los cuatro puntos cardinales. Dirige también las miradas, y orienta los gestos. Las manos se tienden hacia él.
El cáliz no es un objeto que se contempla desde cierta distancia. Se ofrece a la vista y al tacto. Solo su circulación a lo largo de un ritual le da sentido. No pertenece a nadie sino a los participantes o ceremoniantes. Tras el acto, el cáliz es un testimonio de lo que aconteció; es la prueba visible, palpable del ritual. Su presencia lo recuerda, y permite reactivarlo. Mejor dicho, obliga a reactivarlo, a actualizarlo. El ritual no pertenece al pasado sino que se hace presente a cada vez que se se emprende, es decir a cada vez que el cáliz vuelve a ser alzado tras haber sido llenado, pasando, tras un momento, de mano en mano, organizando una coreografía de gestos y miradas.
Los objetos, las obras de arte, otrora, solo existían cuando entrar en contacto sensorial con los humanos. Se debían mirar y tocar. Los relieves, las estatuas se acariciaban, se tocaban, se besaban hasta que los rasgos casi se disolvían. Estatuas, pinturas, joyas suscitaban y requerían el contacto humano. Permitían al ser humano entrar en contacto con "otros" mundos. Se trataba de entes o seres venidos de otros mundos para comunicarse con los humanos. La comunicación se establecía a través de los sentidos. El tacto no era el sentido menos activo ni activado. Al igual que apóstol Tomás, que tuvo que cerciorarse físicamente de las heridas mortales de Cristo, hurgando en ellas, los seres humanos necesitan -o necesitaban- una prueba palpable de la presencia o existencia de otros mundos, otros seres, invisibles, visibles tan solo a través de sus huellas de las que ciertos objetos -estatuillas, iconos, ornamentos, telas- eran portadores. Objetos que se ofrecían a todos los sentidos. Sin este contacto íntimo, perdían toda razón de ser. Eran transmisores que libraran su mensaje cuando la mano y el ojo los prendían; o cuando, por el contrario, rechazaban cualquier contacto, marcando las diferencias. Los objetos, las imágenes pautaban la vida, pues solo se podían aprehender en determinadas condiciones, en tiempos y espacios dados, tiempos y espacios que marcaban la vida de los humanos.
Hoy, la mayoría de esas obras yacen en vitrinas en museos. Ya no dicen nada. Son inútiles, objetos sin sentido.
Del luminoso tiempo de los sueños -que regía la vida de los aborígenes australianos, por ejemplo- hemos pasado al fúnebre tiempo de los museos.
jueves, 20 de septiembre de 2018
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No sé si son fúnebres aunque,en el caso de los museos etnológicos y los arqueológicos desearíamos saber todas las historias y los mitos que hay detrás de cada pieza.
ResponderEliminarComo explicaba Marcel Mauss,no es sólo el objeto en sí lo valioso,sino todo lo que hay detrás de él:quienes lo tuvieron,en qué lugares estuvo,quién lo fabricó.Todo eso lo vá llenando de una especie de aura.Y en el caso de objetos rituales,que han estado en contacto con lo sagrado más aún .
Es cierto que hay un impulso a tocar los objetos o los lugares sagrados.
Habla usted de los australianos :la colección de "Churingas " del museo de etnologia de Barcelona es una maravilla (todo el museo en general). Da pena,es verdad,pensar que están ahí fuera de su contexto,como mariposas puestas en alfileres.Es como el debate sobre los zoológicos.Peor,porque se trata de seres humanos que fueron maltratados,humillados y diezmados por la colonización.
Así que,es verdad que si después de maravillarnos ante una máscara de los Tinglit o ante una jirafa nos ponemos a pensar en la historia que tienen detrás probablemente se nos quiten las ganas de volver al museo o al zoológico.
Creo que en el caso de los museos de arte occidental es distinto porque la mayoría de las obras fueron hechas ya,al menos desde el Renacimiento , para ser colocadas en una pared y admiradas .
!Hola! tengo la sensación de que no le llegan los comentarios
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