miércoles, 31 de julio de 2024

Historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 11

 


Felix Ribas: proyecto de la Universidad Literaria de Barcelona, 1852

 

El Estudio General volvió de Cervera a Barcelona, o mejor dicho, regresó a Barcelona sin tener que abandonar Cervera, la importancia de cuyo Estudio, sin embargo, quedó debilitado tras la reapertura del Estudio en Barcelona.

El Estudio volvía a abrirse en Barcelona. Pero no tenía donde instalarse. Ya comentamos el trasiego de sede en sede, de convento en convento, hasta parar en el convento de nuestra señora del Carmen: un convento en ruinas. La penúltima sede, en el oratorio de San Felipe Neri, tuvo que mantenerse y no cerró hasta la inauguración de la universidad Literaria de Barcelona treinta años después.

Entretanto, el Ministerio y el Ayuntamiento no cesaban de invertir en el convento del Carmrn para evitar su hundimiento. Las reparaciones, las consolidaciones, eran un pozo sin fondo económico.

Pero hubo que esperar la muerte de un operario que participaba en un remiendo del convento  para que la necesidad de un edificio en condiciones se hiciera patente a mitad del siglo XIX.

¿Dónde ubicarlo? Barcelona era una ciudad aún amurallada, sin solares libres suficientemente extensos. Solo cabía utilizar los jardines del convento del Carmen y el espacio obtenido tras el derribo de una parte del convento imposible de mantener para ubicar un nuevo Estudio. Y no solo un edificio, sino varios, o uno más extenso de lo que exigía la universidad, para dar cabida a un Instituto de secundaria y una biblioteca popular. Se pensaba también en ubicar la facultad de medicina, idea finalmente desechada por imposible.

El consistorio no veía con buenos ojos la implantación de la universidad entre las ruinas del convento el Carmen, ruinas agravadas por el bombardeo de Barcelona en 1842 que afectó gravemente a lo que quedaba del convento . 

El bombardeo ordenado por el gobierno castigaba una revuelta popular. Este levantamiento se oponía a un acuerdo comercial entre los reinos de España y de Inglaterra. Dicho acuerdo reduciría los impuestos sobre los tejidos ingleses facilitando su venta en España, compitiendo así en igualdad de condiciones con los tejidos fabricados en el principado.

La altura inevitable del nuevo edificio universitario , junto con las calles angostas del barrio, atestadas de tráfico (carros y personas) podía colapsar aún más una parte de la ciudad. Eso inquietaba y hacía que no se viere con buenos ojos la proyectada nueva universidad.

Pero la urgencia de una solución definitiva al problema de la inexistencia de un edificio en condiciones llevó al Ministerio a encargar al arquitecto Félix Ribas un nueva sede, junto con la restauración temporal de las ruinas, parte de las cuales debían mantenerse e incluirse en el proyecto, para no impedir que el Estudio General siguiera abierto durante las obras.

Félix Ribas era un arquitecto y político reformista (fue diputado en las Cortes) de familia acomodada. Estudió arquitectura en la Lonja de Mar y se tituló en la Academia de San Fernando en Madrid como era preceptivo. Aunque realizó numerosos proyectos públicos de gran escala -el ayuntamiento de Tiana, por ejemplo-, pocos llegaron a buen puerto. 

De hecho, se presentaba como un teórico.Tomó partido en el enfrentamiento entre ingenieros y arquitectos. Defendía que los ingenieros se limitaran a proyectar y construir puentes y caminos, y no participaran del embellecimiento de los edificios (ya que no sabían de ornamento), mientras que los arquitectos, por el contrario, no tenían que tener vetada ninguna  atribución.. Es posible que esta defensa de la teoría y del saber frente a la ciega práctica le costará más de un proyecto. Como, por ejemplo…

Félix Ribas realizó varios proyectos para la sede universitaria. La Academia de San Fernando iba señalando errores, siempre subsanables, a los que un nuevo proyecto respondía favorablemente. El tiempo, los años pasaban.

Los fondos escaseaban. Aunque Ministerio y ayuntamiento debían repartirse los gastos, el Ministerio incumplía, y el ayuntamiento buscaba fondos ajenos.

Las obras no empezaban. Por varias razones: entre éstas, la pérdida o el extravío del  proyecto -nunca recuperado- en dependencias ministeriales y la academia de San Fernando. Félix Ribas tuvo que repetir todo el proyecto cuatro años más tarde.

Mientras, Félix Ribas tuvo que proyectar la rehabilitación del deteriorado claustro del convento del Carmen, cerrándolo y cubriéndolo con placas de vidrio y estructura metálica, dándole un aire de invernadero. 

Poco tiempo después, se inauguraba el célebre Palacio de Cristal de la primera Exposición Universal, en Londres, en 1851. La universidad del Carmen hubiera sido el primer recinto de vidrio y hierro construido. Pero los conocimientos técnicos del teórico Félix Ribas eran aproximados, también por la novedad de las técnicas constructivas necesarias para trabajar con estos nuevos materiales . Dichos defectos fueron señalados por los académicos de la academia San Fernando. No parecía que fuera ya posible un cambio de proyecto.

La situación devino insostenible. Las clases inaugurales ya no podían siquiera impartirse en el convento del Carmen. Tenían lugar en el oratorio de San Felipe Neri, en las salas nobles del consejo de ciento en el consistorio de Barcelona, o en la Diputación.

La llegada de un nuevo rector, conservador, desbloqueó la situación. Un joven arquitecto, también conservador, muy alejado del carácter reformista de Félix Ribas, recibió discretamente el encargo de una nueva sede para el Estudio General.

Poco tiempo después, el joven arquitecto Elías Rogent presentaba su propuesta, aceptada inmediatamente. 

Los herederos de Félix Ribas pleitearon durante decenios para cobrar lo que el arquitecto nunca recibió . Su proyecto y su figura cayeron en el olvido. Silenciados.

El cambio de proyecto significó un cambio simbólica y políticamente decisivo que ha marcado la vida de Barcelona. A un arquitecto teórico y reformista le sustituía un arquitecto práctico y conservador. 

Este cambio, y el ideario que lo sustentaba, se hicieron evidentes. Feliz Ribas había proyectado un templo clásico, racional, libre de connotaciones religiosas, coronado por divinidades griegas ligadas a las artes. Su proyecto estaba bajo la advocación de la diosa de las artes romana, la diosa Minerva. 

Elías Rogent, en cambio, proyectó una fortaleza neo-medieval bajo la protección de la Inmaculada Concepción. Si el proyecto de Ribas era el reflejo de la pasada ilustración, la fortaleza de Rogent apuntaba a los nuevos tiempos, que miraban a un nebuloso origen medieval, un tiempo de héroes creadores de cerradas patrias dedicadas a una raza, una religión y una lengua propias y exclusivas, una concepción política muy distinta del universalismo al que aspiraba el siglo de las luces y la arquitectura clásica. Los nuevos tiempos exaltaban el arte y la arquitectura románicos presentados como un arte propio, étnico, nacional, en los orígenes de la “nación”.

La nueva sede de la Universidad Literaria de Barcelona debía ocupar el solar del derribado  convento del Carmen, de las ruinas y de los jardines transformados en un jardín botánico.

Quizá por la falta de espacio, finalmente se optó por un nuevo solar, tras  el derribo de las murallas. Este terreno se ubicaba fuera de la ciudad “antigua”, pero conectada visualmente con la antigua sede del Estudio General , derribado tras su conversión en cuartel. Su desaparición permitió abrir una nueva puerta en la muralla, la puerta de Isabel II, en 1847,  al final de las Ramblas. Esta puerta, largamente requerida, facilitaba la conexión real y visual  entre la ciudad antigua, los caminos que conectaban con los pueblos cercanos, y la nueva trama urbana, el Ensanche, en ciernes. Una trama defendida por Félix Ribas, una trama cuadriculada, racional, no dependiente de localismos, y obviamente denostada por Rogent. En este caso, la razón se impuso a la leyenda. 

La errática historia de la universidad en Barcelona ¿había llegado a su fin a finales del siglo XIX

(continuará)






martes, 30 de julio de 2024

¿Qué es el arte? (según Azorín)

 “El arte es triste. El arte sintetiza el desencanto de esfuerzo baldío… ó el más terrible desencanto del esfuerzo realizado…del deseo satisfecho”

(Azorin: La voluntad, XXV)


NB: La voluntad, de 1904, es la primera y admirable novela moderna española, sin historia y múltiples puntos de vista, voces y géneros literarios sobre la nada, tema de la obra.

lunes, 29 de julio de 2024

Historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 10

 



Monasterio de Sant Pere de la Portella (última sede del Estudio General de Cervera) , y Convento de San Francisco y Panteón Real en Barcelona, sede temporal del Estudio General de Barcelona a la vuelta de Cervera


Fuera el Estudio General de Cervera provinciano o un centro educativo de excelencia en el que se formaron Narcis de Monturiol, inventor del submarino, o el filósofo Jaime Balmes, ls reapertura del Estudio General de Barcelona -con el cierre o no del Estudio General de Cervera- se planteó tras las guerras napoleónicas, a principios del siglo XIX. 

Pese a la oposición del consistorio de Cervera, el Estudio General se trasladó una primera vez a Barcelona entre 1821 y 1823. Se ubicó en el convento San Francisco, cuya ábside daba la espalda al mar cercano. Mientras, el Estudio General de Cervera siguió abierto. El principado de Cataluña poseyó más de un Estudio General  durante tres años, por vez primera desde 1717.

El período corresponde al Trienio Liberal, durante el cual el rey Fernando VII, tras haber recuperado el trono tras la caída de José I Bonaparte, impuesto por su hermano, el emperador francés Napoleón I. 

El gobierno obligó al rey Fernando VII a asumir la Constitución liberal de Cádiz, inspirada en los ideales de la Revolución francesa, y que sucedía al Estatuto de Bayona, de 1808, que impuso el emperador francés. Ambos, constitución y estatuto, conllevaban la disminución del poder religioso sobre el civil, y el fin del absolutismo. La derrota del partido liberal canceló dicha constitución, y el Estudio General de Barcelona volvió a cerrarse.

Este primer regreso del Estudio General a Barcelona se enfrentaba a un problema: la falta de espacio. La antigua sede del Estudio General en lo alto de las Ramblas había sido convertida en un cuartel en 1717, y había sufrido durante las guerras napoleónicas. Tras una breve ocupación, el Estudio General se instaló en el Colegio Tridentino ( llamado posteriormente Casa de la Caridad, aún existente). 

El cierre del Estudio General de Barcelona fue temporal, empero. Duró hasta 1837 cuando, de nuevo pese a la oposición del consistorio de Cervera y sus súplicas ante el Rey, se planteó y ejecutó un traslado aún provisional del Estudio General a Barcelona. El problema de la falta de sede seguía presente y perduraría durante treinta años.

Durante este periodo el Estudio General de Barcelona se desplazó de convento en convento, todos vacíos y abandonados tras la cancelación de los bienes eclesiásticos y de las órdenes religiosas con muy poco personal por orden del gobierno liberal de Mendizabal. Fernando VII había muerto y la jefatura del Estado estaba en manos de su esposa, la reina regente María Cristina de Borbón, a la espera de la mayoría de edad de la futura reina, Isabel II.

El número de conventos disponibles, en más o menos buen estado, era considerable. Los conventos de San Francisco, Santa Catalina -que había acogido dos siglos antes la Academia de Santo Tomás-, San Cayetano (Sant Gaietà), San Felipe (Sant Felip) Neri y de la Virgen del Carmen, vieron desfilar el Estudio General migrante, debido al creciente mal estado de aquéllos  y el creciente número de estudiantes. El coste de la permanente restauración del degradado convento de la virgen del Carmen, la caída de un techo y la muerte de un albañil que trabajaba en ls consolidación del edificio  -amén de las heridas de cuatro obreros más- llevaron a que el gobierno central y el consistorio decidieran que el Estudio General necesitaba de una sede propia en condiciones y encargaron un primer proyecto -que tardaría en ver la luz.

Mientras tanto, las llamadas guerras carlistas entre quienes no aceptaban a una reina sino a un rey, y los defensores de Isabel II, entre liberales y conservadores, entre el campo y la ciudad, asolaron la península hasta el siglo XX, y tuvieron un particular impacto en el principado. El campo defendía al pretendiente varón, el infante don Carlos, hermano de Fernando VII. La sucesión real no pasaba por los hermanos sino por los hijos. Por tanto, el infante don Carlos no podía ocupar el trono ya que Fernando VII tuvo descendencia, si bien era una mujer, no un varón. Los conservadores (el campo en el principado, entre éstos) se oponían a la heredera directa, Isabel, herencia  legal tras el cambio de la Constitución a fin de permitir que una reina fuera jefa de Estado. 

La inseguridad en el territorio debido a la guerra civil  era tal que apenas se salía del perímetro amurallado de la ciudad, ambos bandos, carlistas e isabelinos, asaltaban, retenían y secuestraban a los viajeros. En estas circunstancias, desplazarse desde Barcelona a Cervera para estudiar era tan peligroso, que los consistorios de Barcelona y Cervera acordaron crear una delegación de Cervera en Barcelona, que se instaló en el desaparecido (como casi todos) convento de San Cayetano (Sant Gaietà).

El regreso de 1937 devino definitivo en 1842. La lección inaugural del Estudio General de Barcelona, ubicado en el ruinoso convento de la Virgen del Carmen, tuvo lugar, sin embargo, en la llamada Rambla de los estudios, muy cerca de donde se había ubicado el Estudio General entre los siglos XVI y XVIII. Se trataba de la academia de ciencias naturales o academia de ciencias y artes, emplazada donde se había situado el desaparecido Imperial y Real Colegio de los Cordellas gestionado por les jesuitas. 

Los jesuitas habían sido expulsados del reino por el rey Carlos III, en el siglo XVIII, acusados de fomentar una revuelta popular en Madrid a causa de la carestía del pan. Regresarían  medio siglo más tarde, por mediación de Fernando VII tras su vuelta  al trono en 1815. Los jesuitas serían expulsados del reino tres veces más, durante gobiernos liberales, la  última vez durante la Segunda República en 1934.

La vuelta del Estudio General a Barcelona no conllevó el cierre inmediato del Estudio de Cervera, gracias al empuje del consistorio de la ciudad.

Mas, Cervera, a diferencia de Barcelona, estaba a favor del príncipe Carlos. No obstante, si el campo era carlista, las tropas carlistas no controlaban Cervera y  no podían asegurar la protección de la ciudad, lo que impedía que profesores y estudiantes pudieran desplazarse a Cervera desde Barcelona y otras ciudades. Se inició entonces un sucesivo desplazamiento del Estudio General de Cervera a ciudades más seguras bajo la protección efectiva de  las tropas carlistas primeramente en Solsona, luego en Vic, para acabar, entre 1838 y 1840, en el monasterio de Sant Pere de la Portella en el Berguedà, ya con la pérdida casi completa de docentes y estudiantes, donde el Estudio de Cervera se extinguío

Mientras, en Barcelona, tras el derrumbe de la sede del Estudio General en el convento de la virgen del Csrmen…,

 (Seguirá) 

domingo, 28 de julio de 2024

Babia

 Babia es un pueblo al que no conviene ir, en el que mejor es no estar, pues uno se pierde.

 O quizá sí sea aconsejable hacer las maletas y enfilar la carretera. 

Babia no existe (aunque Babia sea el nombre de un pueblo leonés). Pero Babia sí existe, pero en sueños, allí donde se emplazan los lugares memorables.

A Babia no conviene estar, porque estar en Babia conlleva perder la atención. Uno se distrae -se abstrae de la realidad, pierde contacto con ella- cuando se encuentra en Babia. Se diría que Babia es un lugar más atractivo, capaz de hacer perder la cabeza, que cualquier aglomeración “real”. Babia tiene algo mágico -y quizá peligroso. Babia debe evitarse.

El nombre de este pueblo fantasioso deriva de lo que acontece cuando uno se encuentra allí: de baba, que cae en Babia. 

La baba nos cae cuando estamos embobados ante lo que nos lleva a olvidarnos de lo que nos rodea. Nos quedamos boquiabiertos ante el lugar que no es de este mundo. El asombro, la admiración, y la abstracción de lo que nos envuelve son los sentimientos que nos invaden y que nos llevan a perder el control de nuestros gestos. En Babia nos comportamos de manera distinta. Los músculos se relajan y nos dejamos ir.

Algunos pocos objetos tienen un poder semejante al de Babia; unos objetos tan fantásticos cuyo magnetismo influye en el mundo y en la percepción del mismo; objetos que nos arrastran y nos llevan a sentir temor y compasión, gracias a los cuáles nos armamos ante la vida y sabremos reaccionar ante lo que no debiera ser, ante lo que se opone a la vida.

Las obras de arte ocupen el lugar de Babia, o lo representan. La célebre imagen de Madeleine, sentada ante un retrato barroco de pie, de gran tamaño, en una sala del museo de San Francisco, absorta en la contemplación de aquel, cruzando su mirada con la de la figura retratada, que el cineasta Hitchcock compusiera en la película Vértigo (De entre los muertos) documenta bien los efectos casuales o buscados que algunas (pocas) obras de arte ejercen sobre nosotros. Madeleine da la espalda a la cámara, al lugar que ocupamos, al mundo “real” y profano. Sentada, tiesa, tensa, en silencio, se diría que petrificada, convertida en una estatua de sal, parece haber abandonado el mundo, hipnotizada por la mujer retratada que la arrastra con su mirada y su pose zalameros, irónicos, insistentes y sin embargo. distantes, ubicados a tal distancia que son inalcanzables. 

Cuando Madeleine vuelve a sí, se gira, se alza y sale de sala, como si fuera otra persona que no reconociera lo que la envuelve. Se ha vuelto otra persona. El retrato la ha cambiado. Su percepción del mundo ya no es la misma. Ella ya no es la misma. Ya no es. Ha cruzado el telón. Mentalmente se encuentra tras aquel, en el espacio donde mira la figura que ha atrapado la atención y las fuerzas de Madelaine. Madeleine ha dejado de ser (Madeleine). A partir de entonces, la historia que Hitchcock narra seguirá por unos derroteros muy distintos. Madelaine desaparece.

El sueño y la muerte son sensaciones o situaciones equivalentes en el mundo antiguo. Quien duerme no se halla entre los vivos. Intuimos que vive, por un leve parpadeo, acaso un movimiento involuntario, pero no podemos saber dónde se ha ido, aunque su cuerpo se encuentra ante nosotros, a nuestro lado. Nos ha dejado. Y no sabríamos dónde buscarla. Tendríamos que acceder a sus sueños (a los que no tenemos que tener acceso pues los sueños son siempre personales, propios, secretos, y así deben permanecer, lo único que poseemos verdaderamente), o cruzar el umbral del mundo de los sueños. 

Algunas obras de arte, que nos abren a una renovada percepción del mundo y nos ponen ante los ojos lo que no sabemos o queremos ver, que nos dan qué pensar acerca de dónde nos encontramos, lo que hacemos y aceptamos, algunas obras de arte, decimos, nos hacen soñar (o nos causan pesadillas). 

Ante ellas, desde luego, estamos (como) en Babia. Atolondrados, en apariencia, con una agudeza singular, en verdad, viendo más, más lejos, con más precisión, viendo lo que ocurrirá, acercándonos al más allá, dejando así muy atrás el pueblo donde nos encontramos físicamente, que ha dejado de tener interés para nosotros; un pueblo que ya no nos dice nada, o porque no tenemos oídos para escucharle. Otras voces, silenciosas, unos cantos de sirena, más encantadores y reveladores, como unas profecías, nos advierten de lo que acontece a nuestro alrededor, de lo que ocurrirá.  

Babia es un imán, una fuente. Un pueblo mágico que existe donde soñamos que se encuentra. No tiene lugar; verdadera utopía, ocupa todos los lugares, a los que accedemos cuando nos quedamos en él, cuando Babia nos seduce, Babia, mucho más seductora que los lugares prosaicos en les que no nos queda más que vivir, aceptado vivir en ellos, porque siempre, aunque se halle lejos, podremos acceder, en cuanto entornamos los ojos, a Babia, el pueblo al que solo la imaginación conduce.

“… porque cuando fue colocado el hombre en el paraiso de Eden, fué para labrarle, ut operaretur eum, lo qual prueba que no nació para el sosiego. Trabajemos pues sin argumentar (…),  que es el medio único de que sea la ida tolerable.” (Voltaire, Cándido)

Babia nos hace la vida soportable, porque podemos refugiarnos en él cuento las cosas vienen mal dadas, e insoportable, porque en Babia nos damos cuenta de dónde nos hallamos “realmente” cuando abandonamos Babia -o Babia nos cierra la puerta ante las narices

Babia llega y nos lleva cuendo menos nos lo esperamos. Nos toma por sorpresa. Alcanzaba a Sócrates, mientras debatía al tiempo que paseaba; y se detenía, enmudecía, y ponía los ojos en blanco; ya no estaba donde estaba. La voluntad ni la razón, el día a día, por el contrario,  nos apartan de la senda que lleva a la ciudad anhelada (que anhelamos porque sabemos que no encontraremos lo que amuebla este mundo; una ciudad extraña y familiar, reconocida aunque no conocida, que exploramos por vez primera con la sensación que una vez ya estuvimos y que quizá ya no volvamos a estar más; una ciudad preciosa, en suma, del que una voz profana que no quisiéramos oír, un detalle desagradable o inoportuno, un recuerdo de lo que tenemos que hacer, una “obligación” nos apartan, devolviéndonos al lugar del que, por un momento, nos hemos apartado, no sabemos cómo ni porqué).

Babia, siempre lejos; a lo lejos. Pero al alcance de los sueños.


PS: Lejos de Babia, título de un posible nuevo libro de ediciones Asimétricas, quizá a final de año.

sábado, 27 de julio de 2024

Clase

 ¿Por qué la palabra clase tiene significados tan distintos e inconexos a primera vista?

Una clase es un aula (un contenedor); es su contenido (una lección en particular, o las lecciones en su conjunto impartidas); designa igualmente a un colectivo que posee cualidades o propiedades comunes que los agrupan; mas, por el contrario, clase se refiere a lo que distingue y separa a un colectivo exclusivo de los demás, a una clase social -con “clase”. Clase, en este último sentido, se refiere a una cualidad que eleva a un ser o un ente por encima de los demás. La clase, así, une -pero también divide- a seres o componentes horizontal y verticalmente. Clase es tanto un sustantivo cuanto un calificativo.

¿Algún elemento en común?

Clase y exclamación o aclamación son palabras relacionadas . Clasificar y exclamar son acciones parecidas. Una ordena (impone o halla un orden); otra pone de relieve las cualidades, positivas o negativas, de un ente, un ser o un colectivo -previamente ordenado.

En ambos casos, la palabra es el medio a través del cual se incide en el mundo, para armonizarlo, cantarlo o demonizarlo.

La palabra no es gratuita. No se pronuncia en vano. Es efectiva. Pone el foco en lo que pasa desapercibido, en lo que no está compuesto, como si algo le faltara para ser. La palabra completa y colma. 

Una clase , una lección es el reino de la palabra oral. Palabra que expone, comunica, muestra, detalla, y emite un juicio -que requieren el uso de la palabra hablada o escrita. Sin palabras no existe el mundo. Requiere el verbo para manifestarse, ordenarse y cobrar vida. La palabra funda el mundo. Para siempre: lo clásico perdura, no le afectan los vaivenes del tiempo, nuestros juicios volubles, y en tanto que ente modélico, “lo” clásico alumbra nuevos seres, que pese a su novedad, a su nueva presencia en el mundo, a su vez, pueden transmitir vida.. 


Un orador, un crítico, un poeta, un profesor crea un mundo intangible, que sería fugaz y concluiría cuando la voz se acallase, si no quedara en el recuerdo de los asistentes -profesor, alumno- a una clase. 

La clase, el aula, es el lugar de la palabra; el lugar donde las cosas cobran vida y sentido. La palabra sentida brinda o destaca el sentido de lo que importante. Lo que se calla queda en la oscuridad. Solo lo que se dice adquiere entidad.

 La callada por respuesta niega la existencia de lo afirmado previamente. El mundo nace del diálogo. La palabra en el vacío, pronunciada en un aula, un teatro vacíos, sin la atención y recepción de los oyentes, no tiene, literalmente sentido. No dice, no comunica nada. 

Del mismo modo, si hacemos oídos sordos, si no prestamos abstención, lo que se nos cuenta va en saco vacío, y no despierta la imaginación, la percepción u descubrimiento del mundo, no nos despierta y pone en disposición de descubrir y recibir el mundo y a los demás. Sin clase el verbo no es, y sin verbo, el ser, el ser tangible, el ser en el mundo, queda como una entelequia, un no ser.

Una clase, en suma, es un mecanismo creador que funda o abre un universo. Dota de clase al mundo. Lo engendra y lo cualifica. Lo convierte en sensible. Nos lo acerca. 

Mas, el orador, el profesor, el poeta tienen que tener el fin de la palabra, que es el fin de la vida. Sino, es mejor que se callen, porque no tienen nada que contar, solo cuentan naderías, que apagan, como un chorro de agua fría, el interés y la curiosidad por el mundo.

 Una mala clase, en este sentido, es una puerta que se cierra. Malas clases nos cierran el mundo y al mundo. Lo desclasan, nos desclasan. Nos rebajan, ningunean. Una mala clase es una hora perdida, en mala hora. Solo la palabra justa suspende el tiempo. Y viendo el tiempo no corre, por unos instantes, podemos creer en la inmortalidad. La clase suprema.


La Historia de la universidad en Barcelona (ss.XV-XIX), parte 9



Lonja (Llotja) de Mar, sede de los estudios superiores técnicos, ss. XVIII-XIX)


 El cierre del Estudio General de Barcelona -salvo los Estudios de Medicina y de Artes-, y su traslado a Cervera, tras una primero propuesta de traslado a Granollers, ¿fue un maleficio, o una oportunidad?

El Estudio General de Cervera ¿fue mediocre o rivalizó con el Estudio General hispano más prestigioso de Salamanca?

Las opiniones y juicios fundados divergen. Textos ya del siglo XIX apuntan en direcciones contrarias.

Lo cierto es que la vida académica de Barcelona, presidida por las recién fundadas academias, por el prestigio del Estudio de Medicina y la Academia Matemática Militar -la única del reino, tras el cierre de la fracasada academia de Madrid y el trasvase de la academia de Bruselas desplazada a Barcelona, que comprendía la primera escuela de arquitectura del reino (tras el también fracaso de la escuela que planeó el arquitecto Juan Herrera, a petición de Felipe II, dos siglos antes)- se acrecentó con una singular decisión de la Real Junta Particular de Comercio, una institución en defensa del comercio, que sustituía al Consulado del Mar, un organismo medieval, similar a la de otros puertos mediterráneos, que legislaba sobre el comercio marítimo, que no fue disuelta por los Decretos de Nueva Planta, y que a partir de los inicios del siglo XVIII, con la llegada de un nuevo linaje real, reorganizaron política, administrativa y culturalmente los territorios del antiguo reino de Castilla y el Principado de Cataluña.

 La pérdida de la importancia del comercio mediterráneo, en favor del oceánico, llevó al cese del Consulado en favor de la Junta de Comercio, centrada en la naciente industria textil en el Principado, favorecida por los aranceles reales sobre los tejidos ingleses, apoyada en el comercio de esclavos, el cultivo del algodón en plantaciones caribeñas, la producción fabril de tejidos aprovechando los cursos fluviales, llamados -significativamente- indianas, y su comercio con las colonias y virreinatos ( denominadas Indias asiáticas -Filipinas- y americanas), y el aún existente comercio mediterráneo. 

La Junta fue creada con aprobación real a mitad de siglo. Diez años más tarde, en 1769, la Junta, con la autorización real, instauró catorce estudios superiores técnicos al servicio de la cada vez más potente industria textil. 

Los primeros estudios superiores, y los más importantes, fueron los Navales. Siguieron, entre otros, Estudios superiores de taquigrafía, economía, idiomas (árabe, en beneficio del comercio con África del Norte), química (útil para la composición y el manejo de tintes), diseño (necesario para los motivos que se estampaban, y precedente de la academia de bellas artes, con estudios de arquitectura, estampación,  arquitectura, independiente del Diseño aunque compartiendo asignaturas, a principios del siglo XIX (la multiplicación de las colonias textiles requería destreza en la planificación y la construcción de talleres, casas patricias, viviendas obreras e iglesias, uniendo salubridad física y espiritual ), física, mecánica y botánica.

Esta multiplicación de estudios, focalizados no en la teoría y los saberes clásicos, sino en la experimentación y la práctica, unos de los más importantes de Europa, para los que la lengua universitaria que seguía siendo el latín tenía escasa utilidad, se ubicaron en el palacio de la Lonja (Llotja) de Mar, un amplio espacio medieval que había acogido transacciones mercantiles medievales y el Consulado del Mar medieval y renacentista, obra de varios arquitectos, entre éstos, el brillante Marc Safont (que aunaba a su trabajo de arquitecto el de comerciante de esclavos, cuya fortuna vino de la obtención de bienes judíos tras los pogromos de finales del siglo XIV), y que fue engrandecido para la ocasión. 

La creciente falta de espacio en el edifico de la Lonja -que hasta acogió representaciones de ópera en el siglo XVIII- llevó a la búsqueda de nuevas sedes.

Barcelona contaba, en la primera mitad del siglo XIX, con un singular patrimonio arquitectónico: decenas de amplios conventos, algunos incluso cenotafios reales, como el convento de San Francisco, dotados de claustros, templos y estancias, vacíos y abandonados, en más o menos buen estado, tras las sucesivas oleadas de peste, mortíferas, y  tras la llamada desamortización de Mendizabal, una operación que llevó a la expropiación de bienes eclesiásticos, inspirada en el Trienio Liberal, que en pleno gobierno absolutista del rey Fernando VII, logró imponer, por poco tiempo, la napoleónica constitución de Cádiz, que ponía freno al poder eclesiástico en favor del poder civil, y creaba instituciones inspiradas en la República romana -aunque Napoleón Bonaparte se hiciera coronar como emperador, Napoleón I, a imagen de los emperadores carolingios, imitadores a su vez de los emperadores romanos. 

La exclaustración y la disolución de las órdenes religiosas, ordenadas por el presidente del Consejo de Ministros, Juan Álvarez Mendizabal, en 1835, durante el Trienio Liberal, bajo el reinado de la regente María Cristina de Borbón, a la espera de la mayoría de edad de la futura reina Isabel  II -lo que desencadenaría las llamadas guerras carlistas, cuyos rescoldos llegaron hasta finales del siglo XX- dejó en estado de abandono, al que sucedió la privatización, a grandes construcciones monásticas. 

El convento de San Sebastián, en Barcelona, sirvió de acomodo a varios estudios superiores que ya no tenían cabida. El traslado duró hasta principios del siglo XX. La ruina minaba el convento. 

La Junta de Comercio había mutado. Se había creado el Fomento de Trabajo, fundado por los patronos de las grandes industrias textiles. El comercio del hilado y el tejido del algodón seguía pautando la moderna vida económica y cultural de Barcelona.

Las revueltas obreras y las guerras carlistas habían arruinado a la descomunal fábrica  de hilos de Can Batllo, que quebró y cerró a finales del siglo XIX. Obra del arquitecto Rafael Guastavino, ocupaba seis manzanas de la trama urbana. 

El cierre de ls fábrica y la necesidad de más técnicos medios y superiores, que no doctores en ciencias, necesarios para la aún potente industria textil, basada ahora en la máquina de vapor, a costa de la mano de obra, llevó a la compra de los locales y la instauración de la llamada Universidad Industrial (hoy Escuela Industrial) que recogía los estudios creados en la lonja de Mar, a los que se sumaron nuevos equipamientos como una Residencia Universitaria, aunque no se aceptaron los estudios de arquitectura que se ubicaron en la recién universidad literaria de Barcelona -sobre la que aún no hemos escrito nada.

Se estaba cerrando un capítulo de más de cinco siglos, presididos por las escuelas catedralicias, las escuelas mayores, y el Estudio General y sus vaivenes políticos y geográficos.


(continuará)

jueves, 25 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XVIII), parte 8



Emblema de la Academia de los Desconfiados, Barcelona, principios del siglo XVIII: explorando el tumultuoso e ignoto mar, aún con el riesgo de un naufragio 


 La ciudad griega de Atenas y, a continuación y por eso mismo, la civilización occidental, deben su supervivencia y su vida hasta hoy a un héroe: Akademos.

El rapto de la espartana princesa Helena, casada con el rey de Esparta, Menelao, por el príncipe troyano Pâris, desencadenó la guerra más mortífera que jamás se produjera: la guerra de Troya, con la que los dioses quisieron diezmar a los ruidosos humanos que turbaban el placido sueño divino.

Mas, este rapto no fue el primero que la bella Helena sufrió. Cuando apenas era una adolescente, el príncipe ateniense Teseo se fijó en ella y se la llevó a Atenas.

Los hermanos de Helena, Castor y Pólux, partieron de inmediato en su búsqueda y rescate. Llegados a Atenas amenazaron con arrasar la ciudad (lo que no les hubiera costado: eran los Dioscuros, los hijos favoritos de dios, el Dios-padre Zeus); ante la inminencia del ataque, un ateniense, llamado Akademos, les reveló el nombre de la isla donde Teseo había encerrado a Helena. Los Dioscuros perdonaron a Atenas.

A la muerte de Akademos, los atenienses rodearon su tumba con olivos y cipreses, que acabaron por confirmar un bosque tan sagrado que en las sucesivas guerras que Atenas emprendió y sufrió, pese a las destrucciones padecidas, el bosque nunca fue arrasado.

Ya en la historia, cuando en el mundo los humanos sustituyeron a los héroes, Platón fundó un centro de estudios en el que impartía y debatía cabe la arbolada tumba de Akademos. Nacía la Academia que sobreviviría ocho siglos, con las enseñanzas de discípulos platónicos y neoplatónicos,  hasta su cierre en el siglo VI dC, a manos cristianas.

El nombre propio Academia devino un nombre común a finales del Renacimiento en la Europa occidental.

Una academia era el nombre de una institución de educación superior opuesta a la universidad. La oposición estaba causada por los temas o las enseñanzas impartidos. Todas las especialidades no tratadas o mal tratadas por la universidad, marcada por el peso de la religión cristiana, católica en particular, devinieron objetos de estudio de las academias.

Existía otra razón, no ya intelectual, sino clasista. Las academia fueron fundaciones aristocráticas, frente al carácter más plebeyo de las universidades (o Estudios Generales). En las academias, los nobles podían discutir, libres de la tutela eclesiástica, toda vez que los estudiantes universitarios solían ser clérigos y que la Santa Inquisición y la iglesia controlaban los contenidos de las especialidades universitarias, que comprendían teología y derecho canónico. 

Por otra parte, las universidades estaban dedicadas al estudio de enseñanzas humanísticas y teológicas. Las ciencias experimentales quedaban fuera de sus objetivos, ciencias juzgadas sospechosas porque hurgaban en el origen de las cosas, un origen divino que no podía ser cuestionado.

No es casual que la segunda academia de Barcelona, fundada a principios del siglo XVIII, cerrada al concluir la guerra de sucesión europea, se llamará la academia de los desconfiados: la duda, el cuestionamiento de las afirmaciones no demostradas sino tan solo apoyadas en dogmas de fe supuestamente irrefutables, intocables, eran los acicates de las preguntas acerca del mundo que los académicos trataban, de las fundadas dudas acerca de las verdades irrefutables basadas en la tradición que planteaban..

La cierta libertad religiosa de la que las academias gozaron desde sus inicios contrastaba con la dependencia real, especialmente en el reino de Francia -y en el reino de España, con la llegada de un rey emparentado con la casa real francesa-: las academias, a través del estudios del lenguaje, de la depuración de la gramática, de las enseñanzas en el hablar y el escribir con corrección, prudencia y precisión, favorecían las cuidadas alabanzas del buen gobierno monárquico, de las luces del rey que permitía, que invitaba incluso, a los académicos en explorar, a través del lenguaje, la correcta denominación de las cosas, sometidas entonces a estudios y experimentos para descubrir sus causas y sus funciones: las letras y las ciencias, ambas al servicio del cuestionamiento de las cosas terrenales (y no celestiales, más propicias de las enseñanzas universitarias), eran los pilares de los estudios académicos.

Las academias fueron particularmente importantes en Barcelona en el siglo XVIII: suplieron el cierre del Estudio General (un centro, por otra parte, desfasado en el naciente siglo de las luces, luces que las academia aportaban en contra del oscurantismo religioso que la universidad respetaba o fomentaba).

 Las academias fueron espacios acotados de saber propiamente científico, liberado en parte de presupuestos incuestionables. Espacios cultos, aristocráticos, exclusivos, en los que cierta nobleza ilustrada se atrevía a plantear cuestiones que la universidad pública no podía abordar.

Cinco fueron las academias que la ciudad de Barcelona, poseyó, a imitación de las de París (y las principales ciudades provincianas del reino de Francia), Madrid (una corte francesa y afrancesada) y ciudades italianas como Roma y Turín.

Ya citamos que la primera academia de los reinos de Portugal y de España, fue la academia de Santo Tomás, fundada en el siglo XVII, una academia de eruditos, marcada por la lectura reaccionaria tomista del mundo, pero abierta sin embargo a la creación literaria y poética “profana”.

Las academias canónicas se fundaron un siglo más tarde. A la ya mencionada Academia de los Desconfiados, se sumaron la Academia Matemática Militar -sin duda la más importante y liberal, como veremos-, la Academia de Buenas Letras -sustituta de la Academia de los Desconfiados, cerrada debido a su apuesta por el archiduque Carlos de Habsburgo, frente a Felipe de Borbón, pese a que el archiduque renunció al trono de España en favor del trono del Sacro Imperio Germánico que le fue ofrecido-, la Academia de Ciencias Naturales (o de Artes y Ciencias), la Academia de Medicina y la Academia de Nobles Artes. 

Fundadas por aristócratas, en las que el acceso de plebeyos fue, tras discusiones, aceptado ocasionalmente, cuyos centros inicialmente fueron casas nobles o palaciegas, pronto obtuvieron el calificativo o título de Real. 

Se trataba de centros, al igual que en el resto de las ciudades europeas, dedicados a la teoría y del experimento, en contra de la ciega, incuestionada, reiterativa práctica artesanal. La teoría planteaba preguntas, abría vías de conocimiento que los gremios -la antítesis de las academias- y las mismas universidades no necesitaban o no se atrevían a afrontar. 

La experimentación o los modelos teóricos requerían la superación las prácticas probadas. Se trataba de abordar nuevos enfoques y nuevos temas que la costumbre no concebía.

La mayoría de dichas academias, aunque sin el lustre que tuvieron en el siglo de las luces, han sobrevivido hasta hoy. Nuevas academias, como la Academia o Instituto de Estudios Catalanes, fundado en el siglo XX, con la necesaria o normativa misión  de depurar y fijar el correcto uso de la lengua -una función propiamente académica, que estuvo en el origen de la academia francesa, y de la real academia española-, fueron ocasionalmente creadas modernamente.

Las academias barcelonesas gozaron de una ventaja imprevista: el cierre del Estudio general y el desplazamiento de las enseñanzas teologales e incuestionadas, basadas en la letra ya sabida, memorizada, a Cervera. Una nueva mirada era posible sin las trabas que hoy calificaríamos de académicas.

Otras instituciones también se beneficiaron del destierro del Estudio General, de incierta suerte en el árido páramo, geográfico y cultural, de Cervera….


….como comentaron en un nuevo “capítulo”.

miércoles, 24 de julio de 2024

JOHN MAYALL (1933-2024): LAUREL CANYON HOUSE (1968)


 


In memoriam…

Sobre uno de los padres blancos del blues eléctrico, el británico John Mayall, véase este enlace: 

martes, 23 de julio de 2024

Historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 7


 

La guerra de sucesión entre casas reales europeas, centrada en la ocupación del trono de la casa real española que se quedó sin sucesor, puso fin a un siglo de degradación universitaria en los territorios de la antigua corona de Aragón.

La muerte de Carlos II, sin descendencia -víctima de la consanguinidad de las casas reales-, desató, como en un juego de ajedrez, la avidez de las casas reales en el tablero europeo para ocupar el trono vacío. 

Dos casas reales europeas se enfrentaron, apoyadas cada una por otras casas reales (incluyendo el papado): la nueva casa real de los Borbones, originariamente protestante, reyes de Navarra y Andorra,  y asentada en París tras el asesinato del último rey de la casa de Valois muerto sin descendiente, y la casa de los Habsburgo, dueña de los territorios del llamado Sacro Imperio Germánico, cuyos orígenes se remontaban a Carlomagno, un rey y luego un emperador del siglo IX, asentado en Galia.

El trono hispánico dominaba aún, pese a las pérdidas territoriales desde el siglo XVI, vastas extensiones coloniales en Europa y América del Sur. Su ocupación implica trastocar alianzas reales y ganancias territoriales y políticas considerables. 

La organización política de los territorios, de la “casa real” de ambas casas era distinta. Un poder asentado en una corte poderosa y versallesca que había logrado en gran parte someter a poderes reales de menor fuerza y poderes aristocráticos cercanos, frente a un trono imperial que cohabitaba con tronos reales y casas nobles que reconocían nominalmente la primacía de la casa imperial pero se comportaban autónomamente. Una concepción centralista del poder, de un único poder, que sería la que dominaría Europa en los siglos venideros (pero que provenía de la Roma imperial y antes del imperio helenístico, dos culturas “clásicas” que, no es casual, devendrían admirados modelos culturales entre los siglos XVIII y XX) , frente a una concepción del poder atomizado de origen medieval (y, más lejos en el tiempo, similar al de la adusta y sobria Roma republicana).

El enfrentamiento entre ambas casas reales , con la intervención de las casas reales de origen germánico de los Hannover en las islas británicas y de los Orange en los Países Bajos del norte (los del sur, por el contrario, formaban parte de las posesiones reales de la casa de los Habsburgo), y del papado, favorable primero al rey de Francia y luego al emperador germánico,  tuvo lugar en todo el territorio europeo, pero su objetivo era la ocupación del trono hispano asentado en el palacio real de Madrid, y el control de extensas posesiones coloniales americanas (en el sur , el centro y el norte del continente) y en el sudeste asiático.

Cada casa contaba con apoyos y detractores por toda Europa. El ducado de Mantua y el obispado de Baviera eran favorables a los Borbones,  la casa de Oldemburgo danesa defendía a los Habsburgo.

En cuanto a la casa real de los Braganza, en Portugal, alternó sus apoyos a uno y otro bando. 

El conflicto estaba envenenado desde los inicios. Todas las casas reales europeas estaban emparentadas por matrimonios, dotes y herencias territoriales.

De hecho, el conflicto se inició antes del fallecimiento de Carlos II. Ante la evidencia que dicho rey carecería de un sucesor directo, el rey Luis XIV de la casa real francesa de Borbón negoció con las casas reales europeas el reparto de los territorios de la casa real hispana, un reparto que favorecía a la casa real de los Borbones, pero que parecía regalar territorios reales hispanos, puestos a disposición de casas reales, nobles y religiosas. 

Luis XIV de Francia defendía inicialmente que una gran parte de los territorios de la corona española pasaran a manos germanas, a cambio de la obtención de otros territorios más útiles para el asentamiento real en la Isla de Francia . Luis XIV buscaba, en verdad, que la casa real inglesa no se quedara con la casa real española.

Ante la inminente entrega de los territorios de la corona española de los Habsburgo, el rey Carlos II nombró a un miembro de la Casa real de los Borbones como sucesor. Luis XIV aceptó. Su nieto, por linaje paterno, Felipe V de Borbón, accedía así al trono de España e iniciaba una nueva dinastía emparentada con la casa real francesa de los Borbones. Luis XIV triunfaba.

El emperador del Sacro Imperio Germánico se sintió ultrajado. Declaro la guerra a la casa real de los Borbones, en España y Francia (nombres utilizados hoy para simplificar, pero que no designaban territorios con una entidad propios: eran solo posesiones reales de loas que se obtenían bienes y mano de obra para la naciente industria y el ejército).

 Carlos III de Habsburgo viajó a Portugal donde creó una corte y desde allí se adentró en la península. Tras el rechazo de la capital se refugió en Barcelona donde reinaría durante seis años, entre 1705 y 1711, en un territorio acotado.

La guerra entre cortesanos y defensores de ambos reyes, Felipe V en Castilla y Carlos III en el principado, de incierto resultado, cambió cuando Carlos III abandonó Barcelona (donde dejó a su esposa) para ocupar el recientemente vacante trono del Sacro Imperio Germánico, acompañado de su corte. 

La guerra de sucesión acabó así en Europa en 1711, pero no concluyó hasta tres años más tarde en la península con la caída y toma de Barcelona, que defendía a un rey, el archiduque Carlos de Habsburgo o Carlos III, que había logrado crear una corte en la ciudad pero que  había partido hacía años.

La reorganización política, territorial, económica  y cultural de los territorios de la nueva casa real conllevó un replanteo de los estudios universitarios.

 Los antiguos territorios de la corte de Aragón acogían numerosas universidades sin prestigio, víctimas de la simonía  (o compra de títulos). Se decidió el cierre de los Estudios general provincianos en favor de  una única universidad ubicada en el centro del territorio.

El municipio de Cervera, que había tomado parte por la casa real francesa obtuvo la prerrogativa universitaria. Todas las especialidades religiosas y de filosofía tomista, más adoptadas al mundo medieval que al siglo de las luces se transfirieron a una descomunal universidad barroca, proyectada por ingeniero militar  francés Francisco Montaigu, cuya construcción, iniciada en 1720, a cargo del ingeniero Miguel Soriano, formado en la Academia Matemática Militar de Barcelona, no terminó hasta 1740, cuando las clases pudieron abrirse.

La propia modesta aglomeración de Cervera parecía aún más encogida frente al tamaño de la universidad que destacaba en medio de la desconectada meseta ilerdense.

Barcelona perdió su purgado Estudio General, ya sin lustre, salvo el Estudio de Medicina, muy reputado, que permaneció en la ciudad. La sede barcelonesa del Estudio General fue convertida en cuartel. Tras las guerras napoleónicas, su estado era tan precario que el edificio tuvo que ser derribado. Hoy solo se conserven un escudo de piedra (ubicado en una galería superior de uno de los claustro de la universidad de Barcelona) y una gran gárgola de piedra, un fauno tallado por el maestro de obras del Estudio General, que debía actual como efigie protectora, donada a un museo de Barcelona.

Pero el lustre no volvió en el Estudio General de Cervera. La ciudad o el pueblo se hallaba lejos de centros urbanos de mayor entidad y no podía ofrecer los servicios requeridos por una universidad, una ciudad dentro de una ciudad.

El remedio falló a poco. Pronto empezarían las gestiones para el regreso de la universidad a Barcelona, pese a la feroz, aunque vana, oposición del consistorio de Cervera. Dicho regreso, aún temporal, no se concretó, sin embargo, hasta la reorganización europea a cargo (a sangre y fuego) de Napoleón I y después de su caída, si bien unas nuevas guerras. Las llamadas guerras carlistas, de nuevo entre casas reales, dificultaron la vuelta y el resurgimiento del Estudio General de Barcelona, dada la inseguridad viaria.

Entretanto, en Barcelona….


(Seguira)



lunes, 22 de julio de 2024

Artivismo




El Museu d’Història de Catalunya presenta una exposición sobre el arte y el activismo, el arte y el gesto políticos del pintor Antoni Tàpies.

La exposición sin duda entusiasmará a quienes disfruten de poderosas imágenes  en las que se despliegan franjas rojas y gualdas.

Quizá la exposición, exhaustivamente documentada, tan solo adolezca de una imagen, aunque sea en color sepia.




Muestra al joven artista como miembro de la centuria de la organización juvenil de la Falange Tradicional y de las JONS ante el obelisco de la Victoria en Barcelona, el jueves primero de mayo de 1939, año de la Victoria. Una muestra destacada de activismo 
 

AGNÈS VARDA (1928-2019): LE CÔTÉ DE LA CÔTE (EL LADO DE LA COSTA, 1958)




En este enlace se puede ver este delicioso documental, un encargo que la cineasta francesa Agnès Varda recibió para promocionar el turismo en la Costa Azul francesa, y que la directora convirtió en algo distinto, centrándose en los márgenes, en las imágenes que preferimos no ver, todo este mostrado con humor, descaro y "poesía", sin faltar a la verdad.


https://www.facebook.com/share/v/Ti9wqirDVWLHjKTe/ 

domingo, 21 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 6



P. P. Rubens: Ignacio de Loyola impartiendo en el Colegio de Nuestra Señora de Belén de Barcelona, grabado, s. XVII


Barcelona no se caracteriza por la importancia de sus universidades privadas. Sin embargo, tres escuelas, de química, y de estudios empresariales y económicos, durante muchos años ajenas a la estructura universitaria, se encuentran entre las más citadas del mundo.

Curiosamente, las tres pertenecen al ámbito religioso. Es muy posible que esta adscripción no sea fruto de la casualidad. Tiene una larga historia.

Si el Opus Dei es una prefatura o secta católica, reconocida por la iglesia católica, fundada en el siglo XX, la Compañía de Jesús es una orden católica que se remonta a su fundador, Ignacio de Loyola, en el siglo XVI. 

La ciudad de Barcelona jugó un importante papel en la organización de la orden. Su fundador vivió varios meses en casas aristocráticas de la ciudad, y dejó un legado que aún perdura, pese a la expulsión de España de la orden jesuitica en el siglo XVIII.

Dicho legado se percibe en la instauración de centros educativos medios y superiores. Sus antecedentes se remontan a la estancia del fundador de la orden en Barcelona. Fueron dos centros educativos superiores, dos estudios generales privados, que compitieron con la llamada Universidad del Estudio General pública, instalada, como ya vimos, en lo alto de la llamada Rambla de los estudios, justo delante de un trama de la  muralla de la ciudad.

La estancia de Ignacio de Loyola dio lugar a la fundación del Colegio de Nuestra Señora de Belén, presidido pu un templo destruido por un incendio en el siglo XVII y reemplazado por la actual iglesia barroca de Belén, incendiada a su vez durante la Guerra Civil en el siglo XX. 

El Colegio se encontraba en el cruce de la calle del Carmen -donde se ubicaba también el convento del Carmen que jugaría un gran papel en la posterior historia de la universidad en Barcelona- con las Ramblas. 

Los estudiantes del Estudio General  podían pertenecer a la aristocracia, pero no eran los primogénitos. Nobles, pero escasos de fortuna, escogían la vía académico-religiosa para mantenerse. 

Esta falta de “clase” condujo a que la familia aristocrática de los Cordellas decidiera fundar a mediados del siglo XVI, con una bula papal y la venia del emperador Carlos V, cuando el Estudio General público aún no disponía de una sede propia,  un Estudio General privado para los primogénitos de la familia de los Cordellas: el Imperial y Real Seminario de Nobles de Cornellas, emplazado en la Rambla de los estudios, pared contra pared con el Colegio jesuítico. 

Dicho centro contaba con las mismas especialidades que la Universidad del Estudio General, a las que se añadieron dos de enseñanzas necesarias para el buen hacer aristocrático: la danza y la esgrima, con las que se podía destacar en la corte. 

La lógica escasez de primogénitos de las ramas de los Cordellas pronto obligó a abrir el Seminario o Colegio a primogénitos, y luego a miembros en general, de las familias nobles de la ciudad. Esta apertura tampoco fue suficiente, pese al prestigio social de algunos estudiantes como el virrey de Perú en el siglo XVIII. La pérdida de poder y económica del Colegio llevó a que su gestión dejara de estar en manos familiares y fuera entregada a los jesuitas.

El Colegio de los Cordellas ligó así su suerte al de la Compañía  de Jesús. La expulsión de ésta acarreó la ruina del Colegio, proscrito por Carlos III. La sede fue vendida a la Academia de Ciencias, que demolió el edificio y construyó la sede academia en su lugar, que aún hoy ocupa.

Las relaciones entre ambas instituciones jesuiticas eran tensas. De igual modo, los estudiantes de dichas instituciones jesuiticas y de la Universidad del Estudio General discutían violenta, agresivamente, sobre la interpretación de la naturaleza divina: su manifestación sensible, bajo la forma de un ser humano, visible, sensible y mortal, ¿difiere de la naturaleza de su padre, divina e invisible, sin concreción material? La diferencia entre lo invisible y su cara visible ¿es esencial o solo lógica?

Los jesuitas seguían las enseñanzas del teólogo y filósofo Francisco Suárez, para quien no existía un abismo entre el mundo material y el mundo espiritual, abismo que, por el contrario, Tomás de Aquino había destacado, impidiendo así cualquier reflexión, cualquier pregunta o duda acerca de la naturaleza o existencia divina, ya que Dios escapaba a la humana comprensión. Estaba fuera de toda duda.

Los estudiantes de las universidades privadas eran, por el aquel entonces,”modernos”, aceptando el cuestionamiento divino; los de la universidad pública, en cambio, cerraban los ojos ante lo imponderable. Negaban que se pudiera inquirir sobre la divinidad. 

El enfrentamiento entre suaristas y tomistas llevó a éstos últimos a crear un centro de estudios superiores dedicado a la teología: la Academia de Santo Tomás de Aquino, ubicada en el hoy desaparecido convento de Santa Catalina (la santa patrona de los estudiantes, convertida así en la defensora de la ortodoxia). 

Esta academia tendría hoy escasa importancia si no fuera por dos razones: la primera y más importante, porque fue la primera academia fundada en la península y posiblemente en Europa. Los miembros solían ser docentes del Estudio General. Fue un centro teológico y filosófico, pero también artístico, potenciando la creación literaria y poética, con el aval papal. La segunda razón tiene quizá más peso local. Mutó, tras el derribo del convento de Santa Catalina y su conversión en mercado (un proceso que se dio en Barcelona con la conversión de mercados de ideas en mercados de bienes materiales), en la Academia de Buenas Letras, una de las cuatro academia barcelonesa fundadas, al igual que en Europa, en el siglo XVIII.

El enfrentamiento entre los centros privados y público se agravó, como veremos, cuando la guerra de Sucesión europea: los estudiantes de la universidad pública tomaron la defensa del pretendiente de la familia imperial de los Habsburgo  -que favorecía la estructura política y territorial atomizada medieval -; los estudiantes jesuíticos, en cambio, se pudieron del lado del pretendiente del linaje de los Borbones, favorables a una modernización centralista, bajo el imperio de una única capital, del Estado y de las instituciones. La red frente al árbol, una discusión que sigue vigente.

Nos hemos alegado de la Universidad del Estudio General de Barcelona. ¿Qué camino nos espera?


(Seguiremos)






viernes, 19 de julio de 2024

JACQUES DEMY (1931-1990): LA BALLERINE (S/F) - LE PONT DES MAURES (1944) - ATTAQUE NOCTURNE (1948)



La recientemente inaugurada exposición dedicada a la fallecida gran cineasta francesa Agnès Varda permite recordar las primeras obras, unos cortometrajes de dibujos animados (en stop motion) que su esposo, el cineasta francés Jacques Demy -miembro del olimpo cinematográfico, junto a Eisenstein, Chaplin, Buñuel, Welles, Fellini, Wilder, Allen, Rohmer, el primer Truffaut, y la misma Varda) realizados durante la segunda guerre mundial, durante los bombardeos de Nantes, cuando tenía entre trece y diecisiete años. 
Olvidados en una caja, resecos, deshechos, imposibles de proyectar, cada fotograma ha sido reconstruido y filmado. 

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 5










 


La historia de la universidad de Barcelona es la de un deambular incesante. Entre los siglos XIV y XX, la universidad fue de sede en sede, como un alma en pena, asentándose apenas un año en algún caso, antes de volver a huir dejando un reguero de ruinas. 

Once sedes en una estrecha ciudad amurallada constituye un récord difícilmente superable, alentado a menudo por la oposición vecinal. Una universidad no era un espacio de paz y tranquilidad, sino más bien un grano molesto. Calificar a la universidad de nómada, por otra parte, podría dar la impresión que el desplazamiento es o era consustancial con su naturaleza. Nada más alejado de su naturaleza o función, enraizada en la ciudad (la universidad es una institución urbana). La universidad levantaba el campamento a toda prisa porque no hallaba acomodo dentro de la estructura urbana y social de la ciudad. La ciudad, en verdad, rechazaba la universidad. 

Ni siquiera el siglo XX logró que ciudad y universidad hicieran las paces. Pero la reacción universitaria ya no consistió en desplazarse incesantemente, sino en aferrarse en un lugar, resistiendo los envites del desalojo, los cierres ordenados y los asedios de la policía y de los intransigentes, de fuera y de dentro; y extendiéndose, como metástasis, contaminando, con acierto o no, otras áreas de la ciudad o de la periferia. Hoy la universidad es ubicua, aunque no necesariamente bienvenida.

Barcelona era una ciudad ahogada en un anillo de muralla, dotada de múltiples puertas fortificadas, señaladas y defendidas por torres semicirculares que daban un paso adelante con respecto a la fila de la muralla.

 Una de las puertas más señaladas, por donde accedían las mercancías a la ciudad, bajo la advocación de una de las patronas de la ciudad, Santa Eulalia, que le dio el nombre, se ubicaba en lo que hoy es el acceso a la calle de la Boqueria -la puerta también se la conocería posteriormente como la puerta de la Boqueria-, frente al desafortunado mosaico que Miró incrustó en medio del paseo de las ramblas. 

Es sobre dichas torres, coronándolas con dos modestas construcciones, de las que casi nada se sabe, que, en 1401, se ubicó la sede del Estudio de Medicina y el de las Artes, los primeros estudios universitarios de la ciudad que el rey Martín I el Humano ordenó crear. La sede ocupaba un espacio muy limitado, si bien dominaba la ciudad desde las alturas. 

Unos treinta años más tarde, en 1431, las llamadas Escuelas Mayores -unos centros de grado medio, públicos y privados, hasta entonces dispersos por la ciudad, aunque la mayoría en la vecindad de la catedral-, fueron obligadas a agruparse en una única sede. Un canónigo cedió una fonda que obraba en su poder, conocida como el Hostal d’ en García (la Fonda del Lleó); ubicado en lo que hasta hacía poco era una villa independiente de Barcelona, Vilanova dels Arcs, llamada así por las arcadas del acueducto romano en desuso, cuya estructura servía  de apoyo a casas tambaleantes.

Dicha sede, hoy en la calle Ripoll, no lejos de la catedral, acoge hoy un centro exclusivamente  femenino, pedida la universalidad original. La precaria condición del hostal, cuya construcción debía remontarse al siglo XIV, obligó a los tumultuosos estudiantes a desplazarse en 1448  a una nueva sede innominada en el barrio del Call -del que los judíos habían sido expulsados medio siglo antes, en el segundo pogromo violento de la historia europea, acusados de ser la causa demoniaca de la epidemia de peste.

A poco, en 1452, y en contra de los vecinos, cansados de ruidos, algarabías y peleas nocturnas de los estudiantes, la sede de la calle Ripoll tuvo que volver a acoger temporalmente a la unión de las Escuelas Mayores, antes de su conversión en un Estudio General: un centro de estudios superiores, una universidad, que comprendiera más especialidades que las que acogía una escuela mayor: en total, las especialidades de Derecho civil, Derecho canónico, Artes Liberales, Filosofía, Matemáticas y Teología  -legalmente ausente del Estudio General de Lérida, en cambio, ya que éste último estaba constituido a imagen del Estudio General de Toulouse, vetado de impartir teología, cuyas enseñanzas, por el contrario, eran exclusivas del Estudio General de París-.

1450 fue el año en que, por fin, el Consejo de Ciento municipal aceptó la instauración de un Estudio General en Barcelona, lo que con los años, casi cuarenta años más tarde, llevaría al cierre de las Escuelas Mayores, cuyos estudios superiores fueron transferidos al Estudio General.

Éste carecía de sede propia. El Colegio Tridentino -la Casa de la Caridad, aún existente- acogió temporalmente al Estudio General, desplazado posteriormente al desaparecido convento de Santa Catalina -sobre cuyas ruinas se edificó el mercado del mismo nombre. Dicha ubicación tenía sentido. Si los estudiantes europeos estaban bajo la protección de San Lucas (Sant Lluc), patrón también de los pintores, por haber sido el primer retratista de la madre del dios cristiano, la virgen María, los estudiantes de Barcelona gozaban de la protección añadida y particular de Santa Catalina de Alejandría, cuya tortura evocaba ya sea los malos tratos que hubieren recibido los estudiantes, ya sea los que causaban su actitud pendenciera, todo y siendo aquéllos , en su mayoría, clérigos -o quizá, podríamos aventurar, porque lo eran.

El esfuerzo económico sorprendentemente conjunto del Consejo de Cirnto (poder civil), la Catedral, y familias nobles (lo privado), permitió que se colocara la primera piedra de la sede propia del Estudio General de Barcelona en 1539, cuyas leyes u ordenanzas se fijaron en 1565, ya bajo Carlos V. Habían pasado casi dos siglos desde que la realeza había decretado la necesidad, insatisfecha por la oposición municipal, de un Estudio General que completara las enseñanzas del primer Estudio de la corona de Aragón, ubicado en Lérida.

La sede del Estudio Genersl fue obra del maestro de obras, Tomás Barsa. Ubicada en lo alto de las Ramblas -donde, tras el derribo de la sede, en 1843, se abriría la puerta de Isabel II-, estaba unida al convento de Santa Ana, parcialmente conservado. Santa Ana, precisamente, junto con Santa Eulalia y la Santa Cruz -que presidía el cercano hospital de la Santa Creu que había acogido , y lo volvería a hacer en el siglo XVIII, los estudios de medicina- eran los patronos protectores del Estudio General: un modesto edificio con un tejado a dos aguas, compuesto  de planta y piso, alrededor de un claustro, dotado de una capilla, cuya fachada lisa se ornaba con poderosas gárgolas -una de las cuales se ha hallado-, obra del maestro de obras, y un gran escudo en relieve, tallado en piedra, dedicado a Carlos V, que es uno de los pocos restos de dicha sede - hoy ubicado en una galería superior de uno de los claustros de la última sede, la sede actual de la Universidad de Barcelona construida en el siglo XIX.

El Estudio General de Barcelona ¿había hallado al fin acomodo en las enrevesadas  tramas urbana y mental de la ciudad? 


Para P.M, arquitecta, historiadora de la ciudad

(Seguiremos) 

jueves, 18 de julio de 2024

Proximidad

 Unos de los calificativos espaciales más hermosos es el de proximidad. Lo próximo es lo que tenemos a mano. Se halla cerca de nosotros. La cercanía es transitiva: estar cerca es estar cerca de …. La cercanía, en este caso, levanta las barreras. Así como la lejanía evoca un mundo o un espacio desconocido y, por tanto, inquietante, que atrae y repele, y hacia el que da miedo acercarse, por el rechazo que intuimos y el desconocimiento que tenemos y que quizá nos embargue, la cercanía no es percibida negativamente. 

Se  considera que lo cercano es lo familiar. Un mundo conocido, del que nada tenemos que temer, estemos o no en lo cierto (la amenaza, la oscuridad puede estar agazapada en los pliegues de la cercanía, dotada de una sonrisa hipócrita, pero el daño que nos podrá causar no es imaginable de buenas a primeras). La mirada recorre lo cercano, no percibe obstáculos ni potenciales peligros, y nos sentimos confiados en poder dar el primer paso. 

Lo cercano, lo próximo, nos pone en contacto con el prójimo. La proximidad es un calificativo hermoso porque trasmuta lo espacial en lo personal. El espacio deviene una persona en la que nos vemos reflejados. Los encuentros sin conflictos, que revelan la cercanía de maneras de ser y de pensar , ls confluencia de ideales y visiones, acontecen en lugares cercanos, lugares que se nos muestran cercanos porque invitan a la cercanía con el prójimo. 

El prójimo es quien está cerca de nosotros. El prójimo nos acompaña , nos protege, sin sobreprotegernos. No impide que nos aventuremos, que nos alejemos incluso, pues sabe que siempre estaremos cerca. La cercanía no es necesariamente física, aunque exige -y permite- no perder el contacto, que equivale o simboliza la pérdida de rumbo. El prójimo nos ayuda a no perdernos. En casos de desorientación nos devuelve al recto camino.

La cercanía del espacio simboliza la cercanía humana. Es cierto que no todo lo cercano está predispuesto al encuentro. Pero los vecinos enemistados levantan barreras, cierran puertas, bajan persianas para obtener contacto con el vecino, para no verlo. La proximidad en este caso no es tal, sino que lo que rige es la indiferencia o la hostilidad. Nos damos la espalda, desviamos la mirada. No queremos saber nada el uno del otro, o nos importa no saber nada, como si el otro no existiera.

La proximidad , en cambio, invita a mirarse a los ojos. El espacio propio es inviolable, pero la puerta está abierta. La proximidad permite que dos sean uno, que el otro sea como yo, que yo vea en el otro un rostro amigo que me acepta. La proximidad está reñida con el rechazo (con las barreras, las fronteras). Rima, por el contrario, con el compartir , con la partición común, en común, con el reparto equitativo, de modo que tengamos -y seamos- como el otro, el otro como yo mismo.

La proximidad es una realidad que no se da naturalmente, sino que se tiene que cultivar. Exige una mirada abierta, la ausencia  de recelo, la mano abierta. La proximidad es exigente. Y frágil. Las barreras pueden alzarse de un día para otro. Debemos estar atentos, el ojo avizor, atentos a nosotros, observándonos, para no caer en la facilidad de la renuncia, del cruzar de brazos. Ls proximidad exige apertura de miras, la confianza en uno mismo y en el otro. Acercarse al otro sin invadir su espacio propio pide mesura y determinación, estar a la escucha de las señales que el otro emite. Requiere receptividad, prudencia, sabiduría. Necesita  avances y tolerancia, avances mutuos, acercamientos.

El prójimo y lo próximo son conceptos que nos definen como humanos. Las barreras, el marcaje del territorio es propio de animales, encerrados en su territorio. La noción mismo de territorio, de terruño, de tierra es contraria a la proximidad que, por el contrario, se basa en el compartir, en la  cesión y el reconocimiento. Ceder el paso, invitar al otro a pasar. Sabiendo que cada paso nos acerca al otro, desmontando temores y recelos. Lo próximo es lo que perseguimos pero que no podemos dar por hecho. El acercamiento es infinito. Los pasos que debemos dar es lo que nos mantiene en vida. La proximidad es un anhelo, un sueño. Al alcance de la mano .


Agradecimientos a V. A, autora intelectual de este comentario.


miércoles, 17 de julio de 2024

Historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 4



 Medallón con la efigie del rey renacentista Alfonso V el Magnánimo, de la Corona de Aragón , que preside la universidad de Barcelona. 


Se han proporcionado distintas explicaciones al rechazo del consejo municipal de Barcelona, el Consejo de Ciento (Consell de Cent), a la instalación de un Estudio General ( una universidad) en Barcelona ya en el siglo XIV: coste -las universidades no pagaban impuestos-, inseguridad -los estudiantes causaban problemas de orden público-, y contrapoder -las universidades no se regían por leyes reales, municipales, civiles y religiosas o papales, sino que poseían su propio código, más permisivo que las leyes habituales, un código legal propio que se aplicaba en todos los casos salvo en casos de asesinatos. Hurtos, impiedades y revueltas, penadas civil y religiosamente, eran obviadas por las leyes universitarias. Es cierto que por encima del rector -escogido por los estudiantes- se hallaban dos representantes, del municipio y de la Iglesia, así como una comisión con miembros del consistorio, que podían evitar la independencia de la universidad, pero habitualmente el rector era la máxima autoridad y no debía rendir cuentas ante ningún otro poder. Poder que, por otra parte, necesitaba de los miembros de la universidad, formados en derecho civil y canónico, que, bien pagados por el municipio, fueron ganando protagonismo en el Consejo de Ciento.

La universidad era, pues, un poder temido y necesario, que hablaba su propia lengua, inhabitual en la vida civil: el latín. Raras eran las clases en catalán o castellano.

Tenemos que tener en cuenta, que la palabra nación, tan utilizada por  la política desde el siglo XIX, una palabra emponzoñada a menudo, que ha generado y genera guerras y enfrentamientos, en su origen, designaba a un grupo de estudiantes universitarios  extranjeros, de un mismo reino. Una  nación era una asociación benéfica que ayudaba a sus miembros que podían sentirse extraños y desasistidos en una ciudad que no era la suya. Aunque la unión era lo que caracterizaba a los miembros de una universidad, la palabra universidad no pertenecía inicialmente al vocabulario de la educación, sino del trabajo manual. Una universidad era un colectivo de trabajadores que practicaban una misma arte. De algún modo, universidad y gremio eran sinónimos, que destacaban lo común frente a las diferencias. Una universidad era un colectivo que compartía valores y saberes.

Son seguramente estas razones, como mínimo, que pueden dar cuenta de un hecho singular, único en Europa: el rechazo frontal del poder municipal, en Barcelona -una ciudad, sin embargo, menos importante a finales de la edad Media, que la eclesiástica Tarragona- a la fundación de una universidad -pese a necesitar a los titulados universitarios para un gobierno correcto.

Este rechazo contrastaba con la insistencia real en la creación de una universidad en Barcelona -contraviniendo, por otra parte, con las propias órdenes reales que imponían la existencia de una única universidad en los territorios de ls corona catalano-aragonesa, el Estudio General de Lérida.

Eso no significa que Barcelona careciera de estudios con entidad. Desde 1297, al menos, se impartían clases de latín y de las principales especializadas que, dos siglos y medio más tarde,  acabarían por constituir el cuerpo de enseñanzas de la llamada Universidad del Estudio General de Barcelona.

 Las escuelas catedralicias y municipales, públicas y privadas, llamadas Escuelas Mayores, impartían estudios que, sin embargo, no podían considerarse propiamente superiores y que, sobre todo, carecían de validez o reconocimiento fuera de la ciudad. La calidad de dichas escuelas no era uniforme, y su multiplicidad impedía controlar el nivel de las enseñanzas impartidas.

El número de reyes de la Corona de Aragón que trataron en vano de torcer la negativa del Consejo de Ciento a la creación de una universidad en Barcelona -al que el rechazo de Lérida a un nuevo Estudio General en los territorios catalano-aragoneses le venía bien- constituyen el florilegio real más extenso y notable: reyes tan destacados como Jaime II, Alfonso IV el Benigno, Pedro III el Ceremonioso, Martín I El Humano, Alfonso V el Magnánimo, Fernando II, hasta llegar a Carlos V, ya con la unificación de las coronas aragonesa y castellana, se toparon con el rechazo absoluto del consistorio df Barcelona, desde finales del siglo XIV hasta mitad del siglo XVI, mientras que otras ciudades de la Corona de Aragón -que, recordemos, poseía extensos territorios conquistados fuera de la península-, de distintos reinos peninsulares y europeos, veían la implantación y los beneficios que la institución universitaria aportaba a la política y la cultura de los reinos y repúblicas.

Una universidad solo podía instituirse con una orden real y una bula papel. Bula y privilegio existían en favor del Estudio General de Barcelona. Mas, no así la buena disposición del Consejo de Ciento que consideraba que las Escuelas Mayores ya cubrían las necesidades educativas de la ciudad -y cuyas necesidades de especialistas en derecho, por ejemplo, eran satisfechas por bachilleres, magistrados y doctores de Estudios Generales como los de Perpignan, Toulouse, Montpellier o incluso Nápoles. Una universidad era excesivamente desestabilizadora para el poder municipal.

Tres reyes supieron moverse entre las ariscas aguas del Consejo de Ciento. En 1401 y 1402 el rey Martín I el Humano logró imponer, pese a la oposición del municipio, la apertura de un Estudio de Medicina (que sucedía a una escuela reputada), y un segundo Estudio de las Artes, que se instalaron en el Hospital de la Santa Creu.

Entre 1448 y 1450, se vio un giro súbito, inesperado y de corta vida, del Consejo de Ciento, consciente de la creciente pérdida económica y de poder que implicaba haberse quedado fuera del circuito de estudios ínter-universitarios europeos, en un momento de creciente poder otomano en el Mediterráneo hasta entonces bajo el yugo de la Corona de Aragón. Los consejeros municipales enviaron una embajada ante la corte aragonesa, instalada en Nápoles, para pedir la apertura de un Estudio General, petición satisfecha este mismo año por Alfonso V el Magnánimo. 

Las dificultades no se solventaron, sin embargo. Una parte del Consejo de Ciento seguía oponiéndose al Estudio General, pese a que la fecha de 1450 se considera el año de la creación teórica de la universidad barcelonesa. Un siglo debió de pasar antes de que dicha institución pudiera abrir las puertas.

Ante la inanidad del decreto real, Fernando II, en 1488, impuso la unión de las Escuelas Mayores que cubrían enseñanzas medias, pero que también ofrecían algunas enseñanzas superiores.

La aplicación del decreto de 1450 estuvo dificultada o imposibilitada por la guerra Civil que se desató en el condado de Barcelona -y el principado de Cataluña- entre 1462 y 1472, un violento conflicto entre la ciudad y el campo, la nobleza y el pastoreo, entre defensores del rey Jaime II y de un sucesor no reconocido, aliado de la corona de Castilla, Carlos de Viana, al que apoyaban las Cortes catalanas que recaudaban los impuestos  -una guerra que, en parte, pareció anticiparse tres siglos a las guerras carlistas que tanto marcaron el devenir de la universidad española y en particular la de Barcelona.

El Consejo de Ciento, que se opuso a este nuevo decreto, acabó claudicando casi cincuenta años más tarde. En 1536, Carlos V pudo dar por concluido en enfrentamiento: la primera sede del Estudio general de Barcelona abrió sus puertas, si bien quedarían aún flecos por tratar: las ordenanzas (el cuerpo de leyes que regirían la nueva universidad), aprobadas en 1559, y, por fin, la incorporación de los prestigiosos estudios de medicina al Estudio General, dando lugar a la Universidad del Estudio General de Barcelona, en 1566, más de dos siglos y medio más tarde del primer decreto que anunciaba la instauración de Estudios superiores en Barcelona.

Mas, ¿qué valor poseyeron dichos estudios, que solo perduraron, tal como fueron establecidos definitivamente, un siglo y medio?


(seguira)




lunes, 15 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 3



Jaime II de Aragón , fundador del Estudio General de Lérida (Lleida)


El reino de Aragón requería una (al menos) universidad propia.

La pérdida de la universidad de Montpellier, vendida al rey de la Isla-de-Francia, no era un drama. La Corona de Aragón la había heredado, pero no creado.

El gobierno municipal de Lérida (Lleida) cortejaba al rey para la obtención de un Estudio General. Tal petición no desagradaba a la corte. Lérida se hallaba en el centro del Reino, en la frontera entre Aragón y Cataluña. Tras la dominación del reino de Valencia, Lérida se encontraba a igual distancia de Zaragoza, Barcelona y Valencia. No se imponía ninguna lengua vernácula. La buscada universalidad estaba garantizada. El territorio circundante poseía agua y campos cultivados, cuya riqueza era necesaria para mantener un estamento como una universidad que, por ley, estaba exenta del pago de impuestos.

La fundación de una universidad, en la Europa medieval, requería un doble permiso: imperial o real por un lado, y una bula papal por otro, sin la cual los programas educativos no podían equipararse con los de otras universidades debidamente fundadas.

El privilegio real y la bula papel no se hicieron esperar. Lérida inauguraba el Estudio General en el año 1300. El municipio había obtenido además la promesa que ningún otros Estudio General se instalaría en los territorios de la Corona de Aragón. 

Vana promesa, empero. Perpignan, Huesca, Mallorca y Gerona se dotaron de un Estudio en los siglos XIV y XV; Vic, Solsona y Tortosa, en el XVI: 

Sin embargo, pese a ser calificados de General, dichos Estudios no lo eran: es decir, los títulos de dichas universidades no eran homologables: tan solo ella de Lérida eran internacionalmente válidos, reconocidos por las distintas universidades europeas.

Lérida se dotó de un campus, cabe el río: el primer campus europeo, mucho antes que el más célebre y perdurable Barrio Latino de París. Los estatutos del Estudio General de Lérida son los más antiguos que se conservan hoy en Europa/

El campus ilerdense estaba dotado de todo lo necesario para la vida universitaria: una sede con aulas, residencias para estudiantes, salas de estudio, biblioteca,, tabernas y prostíbulos. La vida universitaria era agitada y ruidosa, pero las instalaciones se hallaban en los márgenes de la ciudad; ruidosa y turbulenta pese a que los -los, aunque ninguna ley prohibía a las mujeres estudiar en la universidad, si bien se requería autorizaciones raramente concedidas- estudiantes eran clérigos. Éstos se preparaban para la vida religiosa si bien solo habían hecho el voto de pobreza, y pobres muchos lo eran, ya que los primogénitos de las familias aristocráticas no solían acudir a la universidad, y los benjamines no heredaban, por lo que solo los quedaba la carrera eclesiástica para subsistir; una carrera educada a menudo en derecho canónico y, en ocasiones, en los largos y difíciles estudios de teología.

Los estudiantes del Estudio General disponían de las mismas prerrogativas que los de la más reputada universidad de Toulouse. Muchos de los estudiantes de Lérida habían iniciado sus estudios en la universidad de Bolonia, regresando a Lérida cuando ésta se dotó de una universidad. Eran estudiantes formados. Pero, el Estudio General de Lérida pronto languideció hasta su cierre en 1714.

Mas, estamos ya en el Renacimiento y no hemos mencionado aún el Estudio General de Barcelona. ¿ Acaso no existía?