Medallón con la efigie del rey renacentista Alfonso V el Magnánimo, de la Corona de Aragón , que preside la universidad de Barcelona.
Se han proporcionado distintas explicaciones al rechazo del consejo municipal de Barcelona, el Consejo de Ciento (Consell de Cent), a la instalación de un Estudio General ( una universidad) en Barcelona ya en el siglo XIV: coste -las universidades no pagaban impuestos-, inseguridad -los estudiantes causaban problemas de orden público-, y contrapoder -las universidades no se regían por leyes reales, municipales, civiles y religiosas o papales, sino que poseían su propio código, más permisivo que las leyes habituales, un código legal propio que se aplicaba en todos los casos salvo en casos de asesinatos. Hurtos, impiedades y revueltas, penadas civil y religiosamente, eran obviadas por las leyes universitarias. Es cierto que por encima del rector -escogido por los estudiantes- se hallaban dos representantes, del municipio y de la Iglesia, así como una comisión con miembros del consistorio, que podían evitar la independencia de la universidad, pero habitualmente el rector era la máxima autoridad y no debía rendir cuentas ante ningún otro poder. Poder que, por otra parte, necesitaba de los miembros de la universidad, formados en derecho civil y canónico, que, bien pagados por el municipio, fueron ganando protagonismo en el Consejo de Ciento.
La universidad era, pues, un poder temido y necesario, que hablaba su propia lengua, inhabitual en la vida civil: el latín. Raras eran las clases en catalán o castellano.
Tenemos que tener en cuenta, que la palabra nación, tan utilizada por la política desde el siglo XIX, una palabra emponzoñada a menudo, que ha generado y genera guerras y enfrentamientos, en su origen, designaba a un grupo de estudiantes universitarios extranjeros, de un mismo reino. Una nación era una asociación benéfica que ayudaba a sus miembros que podían sentirse extraños y desasistidos en una ciudad que no era la suya. Aunque la unión era lo que caracterizaba a los miembros de una universidad, la palabra universidad no pertenecía inicialmente al vocabulario de la educación, sino del trabajo manual. Una universidad era un colectivo de trabajadores que practicaban una misma arte. De algún modo, universidad y gremio eran sinónimos, que destacaban lo común frente a las diferencias. Una universidad era un colectivo que compartía valores y saberes.
Son seguramente estas razones, como mínimo, que pueden dar cuenta de un hecho singular, único en Europa: el rechazo frontal del poder municipal, en Barcelona -una ciudad, sin embargo, menos importante a finales de la edad Media, que la eclesiástica Tarragona- a la fundación de una universidad -pese a necesitar a los titulados universitarios para un gobierno correcto.
Este rechazo contrastaba con la insistencia real en la creación de una universidad en Barcelona -contraviniendo, por otra parte, con las propias órdenes reales que imponían la existencia de una única universidad en los territorios de ls corona catalano-aragonesa, el Estudio General de Lérida.
Eso no significa que Barcelona careciera de estudios con entidad. Desde 1297, al menos, se impartían clases de latín y de las principales especializadas que, dos siglos y medio más tarde, acabarían por constituir el cuerpo de enseñanzas de la llamada Universidad del Estudio General de Barcelona.
Las escuelas catedralicias y municipales, públicas y privadas, llamadas Escuelas Mayores, impartían estudios que, sin embargo, no podían considerarse propiamente superiores y que, sobre todo, carecían de validez o reconocimiento fuera de la ciudad. La calidad de dichas escuelas no era uniforme, y su multiplicidad impedía controlar el nivel de las enseñanzas impartidas.
El número de reyes de la Corona de Aragón que trataron en vano de torcer la negativa del Consejo de Ciento a la creación de una universidad en Barcelona -al que el rechazo de Lérida a un nuevo Estudio General en los territorios catalano-aragoneses le venía bien- constituyen el florilegio real más extenso y notable: reyes tan destacados como Jaime II, Alfonso IV el Benigno, Pedro III el Ceremonioso, Martín I El Humano, Alfonso V el Magnánimo, Fernando II, hasta llegar a Carlos V, ya con la unificación de las coronas aragonesa y castellana, se toparon con el rechazo absoluto del consistorio df Barcelona, desde finales del siglo XIV hasta mitad del siglo XVI, mientras que otras ciudades de la Corona de Aragón -que, recordemos, poseía extensos territorios conquistados fuera de la península-, de distintos reinos peninsulares y europeos, veían la implantación y los beneficios que la institución universitaria aportaba a la política y la cultura de los reinos y repúblicas.
Una universidad solo podía instituirse con una orden real y una bula papel. Bula y privilegio existían en favor del Estudio General de Barcelona. Mas, no así la buena disposición del Consejo de Ciento que consideraba que las Escuelas Mayores ya cubrían las necesidades educativas de la ciudad -y cuyas necesidades de especialistas en derecho, por ejemplo, eran satisfechas por bachilleres, magistrados y doctores de Estudios Generales como los de Perpignan, Toulouse, Montpellier o incluso Nápoles. Una universidad era excesivamente desestabilizadora para el poder municipal.
Tres reyes supieron moverse entre las ariscas aguas del Consejo de Ciento. En 1401 y 1402 el rey Martín I el Humano logró imponer, pese a la oposición del municipio, la apertura de un Estudio de Medicina (que sucedía a una escuela reputada), y un segundo Estudio de las Artes, que se instalaron en el Hospital de la Santa Creu.
Entre 1448 y 1450, se vio un giro súbito, inesperado y de corta vida, del Consejo de Ciento, consciente de la creciente pérdida económica y de poder que implicaba haberse quedado fuera del circuito de estudios ínter-universitarios europeos, en un momento de creciente poder otomano en el Mediterráneo hasta entonces bajo el yugo de la Corona de Aragón. Los consejeros municipales enviaron una embajada ante la corte aragonesa, instalada en Nápoles, para pedir la apertura de un Estudio General, petición satisfecha este mismo año por Alfonso V el Magnánimo.
Las dificultades no se solventaron, sin embargo. Una parte del Consejo de Ciento seguía oponiéndose al Estudio General, pese a que la fecha de 1450 se considera el año de la creación teórica de la universidad barcelonesa. Un siglo debió de pasar antes de que dicha institución pudiera abrir las puertas.
Ante la inanidad del decreto real, Fernando II, en 1488, impuso la unión de las Escuelas Mayores que cubrían enseñanzas medias, pero que también ofrecían algunas enseñanzas superiores.
La aplicación del decreto de 1450 estuvo dificultada o imposibilitada por la guerra Civil que se desató en el condado de Barcelona -y el principado de Cataluña- entre 1462 y 1472, un violento conflicto entre la ciudad y el campo, la nobleza y el pastoreo, entre defensores del rey Jaime II y de un sucesor no reconocido, aliado de la corona de Castilla, Carlos de Viana, al que apoyaban las Cortes catalanas que recaudaban los impuestos -una guerra que, en parte, pareció anticiparse tres siglos a las guerras carlistas que tanto marcaron el devenir de la universidad española y en particular la de Barcelona.
El Consejo de Ciento, que se opuso a este nuevo decreto, acabó claudicando casi cincuenta años más tarde. En 1536, Carlos V pudo dar por concluido en enfrentamiento: la primera sede del Estudio general de Barcelona abrió sus puertas, si bien quedarían aún flecos por tratar: las ordenanzas (el cuerpo de leyes que regirían la nueva universidad), aprobadas en 1559, y, por fin, la incorporación de los prestigiosos estudios de medicina al Estudio General, dando lugar a la Universidad del Estudio General de Barcelona, en 1566, más de dos siglos y medio más tarde del primer decreto que anunciaba la instauración de Estudios superiores en Barcelona.
Mas, ¿qué valor poseyeron dichos estudios, que solo perduraron, tal como fueron establecidos definitivamente, un siglo y medio?
(seguira)
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