jueves, 26 de octubre de 2017

Sumer y el paradigma moderno (Fundación Joan Miró, Barcelona)


















































































Fotos: Tocho, octubre de 2017


PRESENTACIÓN


Les ruines sont reniées par ceux dont la vie n´est déjà plus qu´une ruine dont rien ne subsiste sinon le souvenir d´un crachat. » (Benjamin Péret)

Si los poetas quemaran lo que han escrito, dejando la tierra, la tinta y la pluma a los ciegos, conoceríamos un mundo sin escritura, un mundo del tamaño de la mano. Su día sería la noche, y su noche el día.” (Abdul Kader El Janabi)

Aunque geógrafos árabes del Califato de Córdoba y, más tarde, viajeros cristianos medievales, emprendieron el viaje a Oriente para visitar lugares santos del cristianismo y del Islam, y se tenían noticias de ciudades mesopotámicas como Ur o Babilonia a través de la Biblia y el Corán, Occidente se interesó por Mesopotamia a partir de mediados del siglo XIX porque constituía un paso obligado que unía capitales como París, Londres o Berlín y las colonias de la India y del sudeste asiático. Pese a la oposición del imperio otomano, oportunas guerras entre los imperios ruso y otomano, y persa y otomano, hacia 1850, permitieron que Francia y el Reino Unido brindaran ayuda militar y asentaran tropas en el Próximo oriente que iniciaron la exploración arqueológico-militar del territorio. La caída y el desmembramiento del Imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial, y la instauración de mandatos y colonias franco-británicas en el Próximo Oriente, facilitaron las grandes misiones arqueológicas norteamericanas, británicas y francesas en el periodo de entreguerras y el envío de un gran número de obras a los museos occidentales. Las exposiciones coloniales de los siglos XIX y XX, incluyeron obras asirias, babilónicas y fenicias que despertaron el interés occidental por un arte propio de culturas “salvajes, sanguinarias”.

Creación y traducción (según Marcel Proust)


"Una hora no es una hora, es un vaso lleno de perfumes, de sonidos, de proyectos, y de climas. Lo que llamamos la realidad es cierta relación entre esas sensaciones y esos recuerdos que nos circundan simultáneamente, relación que suprime una simple visión cinematográfica, la cual se aleja así de lo verdadero cuando más pretende aferrarse a ello, relación única que el escritor debe encontrar para encadenar para siempre en su frase los dos términos diferentes. Se puede hacer que se sucedan indefinidamente en una descripción los objetos que figuraban en el lugar descrito, pero la verdad sólo empezará en el momento en que el escritor tome dos objetos diferentes, establezca su relación, análoga en el mundo del arte a la que es la relación única de la ley causal en el mundo de la ciencia, y los encierra en los anillos necesarios de un bello estilo: incluso, como la vida, cuando, adscribiendo una calidad común a dos sensaciones, aísle su esencia común reuniendo una y otras, para sustraerlas a las contingencias del tiempo, en una metáfora. ¿No me había puesto la naturaleza misma, en este aspecto, en la vía del arte? ¿No era ella misma comienzo del arte, ella que, muchas veces, solo me había permitido conocer la belleza de una cosa en otra (...)? Puede que la relación sea poco interesante, mediocres los objetos, malo el estilo, pero mientras no hay esto no hay nada.
Pero había más. Si la realidad era ese esa especie de desecho de la experiencia, más o menos idéntico para cada uno (...) si la realidad fuera eso, seguramente bastaría una especie de film cinematográfico de esas cosas y el "estilo", la "literatura" que se apartaban de sus simples datos serían un hors-d´oeuvre [un aperitivo -que no un plato completo que sacie-, pero también una obra marginal] artificial. Pero ¿de verdad sería esto la realidad? Si yo intentaba entender lo que ocurre realmente cuando una cosa nos produce cierta impresión (...), me daba cuenta que ese libro esencial, el único libro verdadero, un gran escritor no tiene más que traducirlo. El deber y el trabajo de un escritor son el deber y el trabajo de un traductor."

(Marcel Proust: El tiempo recobrado).